Se trata de una de las ciudades devastadas por la invasión del país de Vladimir Putin; el escenario que quedó en el sitio es desolador
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Advertencia: este artículo y algunas de sus imágenes pueden herir la sensibilidad de algunos lectores.
Vitaliy Lobas, el jefe de la policía de Bucha, está sentado en un escritorio en una escuela abandonada, recopilando los detalles de los cuerpos. Cada pocos minutos, Lobas, quien tiene hombros anchos y cabello oscuro y corto, recibe una llamada a su teléfono móvil. Las breves conversaciones son las mismas: una ubicación, algunos detalles, un número de teléfono de un familiar o amigo.
Antes de que llegaran los rusos, Lobas era un jefe de policía local ordinario, que pasaba sus días lidiando con la delincuencia común y asesinatos ocasionales. Desde la liberación de Bucha, ha pasado sus días en este aula abandonada, donde todavía cuelgan carteles escolares en las paredes, coordinando la operación masiva para encontrar a los muertos.
Frente a Lobas, en el escritorio de la escuela, hay un mapa de Bucha, un suburbio de Kiev que alguna vez fue pacífico y poco conocido y que ahora es la escena de un crimen en expansión. El área estuvo ocupada por las fuerzas rusas durante un mes cuando intentaban asaltar Kiev, y su liberación hace poco más de una semana ha iniciado un lento y doloroso proceso de descubrimiento de los horrores que dejaron aquí.
Cada vez que suena el teléfono, Lobas consulta el mapa que tiene delante y anota la información necesaria con letra pulcra, una línea por cuerpo. Temprano, había llenado un lado de una hoja A4 y ahora pasó al reverso. El día anterior había 64 cuerpos, dice. El día anterior a ese, 37.
No sabe cuántos habrá este día, pero cree que el número se acercará a los 40 porque se está excavando una fosa común cerca. Lobas solo está a cargo de una parte de esta región, y muchos más cuerpos están siendo encontrados fuera de su jurisdicción.
El policía se detiene de vez en cuando para ir al patio de la escuela a fumar un cigarrillo, pero incluso esos momentos son interrumpidos por llamadas sobre cadáveres o problemas relacionados con la recogida de cadáveres. Llueve en Bucha y una de las camionetas que transportaban cadáveres a la morgue se ha quedado atascada en el barro.
Es necesario encontrar un tractor rápidamente, porque hay un número limitado de camionetas y una gran cantidad de cuerpos. Lobas generalmente delega el trabajo de campo a sus adjuntos, pero en algunos casos particularmente graves va él mismo. “Cuando a la gente le han disparado en la cabeza con las manos atadas a la espalda, por ejemplo”, dice.
“O cuando los cuerpos han sido quemados yo también voy”, agrega. Aproximadamente a media mañana, recibe una llamada de Dmytro Kushnir, un agente de policía de 24 años, que va a registrar un cuerpo hallado detrás de un edificio de apartamentos en las afueras de Bucha.
Cuando Kushnir llega al edificio, encuentra a dos hombres. Llevan guantes quirúrgicos azules y están de pie sobre el cuerpo parcialmente descompuesto de un hombre que parece haber recibido un disparo en la parte posterior de la cabeza. El cuerpo yace sobre un edredón blanco manchado y está rodeado de botellas vacías de cerveza y licores.
Los dos hombres con guantes quirúrgicos azules se presentan como Volodymyr y Serhiy Brezhnev, el padre y el hermano del muerto. Tumbado sobre la manta está Vitaliy Brezhnev, un excocinero de 30 años que, hasta que llegaron los rusos, vivía una vida pacífica con su novia en el sexto piso del edificio de apartamentos que ahora se alza sobre su cadáver.
Volodymyr y Serhiy habían perdido el contacto con Vitaliy un mes antes, cuando los rusos tomaron el control de Bucha y se interrumpieron las comunicaciones. Era imposible ingresar al suburbio para revisar su edificio, por lo que lo buscaron durante un mes por internet, revisando en vano las redes sociales en busca de evidencia de que estaba vivo. Cuando los rusos finalmente se retiraron, hace poco más de una semana, Serhiy recibió una llamada de la novia de Vitaliy quien le contó lo sucedido.
Los rusos asaltaron el edificio y se abrieron paso a tiros en todos los apartamentos. La novia de Vitaly contó que les exigían que la gente les entregara sus tarjetas SIM y llaves. La interrogaron a ella y a Vitaliy en habitaciones separadas, les golpearon y le dispararon a su perro, según su testimonio. Luego la llevaron al sótano con un grupo de otros residentes y cerraron la puerta, pero se llevaron a Vitaliy por separado y le dijeron que no lo volvería a ver. Y no lo hizo.
