La resistencia que ganó la Guerra Fría
En los años 80, Afganistán fue el campo de la última confrontación Este-Oeste La disputa entre EE.UU. y la URSS dominó la historia afgana en el siglo XX En 1979 Moscú invadió el país y, apoyados por la CIA, los mujahidines resistieron La llegada de los talibanes
Deformes esqueletos herrumbrados sobre los que algún día brilló una estrella roja, ahora apenas visible bajo el óxido de un tanque abandonado, es casi todo lo que queda del paso por Afganistán de uno de los ejércitos más poderosos que haya conocido la historia. El resto está bajo tierra y sale a la superficie unas 300 veces al mes para matar o mutilar al infausto que pise una de las 700.000 minas antipersonales sembradas en el país.
Que el Afganistán independiente y la Unión Soviética hayan nacido al mundo prácticamente juntos no ha sido un mero capricho del siglo XX. La historia de ambos países discurrió trágicamente entrelazada, y en una de las mayores paradojas de la centuria el primer país que reconoció diplomáticamente a la Rusia de los soviets se convirtió siete décadas más tarde en el campo de batalla que precipitó la decadencia definitiva de la URSS.
Desde que logró la independencia de Gran Bretaña, en 1919, el emir Amanollah buscó la protección de Moscú, y mientras el país entraba a su modo en la modernidad se intentaron profundas reformas sociales: se eliminó el uso obligatorio del chador , se crearon decenas de escuelas y se desoyó la opinión de las facciones religiosas. Esta actitud le ganó al rey el resentimiento de los sectores conservadores y de los líderes tribales, que condujeron al país a una guerra civil. En 1929 Amanollah debió abdicar, y tras el asesinato de dos de sus sucesores, Zahir Shah se convirtió, a los 19 años, en el último rey afgano.
La Guerra Fría
Afganistán había sovrevivido indemne a la Segunda Guerra Mundial, pero sucumbió a la Guerra Fría. Zahir profundizó la occidentalización del reino y, alejándose de Moscú, se volvió hacia los Estados Unidos. Sin embargo, la creciente disputa limítrofe entre Afganistán y Paquistán volvió a tensar las relaciones entre Kabul y Washington, aliado de Islamabad. Así, aunque mantuvo oficialmente su neutralidad durante la confrontación Este-Oeste, Afganistán osciló entre terceras posiciones y convenientes alineamientos.
Durante los años 60 se fundó el Partido Democrático del Pueblo Afgano, que dividido en dos facciones -Khalq (compuesta por la etnia tadjik) y Parcham (de la etnia pashtún)- pretendió el fin de la monarquía, lo que consiguió en julio de 1973.
El rey fue derrocado y marchó al exilio, mientras que el poder recayó en Mohammed Daud, fundador de la República de Afganistán. Pero las revoluciones continuaron. En 1978 militares de izquierda depusieron a Daud y lo reemplazaron por Noor Mohammed Taraki, que instauró oficialmente el socialismo científico.
Tampoco duró mucho. En septiembre de 1979 el primer ministro Hafizullah Amin lo mandó matar y usurpó el poder, manteniendo el alineamiento con Moscú y provocando revueltas populares contra el régimen socialista. El Kremlin, que ya había aplastado levantamientos similares en Hungría y Checoslovaquia, se dispuso a invadir el país. En diciembre de 1979, con el avance de los tanques por los polvorientos caminos afganos, la Unión Soviética inició sin saberlo la marcha hacia su desaparición.
La jihad de la CIA
La Casa Blanca, que había visto en la década del 70 caer en manos comunistas a medio sudeste asiático y a gran parte de Africa, decidió intervenir sabiendo que en Afganistán se jugaría la última batalla de la Guerra Fría. Mientras Brezshnev imponía en Kabul un gobierno títere encabezado por Babrak Karmal, el presidente Carter anunciaba un boicot a los Juegos Olímpicos de Moscú y aplicaba un severo embargo a la URSS.
Más subrepticiamente, y a instancias de la CIA y del asesor de seguridad nacional Zbigniew Brzezinsky, comenzaba una operación secreta para entrenar y proveer de armas a la resistencia mujahidín, que combatía a los soviéticos. Entre aquellos "guerreros de la libertad", como los denominaba Washington, se encontraban el saudita Osama ben Laden, el paquistaní Pervez Musharraf y quién sabe si no también alguno de los 19 terroristas que el 11 de septiembre trasladaron su jihad a Occidente.
Se ha dicho que durante los diez años que se prolongó la ocupación Afganistán se convirtió en el Vietnam de los soviéticos. Las cifras oficiales hablan de por lo menos 15.000 muertos, aunque muchos estiman que podrían ser de varios miles más. Cuando, en 1989, Mikhail Gorbachov anunció el retiro de las tropas rusas, la URSS era un imperio en desbandada.
Para Afganistán, en tanto, no fue más que el comienzo de un nuevo período de anarquía y luchas internas que en 1996 llevaron a los talibanes al poder y a los afganos de vuelta a la Edad de Piedra. Aunque la Alianza del Norte, liderada por el asesinado comandante Massud, continuó resistiendo a los fanáticos estudiantes de teología, el 95% del país cayó en manos del mullah Omar y, en 1998, con los bombardeos norteamericanos a los santuarios terroristas de Ben Laden llegó también el aislamiento internacional.
En la era de los misiles y las bombas guiadas por láser, la guerra golpea otra vez las puertas de Afganistán y un pueblo guerrero se apresta a resistir.
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