LA NACION en Ucrania: Las míticas catacumbas de Odessa, convertidas en refugios antibombas
Con 2500 kilómetros de largo es considerado el sistema de galerías subterráneas más largo del mundo
ODESSA, Ucrania.- El pasado que siempre vuelve. En tiempos normales las catacumbas de Odessa suelen ser un museo. Ahora este impactante sistema de galerías subterráneas considerado el más grande del planeta porque tiene unos 2500 kilómetros, donde jamás se enterraron los muertos, como en Roma, sino que sirvió como escondite de contrabandistas del legendario puerto del sur de Ucrania, o como refugio de partisanos durante la Segunda Guerra Mundial, vuelve a utilizarse para salvar vidas.
Cuando suenan las sirenas que advierten de un enésimo ataque con misiles lanzado por Rusia desde Crimea sobre esta ciudad portuaria clave, los vecinos del barrio de Moldavanka saben adónde ir a refugiarse.
“Aquí pueden entrar entre 500 y 700 personas”, explica a LA NACION Alexander, director del Museo llamado “Secretos de la Odessa Subterránea”, que, desde el 24 de febrero, cuando comenzó la invasión de Vladmir Putin contra esta exrepública soviética rebelde, pasó a funcionar como un impactante e inmenso refugio.
“Con el comienzo de la guerra cambió todo: ya no funciona el museo, lógicamente y este sector de las catacumbas, que en el centro de Odessa cuenta con una red de túneles de unos 20 kilómetros, pero que en la región, un total de 2500 kilómetros, sirve como búnker para los vecinos del barrio”, afirma Alexander, que acompaña a LA NACION en un recorrido a más de 20 metros bajo tierra.
“Cuando caen los misiles, no hay nada más seguro que este lugar”, agrega Robert, su acompañante, que precisa que, en tiempos normales, antes de que la locura de Putin cambiara dramáticamente la vida de los ucranianos, en estos fascinantes y a la vez lúgubres laberintos subterráneos, en cuyas paredes incluso se ven viejos graffitis, también se organizaban fiestas, celebraciones, eventos.
Excavadas en piedra caliza, se desconoce la antigüedad de las catacumbas de Odessa. Un lugar que, más allá de la humedad, luce hoy totalmente organizado para que se refugien centenares de personas. Si bien, luego de bajar una escalera bastante empinada que arranca en un patio rodeado de monoblocks de la era soviética, en una de las entradas se ven cascos -que solían ser utilizados por los visitantes del museo-, ahora se ven botellas de agua, paquetes de comida, colchonetas inflables, mantas, bolsas de dormir. Algunas cuevas adyacentes a los largos corredores oscuros se han transformado en virtuales habitaciones que ostentan incluso un aparato de wi-fi -imprescindible para saber qué pasa afuera-. No faltan los baños e incluso, sobre virtuales bancos se madera, se ven peluches, libros y juegos para que los niños puedan pasar el rato bajo tierra lo mejor posible.
Las catacumbas de Odessa -que nadie sabe si también ocultaron a los jerarcas nazis que desde su legendario puerto escaparon a América Latina finalizada la Segunda Guerra Mundial-, comenzaron a crecer de forma asombrosa y laberíntica durante el siglo XIX. Fue entonces cuando se empezaron a extraer masivamente grandes bloques de piedra de las canteras de la ciudad para construir edificios.
Al volverse luego Odessa un legendario y cosmopolita puerto del Mar Negro, los subterráneos se convirtieron luego en refugio de rebeldes, criminales y excéntricos. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los soviéticos fueron obligados a salir de la ciudad, dejaron decenas de grupos armados ocultos bajo el suelo de la ciudad, tomada por los invasores. Este ejército subterráneo se dedicaba a sabotear y espiar a los nazis llevando una vida insalubre y peligrosa. Tras la guerra, las catacumbas pasaron a ser el hogar de los contrabandistas.
