LA NACION en Ucrania: el video una noche en un refugio de Kiev, en medio del asedio ruso
En la segunda jornada de la invasión, las familias que todavía no huyeron de la capital se refugiaron en bunkers por toda la ciudad
Quien no había logrado escapar ayer, durante una segunda noche de pesadilla en Kiev, volvió a tener que refugiarse en las entrañas de la ciudad, en búnkers, estacionamientos y estaciones de metro de una ciudad totalmente fantasma. Al menos tres veces, el ulular tétrico de las sirenas de alarma obligaron a todos, incluso a corresponsales de guerra, a bajar a los refugios.
Allí podían palparse el terror, el desamparo, la angustia, el desasosiego. Y las historias, los rostros, las personas que hay detrás de esta guerra en el corazón de Europa que, ya no hay duda, marcará un antes y un después en cuanto a los equilibrios geopolíticos del mundo.
Entre las 50 personas refugiadas en el estacionamiento subterráneo del hotel donde se encuentra esta corresponsal, el Radisson Blu del barrio del centro norte de Podin, la mayoría eran ucranianos, junto a una minoría de periodistas internacionales. Había familias con muchos niños, adolescentes, ancianos, una joven discapacitada totalmente desorientada que cada tanto lanzaba sonidos guturales, perdida en ese contexto desconocido y hostil, e incluso mascotas inconscientes del drama.
Algunos habían logrado hacerse de un colchón tirado en lo que era la parte de servicio subterránea del hotel, transformada en comedor-dormitorio. En medio de una muy buena organización, el personal del hotel, evidentemente aterrado pero preparado y acompañado en buena parte por familiares, daba instrucciones con gentileza y firmeza. Cuándo bajar al búnker, cuándo salir, cuándo volver a bajar. “Mejor quedarse abajo ahora, hay explosiones”. También repartía mantas para quienes se habían instalado en sillas colocadas en el garaje, zona más fría, e incluso fármacos para quienes de repente acusaban dolores de cabeza fruto de la tensión, el miedo a no saber qué viene, qué pasa, qué pasará.
“Hace diez años vinimos a misionar a Kiev y nunca nos imaginamos que podría llegar a pasarnos algo así, la guerra”, dijo a LA NACION Sara Aguilo (41), madre de Joaquín (15), Amparo (13), Agustín (11), las gemelas Irene y Sara (9), Vicent (7), Esteban (5) y Loreto (2). Mientras ella, ama de casa, intentaba controlar esa tropa, que parecía divertirse con esa extraña aventura, su marido Joaquín Carbonell (45), que enseña español en la Universidad Municipal de Kiev, con el celular se la pasaba conectado con personal de la embajada española que les había prometido evacuarlos en el primer convoy que pudiera salir de la capital, con rumbo a Polonia.