La religión se vuelve un blanco en una isla ya desangrada por la violencia étnica
WASHINGTON.- Las explosiones que ayer dejaron más de 200 muertos en Sri Lanka constituyen el mayor episodio de violencia que se registra en ese país desde la violenta guerra civil, que concluyó hace una década. Pero las explosiones de esta Pascua marcan una diferencia: aquel enfrentamiento se libró mayormente entre facciones nacionales y étnicas; ayer los atentados tuvieron un componente religioso.
Las raíces de la guerra civil se remontan a la época colonial, durante la cual la mayoría cingalesa consideraba que los británicos favorecían a la minoría tamil. En 1948, cuando terminó el gobierno colonial británico, los cingaleses despojaron de su derecho al voto a los tamiles que trabajaban en las plantaciones, e instauraron el cingalés como idioma oficial del país y el budismo como primera religión. En Sri Lanka, los cingaleses son mayoritariamente budistas y los tamiles son hinduistas.
Fue en ese contexto que en 1976, un hombre llamado Velupillai Prabhakaran fundo la organización Tigres de Liberación del Eelam Tamil, conocidos como los Tigres Tamiles, cuyo objetivo era luchar por la independencia del pueblo tamil. En 1983, los Tigres Tamiles emboscaron a una caravana del Ejército y mataron a 13 soldados. La represalia de los cingaleses no se hizo esperar y en los disturbios murieron casi 3000 tamiles. Aquel pogrom se conoce como Julio Negro y marcó el inicio de la violencia a gran escala en Sri Lanka. En 1987, la India intentó ayudar con el envío a Sri Lanka de una fuerza de paz, pero se retiró tres años más tarde. En 1991, un combatiente suicida de los Tigres Tamiles asesinó con explosivos a Rajiv Gandhi, que era primer ministro indio cuando el gobierno de Delhi envió la fuerza de paz. En 1993 fue asesinado el presidente esrilanqués Ranasinghe Premadasa, y aunque ningún grupo se atribuyó el atentado, todos los ojos apuntaron a los Tigres Tamiles. En 1997, Estados Unidos agregó a los Tigres Tamiles a su lista de agrupaciones terroristas, pero eso no los frenó: en 2001, atentaron contra el aeropuerto internacional de Colombo, capital de Sri Lanka, destruyendo la mitad de la flota de la aerolínea nacional y varios aviones militares.
Noruega medió para lograr un alto el fuego, pero ambos bandos violaron repetidamente el alto el fuego negociado, hasta que en mayo de 2009, Sri Lanka anunció que su Ejército finalmente había tomado el control de la totalidad del territorio de esa nación insular y que había matado a Prabhakaran, fundador de los Tigres. La guerra civil fue declarada formalmente terminada.
Durante los dos años que siguieron al fin de la guerra, el gobierno negó que hubiesen muerto civiles, pero en 2011 finalmente admitió que algunos habían perdido la vida. Cuando declaró el fin de la guerra, el gobierno de Colombo aseguró que su enfrentamiento había sido con los Tigres Tamiles y no con el pueblo tamil. Pero Naciones Unidas estima que durante los últimos meses de la guerra civil murieron alrededor de 40.000 civiles de la etnia tamil. El actual presidente de Sri Lanka, Maithripala Sirisena, resiste las presiones de la ONU para que investigue esos crímenes de guerra.
Algunos incidentes de la guerra civil tuvieron connotaciones religiosas. En 1987, por ejemplo, los Tigres llevaron a cabo la masacre de Aranthawala, en la que murieron 33 monjes budistas. Pero la guerra civil giró mayormente en torno del nacionalismo. Y aunque un bando era mayoritariamente hinduista y el otro mayoritariamente budista, en ambos había también cristianos, y algunos Tigres Tamiles eran católicos.
Al dar por finalizada la guerra civil, el entonces presidente Mahinda Rajapaksa dijo: "La solución para este conflicto la tenemos que construir entre todos, y debería ser aceptable para todas las distintas comunidades. Debemos encontrar una solución basada en la filosofía del budismo".
La década que siguió fue mayormente pacífica en Sri Lanka, y muy pocos murieron en atentados relacionados con el terrorismo. Sin embargo, el nacionalismo budista se ha tornado en una forma de violencia en sí misma, aunque mucho menos letal que la guerra civil. En 2013, una turba budista atacó una mezquita, con un saldo de 12 heridos, y cada tanto los servicios religiosos de las comunidades cristianas son interrumpidos o perturbados por monjes budistas.
Los atentados de ayer contra blancos de la comunidad cristiana parecen marcar un nuevo giro hacia hechos violentos de raigambre religiosa. Ningún grupo se adjudicó de inmediato los hechos, pero los seguidores de Estado Islámico se apresuraron a celebrar las explosiones, asegurando que se trata de una revancha por los ataques contra musulmanes y mezquitas.
Traducción de Jaime Arrambide
Emily Tamkin
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