La reinvención de Nueva York. Cómo cambió la ciudad en el año de la pandemia
"¡¿Primero cierra Barneys y ahora esto?!". Para los neoyorquinos interesados en la moda (básicamente, todos), la frase se volvió latiguillo a partir de la pandemia, utilizado con voz de incredulidad para terminar cualquier análisis sobre las cosas gravísimas que pasaban cuando parecía que ya sólo quedaba la ironía bien de la Gran Manzana para afrontarlas. ¿Ciudad con más muertos por habitante? "¡Primero Barneys y ahora esto!", ¿El flagelo del racismo? "¡Primero Barneys y ahora esto!", ¿Saqueos y violencia tras las protestas sociales? ¡Primero Barneys y ahora esto!
Barneys era la célebre tienda departamental emblemática del lujo de avanzada y cool del que se enorgullecía la ciudad, que cerró justo antes de que el coronavirus hiciera estragos. Pero la frase, popularizada por Dzanielle, un personaje de tilinga elemental de la humorista Jill Kargman que se volvió viral, caló profundo porque también sintetizaba cómo todo parecía estar acabando en Nueva York, desde lo más profundo hasta lo más superficial.
No es la primera vez que Nueva York se ve forzada a reinventarse. Del gran incendio de 1835 al ataque a las Torres Gemelas, pasando por huracanes, apagones, olas de crimen y crisis financieras, aquí parece habérselo visto todo. "Nueva York está construida sobre la base de desastres", dijo recientemente a The Atlantic Mitchell L. Moss, profesor de Planeamiento urbano de la Universidad de Nueva York, quien aseguró que la ciudad siempre "respondió cambiando para mejor". La nota se titulaba, apropiadamente, "Prepárense para el gran regreso de lo urbano".
Pero otros no son tan abiertamente optimistas.
"Los neoyorquinos sin duda sobrevivirán la pandemia de 2020 –escribió en Tablet Magazine Joel Kotkin, fellow en Futuros Urbanos de la Chapman University–. Pero las crisis cobran su precio sobre la gente, y dejan a los individuos y familias más abiertos a mudarse a otro lado". Según Chapman, descripto por The New York Times como "el uber-geógrafo de EE.UU.", Nueva York parece apuntar hacia otro momento de crisis así, lo cual podría acelerar los problemas de desigualdad económica y limitar las oportunidades de progreso que siempre marcaron su identidad.
"Desde que King Kong se trepó al Empire State, la ciudad luce precaria", resumió en The Guardian Kenneth Jackson, especialista en Historia del urbanismo de la Universidad de Columbia. Pero con cauteloso optimismo las señales de recuperación ya son visibles, y hasta cierto punto la ciudad se siente en un proceso de volver a nacer. Aunque cada neoyorquino tiene sus elementos favoritos para señalar como los más significativos del cambio, pocos se ponen de acuerdo. Debatir (léase discutir acaloradamente) sobre ellos se volvió el pasatiempo local, y esta es una selección de los que podrían ser punta de lanza de lo que se viene… y que en otras ciudades del mundo, con las variantes que corresponda, también pueden pasar.
El regreso del Nueva York ochentoso
Dentro de la literatura ya casi existe un subgénero que es el lamento por lo que fue Nueva York y cómo se perdió su magia en el proceso de gentrificación de las últimas décadas. Sobre todo, se señala cómo, a partir de los alcaldes Rudy Giuliani y muy especialmente Michael Bloomberg, todo Manhattan y luego Brooklyn se fueron convirtiendo en un parque de atracciones genérico para millonarios extranjeros que ni siquiera vivían aquí y compran departamentos solo como símbolo de estatus y para especular.
Unos años atrás, cuando Lou Reed murió, según The Daily Beast, las necrológicas en los medios parecían elegías por la desaparición de una Nueva York mucho más interesante. "Los viejos arrabales de Reed se transformaron en restaurantes de sushi y estacionamientos", se quejaba, mirándolo desde Londres, The Guardian. Times Square se había vuelto una Disneylandia aséptica, y los habitantes de la canción "Walk on The Wild Side" se habían tenido que ir de Manhattan y de Brooklyn por ya no poder afrontar el alquiler. De salvajes esas zonas ya no tenían nada.
