LA NACION en Ucrania. El pueblo con playas paradisíacas que se convirtió en un infierno: “No entiendo por qué bombardearon acá”
La localidad balnearia de Zatoka, que queda a 40 kilómetros al sur de Odessa, el mayor puerto de Ucrania, pasó a ser una zona militarizada y blanco de constantes ataques rusos
ZATOKA, Ucrania.- Antes del 24 de febrero “Zatoka”, palabra que en polaco y ucraniano significa “bahía”, era sinónimo de verano, mar, playa, diversión, vacaciones, relax. Ahora es todo lo contrario. La “operación especial” de Vladimir Putin transformó esta localidad balnearia que queda a 40 kilómetros al sur de Odessa, el mayor puerto de Ucrania, en un infierno. En una zona militarizada que es blanco de constantes ataques rusos.
Ya no queda casi nadie en los pueblitos que vivían del turismo de fin de semana e internacional, llenos de hoteles, cabañas, piletas, restaurantes sobre el mar con terrazas con vista espectacular. Todo el mundo fue evacuado porque desde el 24 de febrero aquí caen misiles a diario. La invasión de Putin se transformó en una guerra de desgaste, por el control del sur del país y del acceso al Mar Negro, desde la península de Crimea, territorio anexado por el Kremlin en 2014.
El por qué es simple: se trata de una zona estratégica tanto a nivel económico -el turismo del fin de semana y del verano atraía a millones de personas- como militar.
Más allá del paisaje paradisíaco, con playas de arena de un lado y del otro, la bahía formada por una lengua de tierra que separa el Mar Negro del estuario del río Dnister, uno de los más importantes de Ucrania, de darse el tan temido asalto de Odessa los rusos desembarcarían aquí. Por eso las playas de arena blanca de toda la región se encuentran en su gran mayoría inaccesibles, porque están minadas.
Pero no es solo eso. Por aquí pasa una vía de ferrocarril que atraviesa un puente, el llamado puente de Zakota, que es clave. Es la única vía que atraviesan todos los autos, camiones y trenes que llegan a esta exrepública soviética desde Rumania con mercaderías y provisiones de todo tipo. Transitan combustibles -bien cada vez más difícil de encontrar- y, sobre todo, armas.
Rumania no solo es parte de la Unión Europea (UE), sino que, antes, en 2004, ingresó en la OTAN. Y, como la vecina Polonia, es puerta de entrada de todos esos armamentos que desde el primer día de esta guerra, reclamó a viva voz el presidente ucraniano, Volodimir Zelensky, para defenderse de la agresión de Putin.
Zona de guerra
Aunque son apenas 40 kilómetros desde Odessa, para llegar a Zatoka hacen falta una hora y media de auto. Se tarda mucho porque desde hace dos meses y medio es una zona de guerra. En los varios checkpoints que deben sortearse, los militares controlan la acreditación del Ministerio de Defensa, a la que, en varias oportunidades, le sacan una foto con el celular.
En el camino se ven varias “dachas”, pulcras casas de fin de semana inmersas en el verde, totalmente vacías. Y pueblitos costeros que también ostentan faros, estaciones de servicio, hoteles y restaurantes, que ahora lucen vacíos, fantasma.
Solo en el pueblo de Karolino-Buazi hay algo de movimiento. Allí ayer un hotel y al menos seis casas cercanas quedaron totalmente destruidas por un enésimo ataque con misiles ruso que hirió a cuatro personas, entre ellas una niña de cuatro años que perdió una pierna, y su mamá, que está grave. Ambas se encuentran internadas.
Aunque a lo lejos se ve el mar, más azul que nunca -aunque se llame Negro-, el olor es a quemado y el ruido de las olas y el viento es tapado por el de las topadoras que trabajan para remover escombros. Se ve, además, una cuadrilla de obreros que, sobre la vía de ferrocarril que se levanta a metros del hotel, intenta reparar un poste de luz también dañado.
Con rostros adustos, también están los dueños de algunas de las casas que se levantan alrededor del hotel, el Villa Reef, que vinieron a contabilizar los daños causados de la terrible conflagración. Aunque la mayoría no quiere hablar con la prensa, algunos acceden.
“Quieren destruir nuestro país”
“Construí con mis propias manos esta casa, la diseñé yo... Terminé de construirla hace dos años y era para disfrutar con amigos, con la familia y también solía alquilarla en verano”, cuenta a LA NACION Sasha, comerciante de Odessa que vino junto a su madre de 75 años, Tatiana, a ver la destrucción de su “dacha”.
Sin ocultar su desesperación, muestra los destrozos. Tanto adentro de su vivienda de madera de dos pisos, como afuera, en el patio lleno de plantas, está lleno de vidrios rotos y escombros. “Los rusos quieren destruir nuestro país, nunca me imaginé que sería posible todo esto. No sé cómo voy a hacer, es muy caro reconstruir todo esto, pero lo haré”, asegura. Desde el balcón del segundo piso la vista que hasta ayer era fabulosa, el mar, la playa, ahora es la de la destrucción impresionante del hotel que tenía en frente. Se trata del tercer hotel arrasado por bombardeos rusos en la zona de Odessa.
El sol pega fuerte -dicen que en la región de Odessa no existe la primavera, sino que del invierno repentinamente se pasa al verano-, y Sasha muestra la casa de su vecina, Polina, que está mucho peor que la suya: se la ve totalmente carbonizada. “Como últimamente los rusos solo habían bombardeado el puente de Zatoka, que queda a tres kilómetros, ella estaba en la casa cuando ocurrió el ataque, a las 9 de la mañana, porque su hijo la había traído desde Odessa para que respirara un poco de aire de mar. Ella tiene 75 años, como mi mamá y ahora está muy mal herida, en el hospital, pero viva”, asegura Sasha, que, al final, conmueve. Me regala uno de los pedazos de misil esparcidos en el suelo: “Normalmente suelo regalar souvenirs del mar, como collares de caracoles, pero ahora llévese esto”.
Alex, un escribano de 37 años, que también vive en Odessa, es dueño de una casa que se levanta a pocos metros. Está removiendo escombros. “Es nuestra casa de fin de semana y de verano y ahora mire cómo está”, lamenta, señalando los daños. “Si hubiéramos estado, no sobrevivíamos. Volaron todas las ventanas... No entiendo por qué los rusos bombardearon acá: no hay bases militares por acá, se trata de casas privadas, de un pequeño hotel que se preparaba para la temporada”, lamenta.
“El puente de Zatoka se encuentra a 3 kilómetros, aquí no hay blancos, el único blanco está ahí”, agrega. ¿Se trata de un error entonces? “Creo que esto es una especie de terrorismo para aterrarnos, pero nosotros no estamos asustados, creemos que vamos a ganar y respaldamos a Ucrania”, asegura este escribano, que al saludar aconseja a los periodistas no quedarse demasiado porque es peligroso y pueden caer más misiles.
Finalmente aparece el abuelo de la niña que perdió una pierna. “No tengo palabras. La pierna y los dedos de mi nieta fueron arrancados por el misil. Ella tiene cuatro años y su mamá también está grave. Las dos estaban en el epicentro de la explosión. Esta era nuestra segunda casa, la habíamos construido para venir con nuestros hijos y con la familia”, comenta, evidentemente shockeado. “Pero ¿qué importa ahora todo eso? Lo único importante es la niña. Ella no para de llorar y estoy desesperado”.