La pandemia y la guerra en Ucrania, las dos crisis que fortalecieron a Europa
Desde la debacle financiera de 2008, la UE no tiene descanso, pero los mismos problemas que le complicaron la vida también mejoraron la cooperación de sus miembros
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En los últimos años la Unión Europea (UE) tuvo que enfrentar una seguidilla de emergencias. La debacle financiera global que empezó en Estados Unidos en 2008 desencadenó una crisis de deuda soberana en los países europeos, que terminó enfrentando a los miembros ricos con los menos favorecidos de la UE. Después, la agitación en Medio Oriente provocó una crisis migratoria que fogoneó los sentimientos populistas antiinmigratorios en muchos países de la UE y exacerbó la grieta entre Bruselas y los países miembros del este continental, como Polonia y Hungría.
A continuación vino el Brexit. La elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos también causó profunda incertidumbre en Europa sobre el compromiso de Washington con la seguridad de sus socios europeos. Después llegó la pandemia, que causó estragos económicos en todo el continente, y ahora la invasión de Rusia a Ucrania generó otra ola de refugiados aún mayor, a la que se suma la crisis energética y el temor de una conflagración Oriente-Occidente.
Finalmente, la elección de nuevos gobiernos liderados por partidos de ultraderecha en Suecia e Italia —la tercera economía de la UE—, vuelve a despertar dudas sobre la fortaleza y resiliencia del bloque regional. Y sin embargo, la Unión Europea hoy es más fuerte que nunca. ¿Cómo es posible?
Jean Monet, uno de los primeros visionarios y arquitectos de la UE, predijo una vez que “Europa será construida en crisis y será el resultado de la solución de las mismas”. Tuvo razón. Las crisis (a veces) abren la oportunidad de un cambio positivo que nunca se habría producido sin la exigencia de una respuesta colectiva. En ese sentido, la pandemia de coronavirus y la invasión de Rusia a Ucrania han logrado exactamente eso.
Para empezar, está la respuesta de Europa ante la pandemia. Las crisis financieras, de deuda soberana y de migrantes antes mencionadas, así como el Brexit, ayudaron a convencer a los líderes de la UE que la desigualdad económica alimenta el resentimiento, y que la bronca resultante fogonea el populismo. Con apoyo unánime de los 27 miembros de la UE, en 2020 los gobiernos europeos acordaron un paquete de recuperación económica de miles de millones de euros para financiar tanto la lucha contra la pandemia como para reforzar la red de seguridad social de trabajadores y garantizar la supervivencia de las empresas.
Esos paquetes de ayuda financiera también incluyen estímulos para la inversión en tecnologías no contaminantes y nuevas regulaciones que obligan a los países extracomunitarios que deseen comerciar con la UE a alinearse con los estándares tecnológicos europeos, bajo pena de pagar impuestos más altos, lo que aumenta la influencia europea en la regulación global de protección ambiental y nuevas tecnologías. La UE también aprobó un presupuesto de más de 1000 millones de euros para el lapso 2021-2027, que le permitirá a Bruselas distribuir sumas sustanciales de fondos que los gobiernos miembros estaban necesitando con urgencia.
Pasarán años antes de que se distribuya todo ese dinero, pero la unánime respuesta ante la emergencia reveló el valor que tiene el sacrificio colectivo en tiempos en que el populismo nacionalista ponía en duda el futuro de la UE.
El Covid también modificó el equilibrio de poder de la batalla interna de la UE con los gobiernos euroescépticos de algunos de sus países miembros. El húngaro Viktor Orban, un hábil político que ha forjado su reputación sobre su enfrentamiento con la UE, obtuvo una victoria aplastante en las elecciones de abril. Podía pensarse que el triunfo electoral lo envalentonaría para seguir negándose a cumplir con las reglas de la UE sobre democracia y estado de derecho que ha burlado durante varios años.
Pero la Comisión Europea ha encontrado una manera de utilizar los fondos de ayuda contra el Covid para poner a Orban en línea. El mes pasado, recomendó formalmente que se retuvieran 7500 millones de euros destinados a Hungría hasta que el gobierno de Orban ofreciera una lista de cumplimiento de las reformas exigidas. Hungría ya enfrenta una elevada inflación, la devaluación sostenida del forinto, una crisis energética, y un déficit presupuestario mucho más alto del previsto por el gobierno. Pero cuando entraron en juego los 14.900 millones de euros en subvenciones y préstamos del Fondo de Recuperación Covid de la UE, Bruselas logró toda la atención de Orban.
La misma dinámica política se repite en Italia. Giorgia Meloni, líder del Partido Hermanos de Italia y próxima primera ministra de su país, se había embarcado en una “guerra cultural” contra las protecciones de la UE para los derechos de las minorías y los inmigrantes en su país. Dada la actual vulnerabilidad económica de Italia, por más que su futuro gobierno jure respetar las normas de la UE y garantice su apoyo a Ucrania y a la OTAN, eso no alcanzará para ganarse el apoyo incondicional de Bruselas.
Italia, donde la relación entre la deuda y el PBI es la segunda más alta de la UE, necesita 200.000 millones de euros del Fondo de Recuperación del Covid de la Comisión Europea, y que el Banco Central Europeo le siga comprando deuda. Al igual que en Hungría, el flojo crecimiento económico, la inflación irreductible y la inminente escasez de energía obligan al gobierno italiano a ganarse la buena voluntad de la UE, y fue la pandemia la que le ha dado a la UE la influencia económica y política para exigir reformas fiscales y de otra naturaleza.
El ataque de Rusia a Ucrania y las amenazas de Vladimir Putin contra la OTAN y los gobiernos europeos también han encolumnado a toda la UE de manera impensada, y la urgencia del momento logró soldar una unidad entre Bruselas y Washington que no se veía desde hace décadas. La guerra también ha fortalecido a la OTAN con la incorporación de nuevos y potentes miembros (Finlandia y Suecia), ha persuadido a los gobiernos reacios (especialmente Alemania) a gastar más en defensa, y ha acercado a Polonia al consenso de la UE en muchos temas, revelando el valor que tiene cada país miembro para el resto.
Quizás lo más importante es que durante mucho tiempo el punto vulnerable de Europa fue su dependencia de Rusia para el suministro de energía, pero ahora Putin les ha demostrado a los líderes europeos que Rusia ya ni siquiera puede ser considerado un socio comercial confiable, y la UE ha asumido el complejísimo desafío de poner fin a esa dependencia. A corto plazo, eso implica soportar un par de años que serán excepcionalmente difíciles, tanto para las empresas como para los ciudadanos europeos. Pero a la larga la seguridad europea saldrá fortalecida y se acelerarán las inversiones en tecnologías no contaminantes. Nada de eso habría sido posible antes del 24 de febrero. Todo es resultado directo de la guerra de Putin.
Europa tiene varios desafíos históricos por delante: reforzar sus defensas, rediseñar su matriz energética, reducir la elevada inflación, impulsar el rezagado crecimiento, seguir apoyando a Ucrania y lidiar con su vecino del Este, gobernado por un líder cada vez más errático y munido de armas nucleares. Todo eso pondrá a prueba la nueva fortaleza de Europa durante varios años. Pero su capacidad, no solo para capear las crisis, sino sobre todo para saber aprovecharlas y fortalecer sus instituciones, convierten a la Unión Europea en el ejemplo más exitoso de cooperación transfronteriza del todavía joven siglo XXI.
El autor es presidente del Grupo Eurasia
(Traducción de Jaime Arrambide)
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