Respecto del barrio más nuevo de la ciudad, Hudson Yards, aunque muchos habitantes estaban más que felices de tener espacios de oficina y viviendas resplandecientes, los críticos y la intelligentzia tendieron a decir las peores cosas. "Dubai en Nueva York", "Nueva Abu Dhabi", "Una reinvención de Nueva York de la que estaría orgulloso un magnate de casinos de Las Vegas", "mete miedo", "disaster capitalism" y "socialismo para el 0,1 por ciento de la población" son solo algunos de los titulares que hubo en los medios cuando se inauguró (el último, haciendo referencia a los seis mil millones de dólares en beneficios impositivos que recibió el proyecto al comprometerse a crear espacios públicos entre los shoppings).
Jeremiah Moss, el autor de un vlog muy popular que iba denunciando la desaparición del Nueva York "con onda" publicó un libro que parecía resumirlo todo: Vanishing New York: How a Great City Lost Its Soul (El Nueva York que está desapareciendo: cómo una gran ciudad perdió su alma). Hasta Sarah Jessica Parker, la auténtica Carrie de Sex and the City, declaró que "todos deberíamos comprarlo".
Pero ahora parecería que la nostalgia de tantos se podría volver realidad. Tras Covid, protestas y los mil millones de dólares que le sacaron este año al presupuesto de la policía, una buena parte de Nueva York está tapiada, con los negocios vacíos, mucha gente sin techo, y bolsas de basura se apilan en las calles sin ser recogidas.
En lo que fue considerado el símbolo último de este camino, el alcalde Bill di Blasio eliminó semanas atrás el programa de erradicación y limpieza del grafiti. El gobernador del Estado de Nueva York, Andrew Cuomo, del partido demócrata como Di Blasio, salió en los medios a fustigarlo. "Creo que la ciudad comete un gran error al no hacerse cargo de esta situación –dijo en una conferencia de prensa–. Es decir, ¡límpienlo! Es solo pintura en aerosol".
Según el gobernador, el grafiti es particularmente grave porque es "otra manifestación más del declive" que muchos neoyorquinos sienten como "un regreso a los malos viejos tiempos" de los años 70 y 80.
Cuomo incluso fue más allá y culpó a Di Blasio de los puestos en las legislaturas locales que el Partido Demócrata perdió en las últimas elecciones, diciendo que la imagen de la ciudad de Nueva York se había vuelto una de "saqueos, crimen y homeless" para los votantes del resto del estado, que temían que en manos demócratas sus paraísos suburbanos terminaran así.
Pero para The Washington Post esto es claramente apresurado. En una nota titulada "Not so fast, urban exodus" ("No se apure tanto, éxodo urbano"), el matutino argumenta que el coronavirus podría "volver a hacer a las ciudades como Nueva York un gran lugar para vivir una vez más".
En el corto plazo, la pandemia seguramente acelere una tendencia que ya existía de mudanza de trabajos, gente y capital hacia los suburbios y las ciudades de menor tamaño. Pero una vez que los alquileres se estabilicen, una dinámica diferente debería dominar.
Primero de todo, porque la tradicional oficina del centro no desaparecerá. La interacción personal todavía es necesaria para asegurar el trabajo en equipo y la cooperación, crear fuertes culturas corporativas y estimular la innovación no solo dentro de las firmas sino entre ellas.
Con algunos empleadores ofreciendo la posibilidad de teletrabajo en forma permanente, y otros ofreciendo más espacio y privacidad a los trabajadores que sí van a la oficina, los alquileres comerciales deberían bajar. Y esos precios podrían hacer a las grandes ciudades accesibles y habitables una vez más.
