La polémica por los abusos se reavivó y empañó la despedida del Papa de Chile
Visiblemente molesto, defendió al obispo de Osorno, acusado de encubrimiento; la controversia opacó la misa en Iquique, la última en el país, donde habló sobre la inmigración
IQUIQUE.- Antes de despedirse de Chile, desde donde voló a Perú, Francisco reavivó polémicas por salir a defender al obispo de Osorno Juan Barros, acusado de presunto encubrimiento de abusos sexuales de curas a menores.
"El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros, ahí voy a hablar. No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia. ¿Está claro?", dijo, con cierto fastidio, tras ser interpelado por una radio chilena, antes de ingresar a la misa que celebró aquí ante 50.000 fieles, a la que también asistió Barros.
Este obispo, de 61 años, terminó siendo la figura incómoda de esta visita a Chile, opacada por el escándalo de abusos, una herida abierta que manchó como nunca la imagen de la Iglesia de este país. Barros fue pupilo de Fernando Karadima, carismático sacerdote de una diócesis de clase alta de Santiago, condenado en 2011 y suspendido de por vida por abusos sexuales a menores. Barros, que fue designado por Francisco al frente de la diócesis de Osorno en 2015, es acusado de haber encubierto a Karadima, de quien fue secretario durante 37 años. Pero nunca fue incriminado. Hubo graves protestas en Chile cuando asumió en la diócesis de Osorno. Y, también, en los últimos días, en los que un grupo de laicos de esa localidad, que reclaman su renuncia, y víctimas protagonizaron diversas manifestaciones de rechazo.
Si bien el Papa el martes pasado se reunió con víctimas y pidió dos veces públicamente perdón y expresó "vergüenza" por el "daño irreparable" cometido por ministros de la Iglesia chilenos, esto no alcanzó. Y cayó pésimo aquí que Barros asistiera a sus actividades e incluso fuera saludado por él brevemente en un encuentro que tuvo con obispos chilenos en la catedral metropolitana, el martes y, nuevamente ayer, durante la misa en esta ciudad. Barros incluso contó a periodistas que habló anteayer con Francisco después de la misa en Temuco y aseguró que su jefe máximo había sido "muy cariñoso" con él y que lo había "apoyado".
Como no podía ser de otra manera, las declaraciones de Bergoglio reavivaron el tema y en la tarde, cuando ya estaba en Perú, tres víctimas de Karadima -José Andrés Murillo, Juan Carlos Cruz y James Hamilton- leyeron una declaración en Santiago. "Francisco desaprovechó una gran oportunidad de escuchar a la comunidad de Osorno y a quienes afirmamos que el obispo Barros encubrió los abusos de Karadima", dijo Cruz. Agregó que "el Papa ha desoído todos estos hechos y nos ha acusado de faltar a la vedad, de decir calumnias".
Hamilton dijo que "todo esto es de extrema gravedad, revela un rostro desconocido del Pontífice (...), lo que ha hecho es ofensivo y doloroso (...) es inaceptable lo que dijo contra todos los abusados, en particular los que han sufrido abuso clerical". Luego afremó que la lucha de las víctimas y del grupo laicos de Osorno no es contra la iglesia católica, sino contra el abuso sexual, sicológico y el silenciamiento. "No aceptamos amedrenamientos de nadie, por poderosos que sean".
No es la primera vez que Francisco defiende a Barros. "Piensen con la cabeza y no se dejen llevar de las narices por todos los zurdos que son los que armaron la cosa", dijo en octubre de 2015, al ser consultado sobre el tema al final de una audiencia general, en el Vaticano. "La única acusación que hubo contra ese obispo fue desacreditada por la corte judicial, así que por favor no pierdan la serenidad", agregó, en un diálogo que fue filmado y cuyas imágenes causaron indignación entre los fieles chilenos.
Estos no pueden entender cómo Francisco por un lado pide perdón por los abusos y los condena con fuerza, pero por el otro no remueve a Barros. Como demostraron sus declaraciones de 2015 y las de ayer, el Papa evidentemente está convencido de que es inocente.
Migrantes
El escándalo eclipsó la bellísima misa que celebró Francisco al sur de esta ciudad, en medio de un paisaje lunar, entre las dunas del desierto de Atacama y el océano Pacífico.
Desde allí, pidió no "cerrar puertas" a los inmigrantes, sino aprender de ellos y "dejarse impregnar por la sabiduría, los valores y la fe" que traen. No casualmente fue desde esta importante ciudad portuaria, cuya población tiene un 10% de extranjeros, que eligió hablar de otro gran tema que impacta en este país: la inmigración.
Se trata de uno de los grandes desafíos de Chile, que es uno de los países que están recibiendo más inmigrantes en todo el continente. La oleada migratoria se topó con una legislación anticuada e incapaz de ordenar el flujo y evitar abusos y discriminación.
"Esta tierra es tierra de sueños, pero busquemos que siga siendo también tierra de hospitalidad", exhortó durante la misa Francisco, sensible como nadie a este tema.
"Hospitalidad festiva porque sabemos bien que no hay alegría cristiana cuando se cierran puertas", agregó. "No hay alegría cristiana cuando se les hace sentir a los demás que sobran o que entre nosotros no tienen lugar", sentenció.
Lo escuchaban, bajo un sol abrasador y un calor seco del desierto, no sólo chilenos -entre ellos, la presidenta Michelle Bachelet-, sino también muchos peruanos, bolivianos y argentinos.
Más allá de la polémica por la defensa de Barros, el Papa antes de irse causó impacto entre los chilenos también por dos gestos. Durante el vuelo que lo trajo hasta aquí, casó a una pareja de tripulantes, algo inédito que conmovió a la opinión pública. Además, hizo detener el papamóvil cuando una carabinera se cayó de su caballo, espantado por la multitud que lo vivaba al ingresar a la ciudad. Francisco bajó a ver cómo estaba, no se fue hasta que llegara una ambulancia y la reconfortó. Un gesto, ese sí, que fue muy aplaudido.
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