“Más tarde, durante la Guerra Fría, cuando se temía una conflagración atómica, las catacumbas fueron otra vez consideradas una buena solución para refugiarse”, agrega Alexander, que destaca que es imposible entrar sin un guía porque es muy fácil perderse en este laberinto subterráneo, aún no totalmente explorado y lleno de secretos. “Se trata de uno de los mejores bunkers de Odessa, sobre todo si el loco de Putin decide lanzar un ataque químico o nuclear”, asegura.
Si bien durante la visita no hay nadie porque es una mañana de sábado tranquila, la noche anterior sí bajó mucha gente. Como ya casi se ha vuelto una rutina, las sirenas sonaron y, como confirmó a LA NACION Sergei Bratchuk, oficial de la administración militar de Odessa, tres misiles Iskander cayeron en la región de Odessa provenientes de Crimea, territorio ocupado y anexado por Rusia en 2014. “Hay heridos, pero no puedo dar más detalles en este momento”, confirma Bratchuck, que admite que hay preocupación en Odessa por posibles ataques rusos desde Transnistria, un territorio de Moldavia ocupado por Rusia donde hay fuerzas del Kremlin, que queda al oeste de esta ciudad.
“Sabemos que hay una amenaza desde Transnistria y los planes de defensa de Odessa y de la región están en fase de elaboración. Pero quiero subrayar que la situación está bajo control y que nuestro sistema de defensa antiaérea está funcionando”, asegura el militar.
La respuesta de Odesa a la amenaza latente de una invasión rusa, la resiliencia y la resistencia, puede palparse a las dos de la tarde en el mercadito de pulgas de Knishka. Allí la gente se congregó a escuchar un concierto que el Club de Jazz de la calle Uspenska ofrece desde un balcón. Juliana, dueña del local que se levanta en un edificio tipo colonial de cuatro pisos parecido a uno de San Telmo, explica que organizó este evento “para levantarle el ánimo a los vecinos de Odessa que no se fueron” y, también, para darle trabajo a los músicos que trabajan con ella que se quedaron, “que están muy estresados”.
Juliana cuenta a LA NACION que sus padres, que viven en un pueblo de Missouri, Estados Unidos, la llaman todos los días, alarmados, para decirle que se vaya de Odessa. Pero ella, que tiene 30 años y es directora de teatro, no quiere. “La verdad es que el 24 de febrero teníamos las valijas listas y estábamos por partir junto a mi marido, que es actor, pero al final no lo hicimos... La verdad es que no me veo como una refugiada”, cuenta. “Y la decisión fue buena porque, más allá de las sirenas y los misiles que nos disparan, la situación es tranquila: no fuimos bombardeados como la ciudad de Mariupol, que ya no existe o la de Kharkiv. Así que nos quedaremos acá, al menos hasta cuando sea posible”, dice.
¿Teme que los rusos lleguen a Odessa? “No veo cómo los rusos pueden llegar a Odessa sin entrar con tropas desde Moldavia o desde la ciudad de Mykolaiv o sin un ataque anfibio desde el mar. No veo que tengan oportunidades. O, al menos, quiero creer que no es posible”, contesta, optimista.
¿Estaría dispuesta a ceder la península de Crimea y la región del Donbass, como pretende Putin, para llegar a un acuerdo de paz? “No me toca a mí decidir, pero la verdad es que no sé cómo podríamos llegar a conectar con la mayoría de la gente que vive allí, que no es muy diferente a la que vive en Rusia”, dice. “No sé cómo podríamos hacerle entender la verdad y cómo podríamos recuperar, mentalmente y éticamente, a esta gente, que vive en un mundo de propaganda”, agrega. “Es muy difícil. Aunque Crimea y el Donbass son parte de Ucrania, no sé cómo podríamos conectarnos con la gente que vive allí -insiste-, sobre todo después del derramamiento de sangre que estamos viendo”.