La niña que soñaba con números y luego fue parte de la carrera espacial
Pese a los límites que la segregación racial imponía en los Estados Unidos de los años 50 y 60, Katherine Johnson estudió matemática, ingresó en la NASA y desarrolló los cálculos que permitieron poner a un astronauta en órbita
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“No soy buena para las matemáticas. Cuando era chica, el álgebra me mataba. Logré recibirme de la secundaria gracias a mis maestros, que me hacían pasar, no por mis resultados, sino por mi esfuerzo”. Así que fue con asombro que leí My Remarkable Journey, el libro póstumo de memorias de Katherine Johnson sobre su vida como mujer matemática y negra.
Tal vez recuerden a Johnson por el libro de 2016, Talentos ocultos, de Margot Lee Shetterley, y la película basada en el mismo. Ojalá me hubiera enterado de su historia antes. Como escribe en el prefacio Yvonne Darlene Cagle, la discípula de Johnson en la NASA: “¿Por qué las niñas nunca supimos de su historia, especialmente las niñas de color? ¿Por qué tuve que pasar por tanto sufrimiento y desengaños en mi vida, cuando podría haberla mirado y tomado ejemplo de ella, y avanzar con la cabeza en alto, con su mismo aplomo, gracia y desenvoltura? ¿Por qué no conocí esa voz que le hablaba no solo al mundo, sino a mi corazón, a mi determinación?”
Ahora lo sabemos. La película Talentos ocultos lanzó a Johnson al estrellato internacional cuando ya tenía casi 100 años. Su recorrido –del anonimato y la discriminación a convertirse en la investigadora matemática cuya precisión de cálculo contribuyó a sacar adelante proyectos cruciales, como la puesta en órbita de John Glenn en 1962–, ha sido fuente de inspiración para muchos. Johnson recibió una ovación de pie cuando se presentó en silla de ruedas sobre el escenario de la entrega de los Premios de la Academia en 2017, rodeada del trío de actrices -Taraji P. Henson, Octavia Spencer, Janelle Monáe- que interpretaron a las mujeres protagonistas de Talentos ocultos. Tal vez Johnson no haya ganado un Oscar, pero en su vida rompió muchas barreras, recibió la Medalla Presidencial de la Libertad, entre muchos otros honores, y murió el año pasado, a los 101 años de edad.
La película Talentos ocultos lanzó a Johnson al estrellato internacional cuando ya tenía casi 100 años. Su recorrido –del anonimato y la discriminación a convertirse en la investigadora matemática cuya precisión de cálculo contribuyó a sacar adelante proyectos cruciales, como la puesta en órbita de John Glenn en 1962- ha sido fuente de inspiración para muchos
Como podrán imaginar, el centro de este libro de memorias son los números. Y a Johnson nunca la intimidaron los números: de hecho, la seducían. La simetría, el juego de ecuaciones y fórmulas, siempre estuvieron en su cabeza. “Lo que amaba de la matemática, más que de cualquier otra materia de estudio, era que había una respuesta definida, correcta o incorrecta”, recuerda Johnson. “Yo andaba contando todo lo que veía, y siempre me exigí a mí misma para llegar más y más arriba.”
Johnson dice que heredó la habilidad matemática de su padre, Josh Coleman, a quien lo separaba de la esclavitud una generación y que no había terminado la primaria. “Papá era rápido con los números”, explica. “Sumaba, restaba y resolvía cálculos complejos, todo mentalmente. También podía mirar un árbol y calcular cuántos troncos podía sacarle.”
Johnson escribió su libro de memorias con sus hijas Joylette Hylick y Katherine Moore, quienes se ocuparon de completar el libro cuando Johnson murió. La autobiografía ofrece una perspectiva más personal de la historia que primero se hizo famosa por el libro de Margot Lee Shetterley. En sus memorias, Johnson habla de las disparidades entre su vida real y lo que vio en la pantalla. De su encuentro con el presidente Barack Obama en 2015, dice: “Muchas personas, sobre todo mujeres, me han preguntado que sentí cuando me besó el presidente Obama. Solo puedo decir que fue emocionante.”
