La política exterior de Obama, una doctrina en constante mutación y con futuro incierto
WASHINGTON.-Durante cinco años, Barack Obama se debatió públicamente con el tema de cuándo Estados Unidos está dispuesto a hacer de policía del mundo y cuándo insistir en que sean otros los que lleven la batuta, o al menos compartan los riesgos, costos y resentimientos que engendra.
Obama inundó de tropas Afganistán, sólo para dar marcha atrás de inmediato, acelerando la retirada con una declaración: "Ya era hora de ocuparnos de la construcción de nuestra propia nación acá en casa". Se unió fugazmente a la lucha para detener la matanza en Libia, pero se fue rápido y se negó a meterse en Siria, una guerra civil mucho más compleja, que para él es un atolladero en potencia.
Su discurso de anteayer en la ONU marca el modo en que está evolucionando nuevamente eso que algunos llaman la doctrina Obama.
Durante su primer mandato, esa doctrina estuvo marcada por la sorprendente facilidad con la que el presidente aceptó hacer uso de la fuerza militar para enfrentar amenazas directas a Estados Unidos.
Pero de George W. Bush, su predecesor, lo separaba su profunda reticencia a utilizar el poderío norteamericano en conflictos de largo aliento, donde los intereses nacionales eran más remotos y no tenía aliados.
En su discurso de la ONU, Obama compartió la conclusión a la que llegó después de que su propio partido le dio la espalda a su moción de dar respuesta militar al ataque con armas químicas que mató a más de 1000 sirios: el mayor peligro para el mundo en los próximos años no es que Estados Unidos intente construir imperios en el extranjero, señaló Obama, sino que si los norteamericanos deciden quedarse en casa, se pagará un precio en términos de caos y desorden.
En la mente de Obama, dicen sus colaboradores, poco cambió su visión del mundo desde que llegó al poder, en 2009, después de una campaña en la que prometió terminar con la "guerra tonta" y renovar el acercamiento de Estados Unidos hacia sus adversarios.
Pero la que cambió radicalmente es la imagen que tienen de Obama en todo el mundo. Desde el sudeste de Asia hasta Medio Oriente, su presidencia se hizo conocida, sobre todo, por los 400 ataques con drones contra las filiales de Al-Qaeda y los ciberataques contra el programa nuclear de Irán, dos situaciones que él considera amenazas directas. A pesar de su apertura inicial, la diplomacia en la región se estancó.
Alto riesgo
Ahora, después de un mes memorable que empezó con su planeado y luego abortado ataque con misiles Tomahawk contra las instalaciones militares del presidente sirio, Bashar al-Assad, Obama dedicará el resto de su presidencia, según les dijo en la ONU a los líderes del mundo, a dos iniciativas diplomáticas de alto riesgo: encontrar un final negociado a la confrontación con Irán y crear un Estado separado para los palestinos con el que Israel pueda vivir, y sin temor.
Una conspicua ausencia de esa lista de prioridades fue la de una estrategia a largo plazo para Siria, más allá de asegurarle al mundo que, ya sea por el diálogo o por la fuerza, su arsenal químico no sería usado nuevamente y que el país no se convertiría en un santuario para las agrupaciones terroristas.
La pregunta ahora es cuándo estará dispuesto Obama a hacer uso de la fuerza, después de cinco años de ejemplos muy disímiles. Su mensaje ahora es que como los aliados y los vecinos regionales no acompañaron a Estados Unidos, se socavó la voluntad de la opinión pública norteamericana para actuar.
Y, de hecho, después de la rebelión en el Congreso por su amenaza de un ataque exprés contra Siria, parece difícil imaginar que Obama pueda amenazar creíblemente con usar la fuerza si Al-Assad reniega del plan de desarme químico.
El caso de Irán puede ser diferente, porque hay más en juego, tanto para Obama como para su aliado más estrecho en la región, Israel.
El presidente norteamericano ya dejó en claro que no permitirá que Irán alcance el poderío atómico durante su mandato. La pregunta, después de cinco años y varias mutaciones de la doctrina Obama, es si los iraníes le creen.
Traducción de Jaime Arrambide
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