Las firmas que se habían visto forzadas a mudarse a las fronteras de la ciudad o al suburbio van a encontrar que pueden acceder a volver al centro. Las compañías en crecimiento que de otra manera se hubieran mudado a las ciudades satélites, van a decidir quedarse en sus sedes centrales en vez.
A precios más bajos en los alquileres residenciales, la gente joven o de las industrias creativas y no solo financieras va a poder quedarse, volver a la ciudad si se habían ido, e incluso vivir con más espacio dentro de ella. Y los visitantes que tenían que subalquilar una habitación en las afueras y acceder a sus paseos turísticos tras una hora de subte o tren, podrán volver a los hoteles.
Con el fin de las tiendas departamentales y la reducción en la presencia de los locales de grandes cadenas nacionales, las boutiques y restaurantes independientes van a lograr ubicarse en los shoppings, los distritos comerciales y los barrios que atraen a los clientes con más fondos.
"Si los alquileres son de la magnitud correcta, vamos a ver un renacimiento del retail en las ciudades", incluso predijo en The Washington Post Ed McMahon, senior fellow en el Urban Land Institute.
Y en algunos barrios inesperados, de hecho, ya se está viendo un mucho mayor dinamismo que lo habitual, aunque por razones un poco distintas.
La venganza de Gossip Girl
Todo este tiempo el credo de la gente cool fue que "there's no life above 14th street" ("no hay vida más arriba de la calle 14"). Pero, de pronto, Wall Street está muerto, el SoHo está tapiado y en Broadway no hay teatros. Volviendo a Hudson Yards, debajo de The Vessel, la estructura arquitectónica que se volvió ineludible para las fotos posteadas en Instagram de los turistas sofisticados, ahora se fotografían activistas con pancartas de "House the Homeless in Hudson Yards", para que se albergue a los sin techo allí, y la mega tienda departamental Neiman Marcus que le daba el toque de distinción está quebrada.
Pero, paradójicamente, la parte más alta del Upper East Side justo al borde con Harlem, llamada "Carnegie Hill", está como nunca. Es la única zona de la ciudad con enorme concentración de jardines de infantes y colegios privados, muchos religiosos y muchos solo de varones o solo de mujeres, y que fueron de los pocos que arrancaron el año lectivo sistemáticamente a principios de septiembre. Con el transporte público y escolar funcionando a medias, son los padres los que llevan y traen a los chicos cada día, y con eso, Carnegie Hill es de los pocos espacios de Manhattan realmente con público cautivo. Esta era tradicionalmente una zona muy de familias rancias, puritanas y donde había casi un cierto orgullo por la falta de acción en las calles. A pesar de ser bien entrado noviembre, ahora los restaurantes alrededor de las escuelas están llenos y con mesas afuera al estilo europeo ocupando incluso largas cuadras, las librerías independientes están colmadas, los pequeños museos (Cooper Hewitt, Jewish Museum, Museo del Barrio, Museum of the City of New York, etc.) están abiertos y vibrantes. Es una zona que siempre fue residencial para familias, sin demasiado espacio comercial y éste comparativamente barato. Las boutiques, que no eran de las grandes marcas internacionales ni cadenas locales, sino más bien independientes y para el público específico, siguen ofreciendo sus emblemáticos sweaters de cashmere color pastel y las dos vueltas de perlas para la cena de Acción de Gracias –o el paseo del Cavalier King Charles Spaniel por Central Park–. Gossip Girl y, ahora, The Undoing están a la orden del día, aunque con máscaras.
Bjarke cool
Pero lo que es cool, este es un barrio que nunca va a ser cool. Un poco más arriba, sin embargo, la cosa está cambiando también. Cuando se habla de Harlem siempre se piensa la zona cercana a la Universidad de Columbia con maravillosos edificios, el gospel y demás. Pero el este de Harlem había quedado totalmente olvidado. Muchos que lo recorren por primera vez dicen sentirse como en el East Village en los 80, cuando se empezaba a descubrir. Es "el" nuevo lugar después de tanto downtown y Brooklyn, y están abriendo o aggiornándose restaurantes pequeños étnicos a los que la gente comienza a peregrinar -y The New York Times, que también es la Biblia gastronómica local, comienza a destacar-, así como delicadezas europeas.