Katherine Johnson nació en las montañas Allegheny, Virginia Occidental, en 1918. Sus padres se mudaron a White Sulphur Springs para que sus hijos tuvieran acceso a la educación más allá de la escuela primaria. En aquel entonces, los niños negros que no vivían en ciudades no tenían esa opción. Durante los veranos, el padre y los hijos trabajaban como botones y valets en Greenbrier, un extenso complejo turístico cercano.
De su encuentro con el presidente Barack Obama en 2015, dice: “Muchas personas, sobre todo mujeres, me han preguntado que sentí cuando me besó el presidente Obama. Solo puedo decir que fue emocionante.”
Niña precoz, Johnson saltó varios grados y terminó la escuela primaria a los 10 años. A los 15, comenzó la universidad en la Universidad Estatal de Virginia Occidental (por entonces Colegio Estatal de Virginia Occidental), donde se destacó en francés, inglés, música y, para sorpresa de nadie, también en matemáticas. Su mentor en la universidad fue William Waldron Schieffelin Claytor “que era el tercer negro en todo el país que había obtenido un doctorado en matemáticas”. Fue Claytor quien le sugirió a Johnson una carrera de investigación en matemática, y creó especialmente para ella un curso de “Geometría analítica del espacio”. A los 19 años, Johnson consiguió su primer trabajo, como maestra. “Después crecí y supe que la ley me ordenaba sentarme en la parte trasera de los autobuses, ocupar los palcos más altos en los teatros, y usar bebederos y baños para gente de color, debido a mi raza”, escribe Johnson. “Pero decidí creerle a papá: yo era igual de buena que cualquier otro, pero no mejor.”
El relato de Johnson no solo cuenta el éxito de una mujer, sino la historia del siglo XX, incluido el cambio de rol de las mujeres en la fuerza laboral, el movimiento por los derechos civiles y la carrera espacial. Y en todos esos aspectos, la figura de Johnson es sumamente relevante.
En 1940, por ejemplo, la Universidad de Virginia Occidental decidió admitir a tres estudiantes negros para que se integraran al campus. Uno de ellos era Johnson, la única mujer del grupo, y aprovechó la oportunidad para hacer su posgrado. El reajuste cultural fue fuerte: por primera vez en su vida, estaba en una institución predominantemente blanca. “No sé si los otros estudiantes sabían quién era yo, o si sabían que era una ‘Negra’, dado que tengo la tez clara” recuerda Johnson. Para entonces ya estaba casada, y dejó la universidad cuando quedó embarazada.
La pareja crió a tres hijas y finalmente se mudó a Newport News, Virginia, para tener mejores oportunidades laborales. En 1952, trabajó como maestra suplente, y enseñaba “ecuaciones cuadráticas, construcción geométrica, logaritmos, polinomios, lo que fuese”. Desde un primer momento, “mis alumnos recibían el mensaje de que las matemáticas están en todas partes y no hay que tenerles miedo”. Finalmente, solicitó un trabajo en el Comité Asesor Nacional de Aeronáutica (NACA, el predecesor de la NASA) y en 1953 fue contratada como matemática, puesto que por entonces tenía el nombre de “computadora”.
Viuda a los 38 años en 1956, Johnson siguió con su ascenso profesional. Entonces llegó el movimiento de derechos civiles y cambió para siempre Estados Unidos. Comenzó la carrera espacial y Johnson estaba en el centro de todo. No se jubiló hasta 1986, y fue testigo de muchos avances en el espacio, aportando hasta el final sus habilidades matemáticas. En sus últimos años, los homenajes se multiplicaron, pero Johnson mantuvo una notable humildad. “Si en mi vida hice algo para merecer esto, es porque tuve grandes padres que me enseñaron lecciones simples pero poderosas, que me sostuvieron en los momentos más difíciles”, reflexiona hacia el final del libro. “Siempre estuve orgullosa de mi trabajo, pero nada lo hice sola.”
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