Tan pronto como el ejército ucraniano declaró que Bucha era segura para volver a entrar, Volodymyr y Serhiy partieron hacia el edificio. En el interior, encontraron sangre seca en el piso de las escaleras y fotografías personales esparcidas. En todas las puertas se podían ver los agujeros de los disparos de escopeta, a veces uno, a veces cuatro o cinco.
Las puertas con placas de acero habían sido forzadas. En una puerta de madera, donde la cerradura no había cedido a los repetidos disparos, los soldados rusos parecían haberse frustrado y abierto un agujero justo en el medio de la puerta hacia el apartamento.
Detrás de otra puerta, estaba claro que los propietarios habían empujado una mesa pesada contra el marco en un intento fallido de mantener alejados a los invasores.
Cuando Volodymyr y Serhiy llegaron al sexto piso, vieron que la escopeta había sido utilizada en la puerta del apartamento 83. Del interior salía un olor rancio. Los rusos habían destrozado el apartamento. Habían roto las rejillas de ventilación e incluso el desagüe del baño... “en busca de dinero”, supuso Serhiy.
Cuando entró en la habitación de Vitaliy, sufrió el primero de varios golpes a sus esperanzas de encontrar a su hermano con vida. En la almohada había una profunda mancha de sangre y la sangre salpicó las paredes detrás de la cama. Entre el desorden, en el suelo, había dos casquillos de bala de 7,62 mm, el calibre que utiliza el ejército ruso en sus rifles. “Se podía ver que un hombre había sido asesinado aquí”, dice Serhiy. “Pero no había ningún cuerpo”.
Entonces Volodymyr y Serhiy comenzaron a buscar a Vitaliy, sabiendo que su búsqueda ahora probablemente era ahora de un cuerpo y no de un hijo y un hermano vivo que pudieran sostener nuevamente en sus brazos. Serhiy lleva una fotografía de pasaporte de Vitaliy. “Buscamos y buscamos”, dice, “y al principio buscábamos su rostro”.
Detrás del edificio, junto al bosque, encontraron lo que parecía ser una tumba poco profunda y comenzaron a cavar. Tomó tiempo exhumar los restos allí. Primero vieron un edredón con estampado de flores que no reconocieron y sus corazones encontraron algo de esperanza.
Pero cuando subieron el cuerpo vieron que dentro del edredón había una cortina del apartamento de Vitaliy. Entonces vieron los zapatos del muerto y creyeron reconocerlos. La luz se estaba desvaneciendo en ese punto y tenían que estar en casa antes del toque de queda, por lo que cubrieron el cuerpo con la sábana. Quedaban algunas esperanzas.
“Hoy fue la comprobación final”, dice Serhiy, mirando el cuerpo. “Hoy le quitamos los zapatos y le vimos los pies”. Debido a que los pies de Vitaliy habían estado dentro de calcetines y zapatos, están mejor conservados que el resto de su cuerpo después de un mes en la tierra. “Vimos la forma de sus pies”, dice Volodymyr. “Luego observamos la forma de la nariz y las manos”, añade Serhiy. “Y sabíamos que era nuestro familiar”.
Volodymyr había comprado el pequeño apartamento en Bucha dos años antes, una inversión en el futuro de su hijo. Vitaliy había sido cocinero en un restaurante en Kiev, hasta que llegó la pandemia y lo despidieron. Trabajó en la construcción y buscaba algo más estable, pero tenía una novia a la que amaba y un perro, y ahora un departamento en un lindo vecindario.
Le encantaba pescar y cazar, buscar hongos en su tiempo libre y cocinar. “Él estaba viviendo una vida pacífica aquí”, dice Serhiy. “Era un tipo normal, eso es todo, un hombre de buen corazón”. “Era un buen hijo y un buen hermano”, asegura Volodymyr, tratando de contener las lágrimas.
En la parte delantera del edificio, el oficial Kushnir está completando su informe policial. Volodymyr se dirige a su carro y toma dos pequeños pedazos de cartón y escribe su nombre y número de teléfono y el nombre y la dirección de Vitaliy en cada uno.
Luego pide a unos vecinos cinta transparente para tapar la tinta, porque la lluvia comienza a caer con más fuerza sobre Bucha, y vuelve al cuerpo, esta vez sin guantes quirúrgicos, para atar un trozo de cartulina al tobillo de Vitaliy y otro a su muñeca. “No quiero que se pierda el cuerpo de mi hijo”, dice.
El oficial Kushnir termina su informe y llama a Lobas. El jefe hará arreglos para que pase la camioneta que recoge los cuerpos. Volodymyr y Serhiy se refugian de la lluvia y esperan a que llegue la camioneta.
