La paradoja de Israel: la guerra contra Hamas suma popularidad, pero el gobierno de Benjamin Netanyahu está solo y aislado
Mientras un 88% de la población apoya los combates las encuestas muestran al primer ministro con un mínimo de respaldo, que lo haría perder con holgura en unas elecciones
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TEL AVIV.- “¡Un aplauso para todos los que estamos aquí! ¡Somos más de 100.000! ¡Es la manifestación más grande desde que empezó la guerra!”, celebraban el sábado desde el estrado, simbólicamente ubicado -por vez primera vez desde el ataque de Hamas del 7 de octubre- en la intersección en Tel Aviv que el Ayuntamiento rebautizó como plaza de la Democracia porque allí confluían las protestas contra la reforma judicial del primer ministro, Benjamin Netanyahu.
Es la misma masa de banderas nacionales, pero con un lema (“Elecciones ahora”) y un contexto distintos. Desde el estrado lo resumía Shai Meidar, de la organización antigubernamental El día después, y reclutada, como otros 300.000 reservistas: “Cada día vivo la contradicción de servir a mi país como reservista bajo un gobierno en el que no confío y que conduce esta guerra con absoluta falta de responsabilidad”. De la misma manera lo describía Lior Akerman, investigador y ex alto mando de los servicios de inteligencia: “Nos vemos obligados a combatir contra un enemigo externo y contra aquel cuyo papel el 7 de octubre se supone que era defendernos”.
No clamaban contra la guerra. De hecho, un 88% de los judíos israelíes la apoyan y más de la mitad se opone a la entrada de ayuda humanitaria a Gaza mientras haya rehenes y aboga por que el ejército use aún más fuerza. Lo hacían contra la gestión de Netanyahu, el hombre que más tiempo ha estado en el poder y al que los israelíes aman u odian, sin punto medio. Cada vez más, los segundos creen que alarga la guerra artificialmente por supervivencia política y salen a las calles, con una mezcla de eslóganes antiguos (“¡Bibi [Netanyahu], a casa!”) y nuevos, como “¡Pacto ya!” o “¡Todos ahora!”, para pagar el precio que pide Hamas por los 133 rehenes que quedan en Gaza. Son, sobre todo, los mismos, pero menos numerosos, y en la misma ciudad (Tel Aviv), que salieron a las calles contra la reforma judicial durante nueve meses de 2023.
Sus rostros reflejaban el ambiente enrarecido en el que Israel cumple este domingo seis meses de guerra. La emoción colectiva ha ido mutando. Primero, fue la sorpresa y tristeza por la jornada más letal en la historia del país. Los relatos de asesinatos a sangre fría y de civiles que esperaron durante horas la llegada de los soldados, lo que despertó todos los fantasmas de indefensión del Holocausto. Siguió la euforia por la destrucción en Gaza, como una especie de venganza redentora con un discurso de criminalización de los civiles. Ahora cunde la sensación de falta de rumbo y de que Netanyahu no tiene más plan que alargar lo más posible la invasión por mera supervivencia política. El lema “Juntos venceremos” sigue decorando edificios y carteles luminosos por doquier, pero suena ya a eslogan vacío.
Primero, los hechos. Israel ha matado a más de 33.000 palestinos (según el Ministerio de Sanidad del gobierno de Hamas) y dejó media Gaza en escombros y a cientos de miles de personas al borde de la hambruna, al usar la comida como arma de guerra. Sepultó su imagen internacional y carece de plan realista para acabar la guerra y para el día después. La presión internacional ha frenado la invasión de Rafah, que anunció hace más de un mes, y tiene aún a unos 130.000 ciudadanos (más del 1% de la población) evacuados de las fronteras con Líbano y Gaza sin un horizonte claro de que regresen.
Su ejército -el más poderoso de Medio Oriente- no completó, sin embargo, uno solo de los objetivos: el regreso de todos los rehenes (quedan 133 y, de estos, al menos un cuarto ya han muerto), destruir por completo política y militarmente a Hamas y asegurarse de que Gaza “no vuelve a representar una amenaza”. Netanyahu insiste en que la “victoria total” está “al alcance de la mano”, tras desmantelar 18 de los 24 batallones de Hamas, y la estocada final pasa inexorablemente por invadir Rafah, precario refugio de la mayoría de los gazatíes y donde sus propios aliados han trazado una línea roja.