Por ejemplo, en la calle 105 se abrió "el primer bar de mousses de Estados Unidos". El exchef de la embajada belga, Johan Halsberghe, que venía produciendo mousses para delis de lujo, en plena pandemia abrió un bar aireado al lado de su casa y fábrica que volvió locos a los medios. Donde quiera que se coma, luego el plan es ir hasta su local y deleitarse con una de sus creaciones de chocolate orgánico puro, avellanas o mezclas estacionales (como dulce de leche y calabaza para el otoño). Las sirve en pequeños potes de diseño con cuchara dorada, en honor a la leyenda belga que dice que cuando uno muere y va al cielo, va a pasar la eternidad comiendo postre con cuchara de oro, algo totalmente impensable en el East Harlem años atrás.
Cerca de allí acaba de inaugurar un edificio de Bjarke Ingels, el starchitect adorado por la nueva generación, algo también impensable antes. Llamado "The Smile", la sonrisa, su nombre hace referencia a su forma semicurva y al impulso de optimismo y cambio que busca dar. Ubicado en la calle 126, tiene 233 unidades, de las cuales hay 70 a los que se comprometieron a mantener muy por debajo del precio de mercado, aunque ya de por si ésta no sea una zona cara. Diseñado específicamente para la gente que trabaja desde casa, es específicamente pandemic friendly: ofrece la posibilidad de esparcimiento sin tener que salir de casa, con la azotea con varios jacuzzis para no tener que compartir la piscina mediana si hace calor, y un cine al aire libre. Tradicionalmente en los edificios para un público joven la cocina era irrelevante. Los pisos de Ingels no solo vienen con cocinas de última generación, sino con otra más para todo el edificio, enorme y ultraequipada como las de los programas de televisión.
En cuanto al ejercicio, los últimos años todo giró al ritmo de "Soul Cycle" y cadenas similares de bicicletas fijas de última generación, donde se pedaleaba en la oscuridad con luces y música estilo discoteca y un profesor que estimulaba con frases estilo líder de culto carismático. Ciertas clases y con ciertos profesores eran, además, el lugar por excelencia donde ver y ser visto en la ciudad más competitiva del planeta. Con la pandemia, sin embargo, esto fue reemplazado por bicicletas inteligentes fijas estilo "Peloton", que permiten conectarse con profesores y otros alumnos a distancia y repite la experiencia, pero en la intimidad de cada vivienda. El gimnasio de "Smile", naturalmente, tiene los aparatos para el ejercicio en cibercomunidad.
Otras de las tendencias en general que se ven en los edificios son, a pesar de que el loft fue símbolo por excelencia de Nueva York, el regreso de las paredes. Con la pandemia, resultó que nadie quería estar con toda la familia en el mismo ambiente sin ninguna privacidad, ni posibilidad de tener un espacio para comer distinto al destinado al trabajo y a los chicos. Y en las oficinas están volviendo por motivos de protección de la salud las subdivisiones contra las que ideológicamente tanto se había luchado. Y después de décadas en las que el curtain wall fuera el símbolo de estatus que se buscaba en un edificio, vuelven los balcones que permiten aire libre individual, demodés al infinito -hasta ahora- en Nueva York, pero que ahora se ha redescubierto que permiten una cuota de aire libre individual.
El reino del jogging
Así como con el movimiento demográfico, lo que la pandemia trajo a la moda en Nueva York puede ser visto como un acelerador de tendencias que ya existían. Varias amigas de esta redactora que estaban en el circuito de los bailes de caridad –que son la razón de ser de los vestidos de gala en esta ciudad, y el prêt-à-porter de firmas de ultra lujo– ya decían que todo en él era insostenible, repetitivo y necesitado de cambio radical para no desaparecer.
