La nueva odisea de los cubanos que buscan entrar en EE.UU.
Buscan evitar la deportación con el pedido de asilo político
LA NACION
NUEVO LAREDO, México.- El cubano de 29 años, ex conductor de autobuses, se coloca un cigarrillo en los labios y les habla a otros dos amigos que caminan enfurecidos por el puente que lleva de México a los Estados Unidos, mientras discuten si deberían entregarse o no a la patrulla fronteriza para pedir asilo político y arriesgarse a quedar detenidos durante meses.
Lo que dice Alberto Ramírez es que los tratarían peor si regresaran en Cuba. Yoanny Iglesia Jiménez (34 años), empleado en una cantina de la ciudad de Guantánamo, asegura que confía en que las autoridades estadounidenses los tratarán bien. Yoe Luis Santana (37 años), de La Habana, sostiene que está preparado. José Ángel Castañeda, también de La Habana, se limita a decir que sólo Dios puede decidir su destino, pero que después de vender todo lo que tenía en Cuba y atravesar doce países, no le queda más remedio que intentar de todas maneras el ingreso a los Estados Unidos. Están listos para entregarse.
"Viajamos durante mucho tiempo y largas distancias sin saber si sobreviviríamos", dice Castañeda. Entonces se voltea hacia sus compañeros, entre ellos Yanitsy Correoso Rivero, de Guantánamo, la única mujer del grupo. "Nosotros cinco vamos a cruzar", anuncia.
Los cinco cubanos se entregaron a las autoridades estadounidenses en el puente internacional que une Nuevo Laredo, en México, con Laredo, en Texas, en los Estados Unidos, y aseguraron que preferían quedar detenidos por inmigración ilegal que regresar a Cuba.
Los cinco describieron el esfuerzo que les llevó llegar a los Estados Unidos y la conmoción que sintieron al enterarse, el jueves último, que las autoridades norteamericanas habían puesto fin a la política inmigratoria de "pies secos, pies mojados", que durante dos décadas, desde el gobierno de Bill Clinton, le dio la bienvenida a cualquier cubano que tocara tierra estadounidense. La decisión de solicitar asilo presagia un enorme problema para los tribunales si otros cubanos que buscan establecerse en los Estados Unidos toman decisiones similares. Se calcula que miles se estaban dirigiendo a los Estados Unidos cuando Barack Obama eliminó la ley. Según las estadísticas, 34.600 cubanos entraron por Laredo en 2016. Eso representa un 35% más que en 2015.
Funcionarios del Departamento de Seguridad Interior informaron ayer que los cinco cubanos serán tratados como cualquier otro inmigrante que se presente en la frontera. "El Departamento de Seguridad Interior ya no dará preferencia especial a las solicitudes de los ciudadanos cubanos que llegan a los Estados Unidos, y pueden quedar sujetos a una deportación expedita -informó Gillian Christensen, vocero de ese departamento-. Pero como los ciudadanos de otros países, los cubanos pueden pedir asilo y tienen a su disposición otras formas de protegerse contra la deportación."
Para poder recibir asilo, los solicitantes deben demostrar que tienen fundados temores de ser perseguidos por razones de "raza, religión, nacionalidad, pertenencia a un grupo social particular o tener opiniones políticas particulares".
Algunos abogados consideran que los cinco cubanos detenidos en la frontera enfrentan la perspectiva de pasar varios meses en un centro de detención, pero que eso les dará la oportunidad de probar que sus temores de ser perseguidos si regresan a la isla son creíbles. Bryan Johnson, abogado de inmigración que ha estudiado las leyes cubanas al respecto, sostiene que el castigo que los espera haría que Vladimir "Putin parezca un ángel".
Un agente fronterizo detuvo a los cinco inmigrantes a unos 10 metros del puesto fronterizo de Laredo. Castañeda y Jiménez dieron un paso adelante. Anunciaron que querían solicitar asilo.
"Ustedes quieren entrar -les dijo el agente-. Pasen por acá".
Los cinco se pusieron nerviosamente en fila, con las emociones a flor de piel. "No se olviden de nosotros", le dijo Castañeda al reportero que los siguió durante todo el recorrido, desde el puente hasta el puesto de migraciones.
Franco Ordoñez
LA NACION
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