La receta de Daniel Ortega para sostenerse en el poder en Nicaragua
El mandatario orquestó un sistema de gobierno que le permite aferrarse a la presidencia sin importar los medios, con una feroz ofensiva contra críticos y partidos opositores, y oxígeno financiero de algunos empresarios
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Consultado sobre el arte de conservar el poder, el líder nicaragüense, Daniel Ortega, podría escribir un libro. O dar un seminario internacional. O mejor todavía, para maximizar el esfuerzo y estar acorde con los tiempos, quizás le venga bien una charla TED, con llegada a millones de personas.
¿Y qué diría el comandante revolucionario Ortega en esos 15 minutos de fama, delante de un auditorio real y de una audiencia global con traducción a decenas de idiomas diversos, sobre el arte de residir y resistir en el Palacio de Gobierno hasta el último suspiro?
Quizás decida entrar en materia explicando al gran público, que no necesariamente sigue el minuto a minuto de Nicaragua, cómo encara las elecciones de noviembre, donde busca su cuarto mandato consecutivo. Podría contar, por ejemplo, la estrategia que utilizó este año para barrer a críticos, opositores y otras personalidades incómodas, mediante allanamientos, cárceles y exilios.
El caso más resonante fue el del novelista Sergio Ramírez, excompañero de Ortega, de quien en tiempos mejores fue vicepresidente y ahora camina en la vereda opuesta de la vía pública, uno en la dictadura, el otro en la democracia.
Pero no pudieron atraparlo. El Premio Cervantes de Literatura 2017 se había exiliado cuando se veía venir su inevitable detención. Para cuando los fiscales del régimen clamaron a gritos su detención en Managua, Ramírez ya estaba en la vecina Costa Rica, algo así como la segunda casa de exiliados y perseguidos nicaragüenses.
Pero la pregunta que se haría un espectador atento sería cómo se las ingenia Ortega para sostenerse en el poder. Para acrecentarlo cueste lo que cueste, sin ahorrar sacrificios (de los demás). Sobre todo luego del estallido social de 2018, la ola de protestas que el régimen aplastó sin misericordia, con una represión que dejó cientos de muertos y miles de desplazados.
Hasta entonces, Ortega tenía cierta base de seguidores, tal vez nada numéricamente fuera de serie, pero base al fin, así como el apoyo del gran empresariado y las elites religiosas. Se diría que tenía la vaca atada.
Pero ahí, en esos violentos meses de 2018, todo cambió. La represión de las protestas dinamitó su base popular y provocó el alejamiento de empresarios, obispos y pastores, viejos amigos corporativos que prefirieron tomar distancia. De pronto todos los sectores de la población le quitaban el saludo y le daban vuelta la cara.
¿Acaso le basta a Ortega, ya sin esos gruesos respaldos, con la pura represión para soñar con seguir reinando más o menos para siempre? ¿O será que tiene otros activos a favor, menos visibles, pero igual de eficaces?
Tampoco da la impresión de que tenga mucho que esperar desde afuera. Nicaragua ya no cuenta con la pródiga billetera de Venezuela, el gran financista de la región que en sus años de bonanza petrolera, y con los precios por las nubes, sostenía a sus socios, como Cuba.
Según María Teresa Blandón, exguerrillera sandinista y activista social, Ortega no guarda uno, sino varios ases en la manga. Cuenta con factores políticos, económicos y armados que le dan el aire que necesita para articular su reinado absolutista.
“Desde el punto de vista político Ortega logró prácticamente desaparecer a todos los partidos de oposición. Se quedó sin competencia. En estos últimos ocho años fue quitando progresivamente la personería jurídica a los partidos de oposición. Esto le aseguró en la práctica funcionar como partido único”, dijo a LA NACION esta socióloga, que dirige una ONG dedicada a la defensa de los derechos de la mujer.
Sin verdaderas agrupaciones rivales y con solo unos “partidos comparsas”, que aplauden más de lo que debaten, Ortega pasó a controlar cómodamente el Congreso, donde se votan las leyes represivas con que persigue a sus rivales.
Y si hay que poner esas leyes en práctica, ahí están las fuerzas de seguridad, otro sustento vital del régimen. La Policía Nacional, subrayó Blandón, es el brazo armado de la dupla de gobierno que integran Daniel Ortega y su mujer, la vicepresidenta Rosario Murillo.
“Finalmente está el tema económico. Ciertamente hay una fractura con un sector importante del empresariado, pero hay otro sector de los empresarios que todavía lo respalda”, sostuvo la socióloga. Y lamentó con asombro que en plena crisis el régimen haya recibido apoyo financiero de instituciones multilaterales, como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Centroamericano de Integración Económica.
Son esas las herramientas con que Ortega pretende sostenerse hasta el fin de los tiempos, mientras se distancia de la población. Mejor temido que amado. Un informe del International Crisis Group, una ONG con sede en Bruselas dedicada a la prevención y resolución de conflictos, subrayó el aislamiento del presidente.
“Solo un tercio de la población apoya actualmente al presidente. El descontento crece incluso dentro de las filas del partido de gobierno, el Frente Sandinista de Liberación Nacional, con Ortega convirtiéndose en una figura cada vez más aislada, rodeada por un círculo cada vez más reducido de familiares y asistentes”, señala el informe.
Los críticos recuerdan una frase que dijo el antiguo “comandante de la revolución sandinista” Tomás Borge, y que parece una máxima de vida de Ortega: “Todo puede pasar aquí, menos que el Frente Sandinista pierda el poder. Yo le decía a Daniel Ortega: podemos pagar cualquier precio, digan lo que digan, lo único que no podemos perder es el poder, y hagamos lo que tengamos que hacer”.
Esto fue durante la primera etapa de Ortega en el poder (1979-1990), tras la caída de la dictadura de Somoza. Pero aplica para la segunda, que comenzó en 2007, cuando accedió al gobierno con el 38% de los votos y ya nunca lo dejó. En momentos de incertidumbre e indecisión, si es que los tiene, solo le basta con recordar la última parte de la consigna: “Hagamos lo que tengamos que hacer”.
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