La renuncia de May amenaza con radicalizar el proceso del Brexit
PARÍS.- Con los ojos anegados de lágrimas y la voz estrangulada por la emoción, Theresa May renunció ayer como primera ministra británica tras reconocer que fue incapaz de cumplir la única misión con la que llegó al poder hace tres años: concluir el divorcio con la Unión Europea (UE). Su dimisión amenaza con radicalizar el proceso de Brexit entre Londres y Bruselas.
"Lamento muchísimo no haber podido concretar el Brexit. Lo intenté tres veces [...] No he sido capaz de hacerlo", confesó en un mensaje de 67 segundos, leído frente a las puertas negras con herrajes dorados del 10 de Downing Street, sede del gobierno.
Vestida con un traje sastre rojo, la jefa del gobierno, de 63 años, anunció que el 7 de junio oficializará su dimisión como líder del Partido Conservador. Ese gesto pondrá en marcha el complejo mecanismo para elegir a su sucesor, que se transformará luego en premier. Durante ese proceso, May seguirá al frente del gobierno.
En la implacable batalla por el poder que comenzó tras el anuncio de May aparece como favorito el excanciller Boris Johnson, que fue uno de los principales promotores del Brexit en el referéndum de junio de 2016. Lo sigue el exministro para el proceso, Dominic Raab, considerado exponente de la nueva generación de tories.
Se suman el ambicioso ministro de Agricultura y Medio Ambiente, Michael Gove, y el nuevo canciller Jeremy Hunt.
"Gran Bretaña abandonará en octubre la UE, con o sin acuerdo", dijo ayer Johnson tras confirmar que buscará el liderazgo del partido.
Numerosos diputados o exministros también pecan de impaciencia por ocupar el explosivo cargo que Theresa May debió abandonar tras haber sido torpedeada por los complots, las intrigas, celadas, rivalidades y los golpes bajos de sus propios correligionarios.
Antes de anunciar su renuncia, conforme a las exigencias del protocolo, May había comunicado su decisión a la reina Isabel II.
El Palacio de Buckingham probablemente intervino en la definición del calendario porque la primera ministra deberá representar a la soberana durante la visita de Estado de Donald Trump y participar en los actos de conmemoración del desembarco de Normandía, previstos para el 6 de junio próximo. Su congoja permitió adivinar ayer el calvario que vivió esa mujer de 1,72 metros de altura, elegante aunque sin gracia y fanática de los zapatos animal print, durante los 35 meses que lleva en el poder.
May fue designada por los tories para reemplazar al primer ministro David Cameron como una solución transitoria, a fin de cumplir dos misiones concretas: reparar las profundas divisiones creadas por el resultado del referéndum del 26 de junio, que sancionó la salida británica de la UE (Brexit). Pero además esa mujer que en la campaña se había pronunciado con fervor por la continuidad de la relación entre Gran Bretaña y la UE, tendría que negociar las condiciones de ese divorcio con las autoridades de Bruselas.
Sucesión traumática
La sucesión de May será tan traumática como su llegada al poder. Su virtual capitulación se produce como resultado de la mayor división sufrida por los tories desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. Por primera vez en décadas, varios diputados abandonaron el Partido Conservador y numerosos ministros renunciaron a sus cargos en el gabinete en desacuerdo -explícito y público- con la primera ministra.
Sus propios diputados le negaron tres veces los votos que necesitaba para poder poner en práctica el acuerdo de Brexit que había negociado y firmado con la UE, la obligaron a introducir cambios en el texto y a realizar humillantes peregrinaciones a Bruselas para obtener cambios que -sabía- no iban a modificar la situación.
El resultado de esas trágicas circunstancias, que por momentos adquirieron características de comedia, fue que debió aplazar hasta el 31 de octubre la fecha del Brexit, inicialmente prevista para el 29 de marzo. Esa postergación obligó incluso a Gran Bretaña a realizar esta semana una insólita pirueta: organizar una elección para designar 73 diputados al Parlamento Europeo que ocuparán sus escaños unas pocas semanas... o nunca.
Pero el aspecto más inquietante consistió en que, a medida que se profundizaba la crisis, el gobierno perdió el control de la situación y el país comenzó a funcionar con piloto automático. Otro costado dramático de esa situación es que las intrigas de poder extenuaron a una opinión pública cada vez más distanciada de su clase política considerada sectaria, irresponsable e incompetente.
El mejor ejemplo de ese fenómeno es la arrogante impericia con que Cameron manejó la convocatoria del referéndum para el Brexit, que se convirtió en una bomba de tiempo: en poco más de tres años, el único país europeo que parecía vacunado contra la extrema derecha abrió las puertas a todos los demonios populistas, se sumergió en un caos profundo, hipotecó su economía y puso en peligro su futuro por los próximos 50 años.
La mejor prueba de ese cambio es que la transición abierta por la renuncia de Theresa May coincide con la fulgurante resurrección del Partido del Brexit.
En poco más de tres meses, esa nueva formación euroescéptica, xenófoba y racista fundada por Nigel Farage -otro promotor del Brexit en 2016 junto con Boris Johnson- podría haber ganado las elecciones para el Parlamento Europeo en Gran Bretaña.
Los resultados se conocerán recién el domingo, pero todo indica que el Brexit Party ocupó la primera posición -delante de conservadores y laboristas- y se convirtió en la primera fuerza política de Gran Bretaña.
El fantasma de Farage radicalizará la sucesión de May y la salida de la UE, pues el nuevo líder tendrá escaso margen de maniobra para tratar de convocar a un nuevo referéndum o renegociar el acuerdo de salida con Bruselas.
En el contexto actual, un no deal es la perspectiva más verosímil. Más que una salida sin acuerdo -seca, brutal y traumática-, un no deal en esas circunstancias se parece más bien a un salto en el vacío.
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