“Hoy está claro para todos -excepto para los que lo siguen a ciegas- que las promesas de ‘victoria total’ que Netanyahu hace un día sí, un día también, son totalmente inútiles”, escribía el viernes Amos Harel, comentarista de asuntos militares del diario Haaretz. “La expectativa de desmantelar el régimen de Hamas y aniquilar todas sus capacidades militares era demasiado alta, desde luego en un rígido plazo de tiempo de unos pocos meses. La guerra estaba destinada a prolongarse y cuesta creer que sea posible desmantelar el régimen por completo incluso en el futuro”.
Israel, además, nunca ha estado más cerca de una guerra con la milicia libanesa Hezbollah o incluso con Irán, tras asesinar el lunes a uno de sus principales mandos militares. Eran Etzion, vicedirector general del Consejo de Seguridad Nacional de Israel, definía el sábado esa decisión justo ahora como una de “las más escandalosas” de la historia del país, ya que “la probabilidad de respuesta es bastante alta”. “Israel se encuentra en la mayor desventaja estratégica de su historia, pero el gobierno responsable de ello nos lleva al borde de una guerra con un enemigo más poderoso y sofisticado que cualquiera que hayamos conocido”, en un momento en el que su imagen internacional “está en un mínimo histórico”, su principal aliado (Estados Unidos) no se fía de Netanyahu, los países árabes se hartan de buscar sin éxito un alto el fuego en Gaza y Europa ve la guerra como “dañina para su agenda estratégica”.
“Seis meses después de embarcarse en una guerra supuestamente destinada a restaurar la seguridad, se puede decir que Israel está mucho menos seguro y afronta muchas más amenazas, escenarios y frentes que en cualquier otro momento” de sus 75 años de historia, lamentaba el sábado Mairav Sonszein, analista sénior sobre Israel del centro de análisis International Crisis Group, en la red social X. El jueves, los israelíes hacían acopio de alimentos, generadores eléctricos y agua envasada por temor a una represalia inminente.
El debate en torno a Netanyahu
El debate -a menudo más personal que político y más emocional que ideológico- gira en torno a Netanyahu. Es, en cierto modo, como si Israel hubiese regresado al 6 de octubre. El gobierno corre peligro por un tema que toca mucho al Israel más secular y de origen europeo que ya protestaba contra la reforma judicial: la exención del servicio militar obligatorio para los ultraortodoxos.
La semana pasada se manifestaron juntos quienes piden la renuncia del premier, un adelanto electoral y un pacto para que regresen los rehenes. Las luchas a veces se conectan. Al acabar la protesta en la plaza de la Democracia, llamaron a unirse a la de las familias de los rehenes, en la misma ciudad. La brecha de confianza entre el gobierno y estos últimos ha ido creciendo ante la convicción de que Netanyahu frena un segundo canje con Hamas por oscura conveniencia personal. Imputado en tres causas por corrupción, perdería con holgura las elecciones, según todos los sondeos difundidos desde el 7 de octubre. El ataque de Hamas dejó por los suelos sus credenciales de “Señor seguridad”. La reforma judicial, hoy en un cajón, ya había desgastado su popularidad.
Uno de los motivos que lleva a más israelíes a asumir que Netanyahu está ganando tiempo es la cercanía de las elecciones en Estados Unidos. Son en noviembre y Donald Trump parte como favorito. Es una apuesta arriesgada, porque tuvieron una mala relación cuando coincidieron en el poder. También porque cuesta entender qué quiere Trump. Aboga por un alto el fuego, porque no está “seguro” de que le guste cómo Israel está llevando la guerra y porque “está perdiendo la batalla de las relaciones públicas”, pero lo anima a “acabar rápido lo que ha empezado” para volver “a la normalidad y a la paz”. Y ha llegado al absurdo de responsabilizar directamente al presidente, Joe Biden, del ataque del 7 de octubre: “No le respetan, no puede juntar dos palabras, es tonto […]. Nunca lo habrían hecho, si yo estuviese allí [en la Casa Blanca]”.
Israel no está todavía aislado. Pero cada vez más voces piden cerrar el grifo.
Por Antonio Pita
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