Pero de eso se pasó al otro extremo, a la pregunta de si habrá gente que vaya a comprar ropa que no sean joggings en el futuro próximo. Algunos ya están diseñando con esa incertidumbre en la cabeza. Joseph Altuzarra, que hace lo opuesto a ropa para estar cómodo en casa, dijo que estaba agregando géneros más suaves y siluetas más relajadas para su colección de primavera 2021.
"Después de pasar tantos meses en jogging la gente va a querer sentirse confortable", le reconoció a The New York Times. Además, las salidas covid-safe, que son el último grito, necesitan amplitud de movimientos. Por ejemplo, The Wall Street Journal dedicó una nota de tapa a los bares donde, además de cerveza artesanal, ofrecen hachas para practicar tirarlas contra un blanco estilo vikingo, lo que se volvió un must para las primeras citas.
"Quizá estoy yendo demasiado lejos imaginando un mundo donde todos estén entrando y saliendo de una cuarentena, pero desde el punto de vista empresarial, me estoy preparando para eso", dijo al Times Batsheva Hay, diseñadora de culto de Nueva York que reintrodujo la ropa estilo Laura Ashley/Sarah Kay con detalles punk y que había sido una exitosa abogada comercial antes de saltar a la moda.
Mientras las semanas de la moda y toda la economía que impulsaba cada colección están desapareciendo de su formato físico tradicional, hay otros sectores más modestos que se destacan. La ropa usada, por ejemplo, nunca tuvo mayor momento de esplendor. Acaba de salir la primera edición de una revista llamada Display Copy, que a simple vista parece un ejemplar de moda no muy diferente de una Vogue y con el mismo tipo de modelos y marcas. Pero cuando se buscan las direcciones para comprar la ropa, uno encuentra que son todas tiendas de segunda mano, tanto físicas como virtuales. Las mismísimas marcas de lujo como Maison Margiela y Miu Miu están comprando ropa usada, dándole unos giros propios de su firma, y revendiéndola (o usando de base ropa de sus propios archivos o galpones que nunca se llegó a vender).
"Posiblemente el dominio de la ropa usada sea el cambio más concreto que salga de la industria de la moda: el único producto real que emergió de tanta conversación en la industria sobre sustentabilidad y sistema de valores", subrayó Vanessa Friedman, la editora de Moda de The New York Times.
Por supuesto, todavía está lo nuevo. Después de casi un año en el limbo, la marca de streetwear KROST comenzó a levantar a Barneys de sus cenizas. Acaban de lanzar una colección cápsula conjunta para que, aunque no esté la tienda departamental, al menos se pueda mantener la marca de Barneys como "el arquetipo de cool de chica urbana" vivo. Barneys ya era, desde hacía meses, una pequeña línea más contemporánea dentro de Saks, pero esta simbiosis no había logrado despegar.
En cambio, la flamante colección mezcla los guiños referenciales del lujo de Barneys con el minimalismo duro casi industrial de KROST y ya fue catalogada por la revista V como "a prueba de fallas" por dos razones. Por un lado, porque su campaña fotográfica, de una estética simple y en colores saturados es reminiscente a las famosas de Steven Meisel protagonizadas por las supermodelos Christy Turlington y Linda Evangelista (sí, otra vez la vuelta a los 80 que aquí parece estar resonando tanto). Por otro lado, porque ya fue catalogada de ropa muy "New York Strong", que devino el lema de ciudad, y lo cual no es menor. Con nuevo presidente en zona tan mayoritariamente demócrata, más novedades positivas de una vacuna, hay un sentimiento de esperanza. Se cree, o más bien se cruzan los dedos de que precisamente la frase no será solo un cliché para estampar en las camisetas y gorritas de béisbol para juntar fondos para los trabajadores esenciales, sino que mostrará al mundo como una de las ciudades del mundo más golpeada en 2020 pudo salir adelante, ser distinta y adaptarse, pero manteniendo esa esencia "New York Strong" que parece por siempre perdurar.
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