La nube gris que hizo huir a muchos
TOKIO.- El gobierno japonés dice todo el tiempo que la radiactividad en el ambiente se encuentra dentro de lo "tolerable" para la salud. Pero bastó que una nube gris se instalara sobre esta capital a mital de la mañana para empujar a miles de indecisos a dar el paso de abandonarla. Pero no hay que engañarse: lo que se vio fue apenas una cucharada de histeria. Porque si se hiciera contagiosa, no habría manera de sacar al mismo tiempo a los más de 35 millones de personas que viven en la ciudad, una de las más pobladas del mundo, y en sus alrededores.
Aun así, con esa muestra en miniatura había más nerviosismo y trajín en las salas de espera del aeropuerto doméstico de Haneda que en las habitualmente bulliciosas calles de la ciudad, hoy casi desiertas. Las azafatas, en cambio, tuvieron que imponerse a fuerza de altavoces para ordenar las colas eternas que precedían el acceso a los controles de seguridad. Había electricidad en el ambiente, pero no pánico ni desbordes.
"Que ahora vengan los pasajeros con vuelos antes de las 3.15", dijo una de ellas, y la instrucción hizo que avanzara un más que nutrido pelotón. Una mujer vacila: su vuelo es de las 3.20 y jamás osaría violar la norma, ni aunque fuera por una diferencia de cinco minutos y con el miedo de crisis nuclear encima.
Los japoneses no abandonan el país pero empiezan a buscar refugio en zonas alejadas de la agonizante central de Fukushima . Hay, sobre todo, muchos chicos entre los pasajeros. Para ellos el viaje a provincias tiene sabor de aventura: difícilmente sepan de la suerte que tienen.
Con cada hora que pasa se hace evidente que las autoridades se quedan sin recursos para contener la tragedia, a la que se sumó ayer una intensa nevada en la zona más afectada por el sismo. No hay pausa en el castigo que viene cayendo sobre esta geografía y esta sociedad.
Pero el mundo se divide entre los que creen y los que no. Y la sociedad japonesa parece estar irremediablemente en la primera banda porque, aun con todo en contra, cree. "Gracias por haber venido, regrese pronto", despide, una y otra vez, la recepción del hotel a los pasajeros que adelantan su partida. En rigor, ya no queda casi nadie.
"Tengo los nervios a la miseria", dice una australiana que regresa a casa. Ella puede irse, pero hay millones que no tienen dónde y, antes que eso, no tienen cómo: no hay nafta, los cortes de energía minan el servicio de trenes y los caminos en la zona más afectada están, en buena parte, intransitables. Para millones de personas, la situación es como una enorme trampa en la que quedaron encerradas.
El escenario es tan confuso que ya ni lo que se insinúa como buena noticia mantiene por mucho tiempo tal condición. Ayer pareció alentador que pudiera elevarse de 50 a 180 el número de operarios que ingresaban en la planta para tratar de estabilizarla. "Son samuráis de la tecnología", dijo un cronista, mezclando la tradición japonesa con la desesperada lucha por enfriar los reactores.
Pero la buena noticia no duró mucho. Al poco tiempo los mismos hombres tuvieron que salir por donde habían venido, tras haber soportado niveles de radiación superiores a los razonables.
Hay que estar atento a todo: a los niveles de radiación, a la alarma contra terremotos, al informe de situación en la batalla contra el calentamiento de los reactores y a la forma que podría tener el desenlace. "Crisis nuclear", se repite, pero el concepto es un fantasma aterrador sin forma ni color precisos.
La inmensa mayoría de los millones de personas que andan por aquí en estos días ignora por completo si se le metió o no radiactividad en el cuerpo.
Para enervamiento de los extranjeros, los japoneses evitan la palabra "catástrofe" porque, en un sitio muy profundo, creen que si la pronuncian la invocan. Actúan como quien la ha derrotado, convencidos de que ésa es la primera forma de la victoria.
Pero, sin pronunciarla, hablan de ella. Si algo paralizó a la gente frente a las pantallas no fue la espeluznante visión de los reactores sino la súbita aparición por televisión del emperador Akihito, con un mensaje de unidad y llamado al temple.
Hubo corrillos no vistos en estos días, porque la sola comparecencia de la cabeza imperial les estaba diciendo algo muy grave. Tradicionalmente, eso no ha pasado sino en guerras y en terremotos.
Poco se sabe, a estas horas, de los cientos de miles de personas obligadas a permanecer en sus casas en el perímetro de entre 20 y 30 kilómetros alrededor de la planta atómica.
Los principales medios informativos internacionales restringieron su cobertura allí y evacuaron a buena parte de sus cronistas a zonas más seguras (ver aparte). La televisión local, en tanto, repetía un video con idílicas imágenes en un jardín de infantes de la zona, pero no parece que sea ése el mejor reflejo de la situación.
Sensación de abandono
De hecho, el gobierno pedía ayer a empresas privadas ayuda para acercar suministros a una población de la que cada vez queda más claro que no fue evacuada porque no había ya capacidad para hacerlo.
Por momentos, la sensación de abandono mina el temple nipón de esa gente condenada a quedarse al lado de los reactores. "La inquietud y la cólera del pueblo de Fukushima están desbordados", dijo el jefe del gobierno local, Yuhei Sato. Pidió al conjunto de la población un poco de solidaridad para con ellos.
La seguidilla de horrores incluyó ayer dos intensos temblores -uno hacia el mediodía y otro por la tarde-. Pero la sensación de impotencia quedó plasmada en el desesperado gesto de ese helicóptero solitario arrojando agua de mar a baldadas sobre la central averiada, que abría sus fauces como si fuera a tragárselo. Fue un combate con derrota cantada. "No haremos eso, no estamos seguros de que sirva y sería peligroso", había dicho, antes, el primer ministro Naoto Kan.
Poco después, sin embargo, ponía la idea en marcha. Anoche, se insistía con cañones de agua, los mismos que se usan para dispersar manifestaciones. Sin elevar la voz, aquí la gente clama ya por el sosiego de una buena noticia.
"¿QUE DIABLOS SUCEDE?", GRITO EL PREMIER
- TOYOHASHI (ANSA).- El primer ministro japonés, Naoto Kan, interrumpió una reunión de las autoridades de la compañía Tepco, que administra la central nuclear de Fukushima, y les advirtió sobre la falta de información que afronta el gobierno. "¿Qué diablos sucede?", gritó el premier, según la agencia Kyodo, cuyos periodistas fueron testigos de la escena. Kan se manifestó "enfurecido", dijeron. "La televisión dijo que hubo una explosión, pero a la oficina del primer ministro no le dijeron nada durante una hora", increpó Kan a los ejecutivos de la empresa, que hoy acapara la atención mundial por la alerta nuclear.
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