La reina Isabel II ya no está: ¿los líderes inexpertos de Gran Bretaña podrán con los problemas del país?
Carlos III y Liz Truss deben dar sus primeros pasos de gestión del país en un contexto de crisis múltiples, sobre todo económica, y sin el prestigio unificador de Isabel II
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WASHINGTON.- Hace exactamente 25 años, Gran Bretaña estaba de luto. El país acababa de decirle adiós a Diana, “la princesa del pueblo”, como la llamó el entonces primer ministro Tony Blair en las horas posteriores a su muerte en un accidente de autos en París. Diana fue enterrada un día espléndidamente hermoso. Más de un millón de personas se agolparon en las calles y parques de Londres para ver pasar el cortejo fúnebre, y el dolor de su muerte siguió siendo palpable durante varios días más.
Cuando Diana murió, la reina Isabel II estaba en Balmoral, su residencia de verano en Escocia. Allí se quedó ese día, y el día siguiente, y el siguiente, y el que siguió. Mientras las flores de los dolientes se seguían apilando frente a las rejas del Palacio de Buckingham y el país famoso por su entereza se bañaba en lágrimas, la aparente indolencia de una familia real recluida quedaba simbolizada por el mástil desnudo, sin bandera, en la cima del palacio, según lo dictaba el protocolo, pero incomprensible para un pueblo en duelo.
La gente había tomado partido por Diana en su divorcio con el entonces príncipe Carlos, hoy rey Carlos III, y en su ruptura con la familia real. Y la decisión de Isabel de quedarse en Escocia mientras el país lloraba fue tomada como un desaire más de la realeza. Los tabloides británicos amplificaron el descontento público con vociferantes titulares: “¿Dónde está nuestra reina? ¿Dónde está su bandera?”, exclamó The Sun en su portada. “Demuéstrenos que le importa”, reclamaba The Express. “Su pueblo está sufriendo: hable, señora”, exigía The Mirror.
Hoy Gran Bretaña está otra vez de duelo por la muerte de su reina a los 96 años, tras un reinado de 70 años que muy probablemente nunca será superado por otro monarca de ningún país. Los homenajes llegan de todo el mundo. Y hoy las flores que se apilan en el Palacio de Buckingham son en tributo a Isabel.
Tales manifestaciones de afecto habrían sido improbables hace un cuarto de siglo, cuando la reina estaba en su nivel de popularidad más bajo y la continuidad —o incluso la necesidad— de la monarquía en sí misma era cuestionada en el debate público. Hoy que Gran Bretaña desconfía de las mayoría de sus instituciones, la monarquía es tenida en muy alta estima, y solo gracias a Isabel.
A lo largo de 70 años, la reina demostró su capacidad para adaptarse y modernizarse. Como dijo Tony Blair el viernes en una entrevista por CNN, no bien la reina se dio cuenta de sus pasos en falso con Diana, le habló al pueblo “desde su corazón y de una manera que hizo que el pueblo volviera a ella”.
La muerte de Isabel ocurre en tiempos de profundos desafíos para el Reino Unido, tanto en el plano interno como internacional. La dirigencia política británica tiene frente a sí los problemas económicos del país, los cuestionamientos sobre su rol en el mundo, las tensiones en su relación con Europa, y problemas a largo plazo sobre el futuro del Commonwealth. Una Gran Bretaña dividida enfrenta su futuro sin esa presencia única y unificadora que era su monarca.
“Estabilidad” y “continuidad” son dos de las palabras que más se han usado desde la que noticia de la muerte de la reina dio la vuelta al mundo. Pero si bien era un símbolo de continuidad, la reina no pudo llevar estabilidad a su país. El rol del monarca es ceremonial. Los problemas quedan para los políticos, que en los últimos años del reinado de Isabel han sido muchos y variados. En apenas los últimos doce años, Gran Bretaña ha sido dirigida por cuatro primeros ministros distintos, el penúltimo de ellos Boris Johnson, que tuvo que renunciar hace unos meses en medio de múltiples escándalos.