A medida que avanza el día, el puesto de mando de Lobas en el salón de clases se vuelve más ocupado. Los oficiales van y vienen, presentando informes de las muertes. La lista en el escritorio se hizo más larga y su teléfono sigue sonando. Una mujer muerta ha sido encontrada en un pozo junto a una columna destruida de tanques rusos.
Hay otro cuerpo en el noveno piso de un edificio. Un conductor de una de las camionetas llamó para decir que no podía encontrar el cuerpo que había sido enviado a recoger. Una mujer entra personalmente al salón de clases para informar que su vecino ha muerto. Dos de los departamentos de policía del distrito de Bucha habían sido destruidos en el asalto ruso y Lobas hace esfuerzos para obtener recursos.
No hay suficientes bolsas para cadáveres. Su equipo también se ha reducido en los días anteriores. “Los que eran débiles se fueron desde el principio”, dice. Lobas recibe otra llamada. “¿Nueve?”, pregunta. “¿Dónde?”
La llamada proviene de una unidad en un departamento de policía vecino. Nueve cuerpos fueron enterrados en un campo cercano. Lobas cuelga y marca a una de sus unidades móviles. “El equipo allí está exhausto y no les quedan bolsas para cadáveres”, dice.
“Han estado recolectando cuerpos todo el día. Por favor, ve y ayúdalos ahora. Encuentra bolsas para cadáveres y ayúdalos a empacar los cuerpos”, ordena a un adjunto. Las nueve tumbas están ordenadas en fila al borde del campo, detrás de una cerca al final de un camino de tierra. Los muertos habían sido enterrados por sus vecinos durante la ocupación rusa y ahora están siendo exhumados por los mismos vecinos, con la ayuda de la policía.
“Algunas de estas personas murieron porque no pudieron obtener medicamentos y otras fueron asesinadas por los rusos”, dice Gennadiy, un ucraniano de 45 años. “Estos eran nuestros vecinos”, agrega, con una mirada de profunda ira en su rostro.
“Aquí está Tolya, del edificio de al lado, y otro vecino. Aquí hay otra persona que conocí del edificio contiguo. Este hombre tiene una herida de bala, no lo conocíamos pero encontramos un pasaporte en su cuerpo. Este anciana tenía diabetes severa y tratamos de sacarla de Bucha pero no había cómo, así que murió. Este hombre salió a caminar con su perro y no volvió. No somos patólogos pero parece que le dispararon”, cuenta.
El trabajo para retirar los cuerpos es duro. Los habían enterrado bien, en tumbas profundas, y la lluvia empapaba el barro y lo volvía resbaladizo. Gennadiy, con una capa impermeable de plástico verde, trepa a cada tumba, una tras otra, y remueve la tierra de alrededor de los cuerpos para poder atarlos con gruesas correas para izarlos.
Cada cuerpo había sido envuelto en lo que tenían a mano: cortinas, mantas de diferentes colores y diseños. Son examinados por la policía y cualquier herida evidente es fotografiada con un iPhone. Después de un rato, llega la camioneta. Los cuerpos son cargados en el interior. El cielo está gris y la lluvia sigue cayendo.
En el edificio de apartamentos de Vitaliy, Volodymyr y Serhiy esperaron todo lo que pudieron a que llegue la camioneta. Está oscureciendo y necesitan volver a casa. El cuerpo de Vitaliy tendrá que pasar otra noche en el suelo.
Ya es demasiado tarde para cumplir con el toque de queda de las 9:00 PM en Kiev, pero en los puestos de control militares a lo largo de la ruta muestran el informe de la muerte de su familiar y les permiten pasar. Al amanecer del día siguiente, el padre y el hijo se levantan y emprenden el viaje de regreso a Bucha.
No pueden esperar más a la camioneta, cargan el cuerpo de Vitaliy en la parte trasera de su automóvil y se dirigen a una morgue en la ciudad de Boyarka, aproximadamente a una hora hacia el sur. Antes de la invasión, el personal de la morgue de Boyarka recibía alrededor de tres cuerpos por día, la gran mayoría de ellos muertos por causas naturales.
Desde que Bucha fue liberada, han estado realizando autopsias a unos 50 cuerpos por día, el 80% de los cuales fueron muertes violentas, dice Semen Petrovych, de 39 años, quien ha sido el experto forense allí durante 16 años.
La morgue, un pequeño edificio anexo en la parte trasera de un hospital, acababa de adquirir dos camiones frigoríficos alquilados y ambos están llenos de cuerpos. Las bolsas para cadáveres yacen en el piso junto a los camiones, contra una cerca, y a ambos lados de la entrada de la morgue. “No hay suficiente personal y no hay suficiente espacio”, dice Petrovych, el experto forense. “Incluso si tuviéramos más personas, ¿dónde pondríamos los cuerpos?”.