La reina ofrecía un contrapunto al caos y las divisiones que la rodeaban. Era tan firme como reservada. Nunca supimos lo que realmente pensaba sobre los primeros ministros, sobre los dramas pasados y presentes de su propia familia, sobre la dirección de la política y las gestiones de gobierno. Se convirtió en un símbolo del paso de las eras, mientras Gran Bretaña evolucionaba, de ser un controvertido imperio colonial a convertirse en una nación insular más humilde, cuyo papel en el mundo se contraía gradualmente. Al final, se convirtió en objeto de respeto por su ejemplo de devoción al deber, un modelo de liderazgo en un mundo caótico.
Isabel se va justo cuando Gran Bretaña se encuentra a mitad de camino entre seguir sola y trabajar con otros. El Reino Unido es un miembro central en la alianza de la OTAN que ayuda a Ucrania contra la agresión de Rusia, pero ya no es parte de la Unión Europea, ya que en el disputado referéndum de 2016 decidió abandonar el bloque regional para declarar su propia independencia económica, como argumentaron los defensores del Brexit. Esa votación sigue dividiendo a Gran Bretaña y generó un conflicto a largo plazo con la UE.
Los cabos sueltos del Brexit son apenas uno de los problemas que enfrenta la nueva primera ministra, y ni siquiera es el más acuciante. La economía británica está en graves problemas, y las proyecciones señalan que en el inminente invierno boreal la crisis energética podría empujar la inflación hasta un 20% anual. Y hace más de una década que la economía británica adolece de crecimiento lento y baja productividad.
Liz Truss llega al cargo sin experiencia de gobierno previa. Para alcanzar el liderazgo del Partido Conservador que la puso de primera ministra, Truss cortejó a un electorado acotado y muy conservador que está muy lejos de ser representativo del país. Fue elegida con los votos de menos de 100.000 personas en una nación de 67 millones de habitantes, y sin mayoría conservadora en el Parlamento. Los expertos se burlan de algunas de las promesas que hizo para ganar esos votos, y Truss llega al cargo con bajos niveles de popularidad y sin un mandato real del pueblo británico.
Para colmo, el partido de Truss está agotado. Los conservadores llevan 12 años en el poder, un control favorecido por el descredito del Partido Laborista en las urnas. Su flamante gabinete tiene diversidad, pero el equipo de gobierno en general ha recibido pocos elogios. La revista The Economist dijo de uno de sus ministros, el secretario de comercio Jacob Rees-Mogg, “debería estar en un museo, no a cargo de nada”.
Más allá de la amenaza inflacionaria y de un invierno de descontento popular, Truss enfrenta problemas en el Servicio Nacional de Salud y el peligro de agitación laboral y de huelgas. Tendrá que gobernar en un momento de profunda desconfianza hacia el gobierno, en parte debido al caótico liderazgo de su antecesor, Boris Johnson. Y ahora que Truss quiere mostrar su temple y ganarse la confianza de la gente, los británicos están ocupados por la muerte de la reina, las ceremonias de sus funerales y el ascenso al trono de un nuevo rey, que también necesita ganarse la confianza de su pueblo.
Carlos se preparó durante mucho tiempo para suceder a su madre y conoce las responsabilidades que conlleva ser jefe de Estado. A los 73 años, ya conoce el mundo y a muchos de sus líderes. A lo largo de su vida, Carlos ha dejado en claro algunas de sus preferencias y preocupaciones, en especial la lucha contra el cambio climático, pero como monarca constitucional se verá limitado a sumarse al debate público sobre ese y tantos otros temas. Empieza con los mejores deseos del pueblo británico, pero eso es muy diferente de la confianza y el afecto que la reina supo ganarse a lo largo de las décadas. Le llevará tiempo establecer esa conexión con el pueblo británico y, lo que es más importante, con los pueblos del pasado colonial de Gran Bretaña, para sostener la Commonwealth.
El Reino Unido ahora tiene que empezar de nuevo. Por muy preparados que se sintieran los británicos para el fallecimiento de su monarca de 96 años, el hecho consumado es algo muy diferente. Y a medida que se desarrollen las ceremonias de los próximos días para recordar a la reina, los interrogantes y las dudas sobre lo que viene a continuación cubrirán como una sombra a los nuevos líderes del país.
Dan Balz
The Washington Post
Traducción de Jaime Arrambide
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