Normalmente haría una autopsia cuidadosa en cada cuerpo e imprimiría un certificado de defunción. “Ahora solo los diseccionamos rápidamente y escribimos algo simple a mano”, admite. Volodymyr y Serhiy no son los únicos que traen un cuerpo. Los autos privados se detienen en la morgue y sacan los cuerpos envueltos en mantas y alfombras.
Tatiana Zhylenko busca el cuerpo del padre de un amigo que estaba en el extranjero. Oleksander Zakovorotnyi viene por su suegro, quien, cuando los rusos cortaron el suministro de gas en pleno invierno, instaló un calentador improvisado con un cilindro de gas, pero se durmió y se envenenó cuando la llama se apagó.
Volodymyr y Serhiy esperan afuera hasta que los llaman para identificar a Vitaliy. Están de pie dentro de la morgue estrecha y de techo bajo, donde hay cuerpos en el suelo y en cada camilla y el olor es insoportable. Tienen que meterse entre dos camillas, junto a un cadáver abierto, para acercarse al cuerpo de Vitaliy, y lo registran en busca de cicatrices que pudieran recordar. Le repiten al patólogo que creen reconocer sus pies. Volodymyr mira hacia otro lado. Está luchando con la duda y la esperanza.
Después, camina detrás del camión frigorífico y se queda solo sollozando, con el pecho agitado por las lágrimas. El cuerpo de Vitaliy es colocado en una bolsa para cadáveres etiquetada con el número 552: el cuerpo número 552 procesado por esta pequeña morgue desde principios de año, casi el doble de la cifra en un año normal.
La policía toma huellas dactilares y les dice a Volodymyr y Serhiy que la identificación formal tomará alrededor de un mes debido a la acumulación de trabajo, pero que por lo demás ya pueden llevarlo al cementerio para ser enterrado.
En lugar de esperar a la camioneta para cadáveres, Volodymyr y Serhiy vuelven a subir a Vitaliy con cuidado a la parte trasera de su coche y lo conducen durante más o menos una hora hasta Bucha, pasando por las hileras de casas destruidas y los lugares donde los cadáveres habían estado tirados en las calles durante semanas.
En el cementerio, que ya está lleno, se están cavando nuevas tumbas fuera de la cerca en una delgada franja de tierra a lo largo del camino. Un sacerdote entona los ritos funerarios sobre un ataúd. La madre del muerto llora. Volodymyr y Serhiy entran en el cementerio y descargan a Vitaliy junto a una larga fila de bolsas para cadáveres dispuestas en el suelo.
Debido a que Vitaliy ya había sido identificado y sería enterrado aquí en Bucha, lo colocan en un simple ataúd de madera y le otorgan la pequeña dignidad de descansar dentro de un edificio de ladrillos en los terrenos del cementerio.
Lo enterrarán dentro de dos días. Volodymyr y Serhiy salien del cementerio y el primero decide que, aunque está lejos de su casa en Kiev, comprará allí un terreno para su esposa Lily, la madre de Vitaliy, que padece un cáncer en etapa terminal, para que cuando llegue el momento pueda descansar cerca de su hijo.
Dos días después, en una mañana brillante y fría en Bucha, la familia se reúne en el cementerio. Una vez más, Volodymyr y Serhiy toman la delantera y entran al edificio de ladrillos para prepararse para llevar el ataúd. Lily se sienta afuera en un banco, fumando un cigarrillo, sola entre las bolsas para cadáveres.
El ataúd es llevado a un pedestal de piedra y la familia se junta a su alrededor mientras el sacerdote lee los ritos funerarios. Luego Vitaliy es llevado a una de las tumbas recientes a lo largo del borde de la carretera fuera del cementerio y es sepultado. Volodymyr todavía está con la duda. “Espero que las huellas dactilares muestren que este no era mi hijo”, dice.
Más tarde ese día, de vuelta en la escuela abandonada de Bucha, Lobas está sentado en su pupitre, escuchando atentamente a un hombre que ha venido en persona para pedir ayuda para encontrar a un pariente que había oído que estaba en una fosa común.
Quiere darle una foto a Lobas, pero Lobas le explica que no es así como se hacen las cosas. “No podemos andar abriendo todas las bolsas para cadáveres”, dice. “¿Entiendes? Perdería demasiado tiempo”. Lobas le explica que tuvieron que empezar a enterrar los cuerpos no identificados, porque no había suficiente espacio en las morgues.
Pero le asegura al hombre que se están tomando huellas dactilares y fotografías. “Aunque los cuerpos están siendo enterrados, la información se procesa”, explica. Las llamadas siguen entrando: un cuerpo en la calle Yablunska, otro cuerpo al lado de una escuela...
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