La misteriosa y trágica muerte de nueve alpinistas que aún hoy intriga al mundo: “Vieron algo que no debían ver”
En 1959, los cuerpos de los montañistas fueron hallados esparcidos a lo largo de los Urales; el informe oficial habló de “una fuerza incontrolable” que acabó con la vida de todos
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En una de las laderas de la montaña Jólat Siajl, conocida como la montaña de los muertos, en la cordillera de los Urales, un grupo de 9 expedicionarios rusos apareció masacrado por “una fuerza incontrolable”.
Sus cuerpos fueron encontrados congelados, separados unos de otros y semi enterrados en la nieve, algunos sin ropa de abrigo en un ambiente con temperaturas por debajo de los –10°C, y con inexplicables golpes fatales.
Habían sufrido una muerte violenta.
Era principios de 1959: las autoridades de la Unión Soviética pronto cerraron la investigación sin una explicación concluyente y el expediente se convirtió en secreto de Estado. La decisión del gobierno de Nikita Kruschov motivó la proliferación de al menos un centenar de teorías conspirativas.
Conocido como “el incidente del paso de Dyatlov”, el caso fue reabierto hace tres años, y la hipótesis más aceptada, antes como ahora, fue la de una avalancha mortal. Incluso un grupo de científicos realizó un experimento matemático para abonar la teoría de una inmensa masa de nieve que aplastó a los alpinistas. Otra vez: el caso fue cerrado.
Sin embargo, existen pruebas que no cuadran con la explicación oficial, como que la tienda de campaña estaba en pie al momento del hallazgo de los cuerpos, o los golpes que presentaban los cadáveres, compatibles con la culata de un fusil. Es por eso que las dudas, como las teorías que involucran experimentos militares secretos y excientíficos nazis, todavía persisten.
“El caso es mucho más complejo que una simple avalancha”, cuenta a LA NACION el investigador argentino Laureano Clavero, autor de El enigma del Paso de Dyatlov (Guante Blanco, 2022), un libro publicado en España que reúne todas las hipótesis, las autopsias, los diarios de viaje y las historias de cada uno de los alpinistas que expiraron horrible y misteriosamente en “el monte de los muertos”.
“No tiene sentido la teoría de la avalancha. Mis fuentes criminológicas confirman que los golpes que sufrieron los alpinistas jamás podrían haber sido provocados por una avalancha”, refuta Clavero. “¿Cómo pudo ser una avalancha si la tienda estaba intacta por dentro? ¿Cómo hacés para estar tomando el té en la carpa, viene la avalancha, los mata a todos, los desparrama, y la carpa queda intacta: es imposible”.
Clavero cuenta que sobre el caso se tejieron explicaciones más que delirantes, y que entre la versión oficial soviética de la avalancha como causa de la tragedia y las hipótesis de un Yeti asesino o las abducciones de naves interestelares, con su libro no pretende quedarse con ninguna de ellas, sino aproximarse a la verdad. Que ya de por sí es bastante truculenta.
“El grupo de Dyatlov pudo haber visto algo no debería haber visto”, lanza Clavero. En el marco de la guerra fría, entre experimentaciones secretas, ellos “estaban en el lugar incorrecto”.
Golpes mortales y misiles perdidos
Los cuerpos fueron encontrados en diferentes etapas: el primer hallazgo fue el 27 de febrero y el último el 5 de mayo de 1959. La mayoría de los expedicionarios eran estudiantes de la Universidad Estatal Técnica de los Urales y tenían “un alto grado de preparación como montañistas”, detalla Clavero. “Uno de ellos había participado en la Segunda Guerra Mundial junto al Ejército Rojo”, continúa en su descripción de los perfiles.
El objetivo de la expedición era subir el monte Otorten, a 1234 metros de altura, pero antes de hacer cumbre acamparon en una ladera de la montaña Jólat Siajl (1079 msnm), bautizada como “la montaña de la muerte” por la tribu nativa mansi.
El grupo era liderado por Igor Dyatlov, el más experimentado de los 9 alpinistas. “Después de unas semanas sin noticias de ellos, los rescatistas fueron encontrando los cuerpos desparramados. El panorama era desconcertante. La tienda estaba abatida por los vientos y rajada de forma muy extraña por los laterales, evidentemente por un objeto cortante. Pero seguía en pie”, destaca el investigador.
De acuerdo con las autopsias, los cuerpos presentaban un estado total de congelación, vestía con poca ropa, la nieve los cubría parcialmente y tenía algunas quemaduras. Dyatlov, el líder de la expedición, presentaba heridas en manos, rodillas y cara. A la semana encontraron el cadáver de la joven Zina, y cerca de ella a Rustem, un estudiante de 21 años, con heridas en varias partes de cuerpo y una fractura mortal en el cráneo.
“Las nueve autopsias demostraban que los jóvenes habían sufrido una violencia extrema, la cual desconcertaba a forenses e investigadores”, cuenta Clavero. El 28 de mayo de 1959 se cerró el caso. Las investigaciones concluyeron que los excursionistas habían muerto debido a “una fuerza aplastante” y la zona donde ocurrieron los hechos fue cerrada al público por un tiempo más que sugestivo: tres años.
El autor cuenta que los forenses y criminólogos coinciden en que las autopsias parecen omitir de forma intencionada un examen exhaustivo de todo aquello que pueda tener un motivo criminal sobre los cuerpos, abonando la explicación de causa natural.
Fue así cómo comenzaron a brotar las teorías conspirativas, que van desde el posible avistamiento de ovnis, un encuentro fatal con el mítico hombre de las nieves hasta una posible conspiración y enfrentamiento en donde participaron la CIA y el KGB. Pero además hay una hipótesis que tiene que ver con experimentos militares secretos que no pudo ser descartada por Clavero. Y quizá sea esta la más verosímil.
En cuanto a la avalancha, está más que descartada: “La inclinación de la pendiente de la ladera del monte Jólat Siajl, en donde Igor ordenó a su grupo plantar el que sería el último campamento, es de un poco más 20 grados. Es imposible que con esta pendiente tan suave haya habido una avalancha capaz de aplastar a los excursionistas y producirles las lesiones que sus cuerpos presentan”.
Además, cuando los miembros del equipo de rescate encontraron el campamento, la entrada de la tienda estaba casi intacta. “Si una masa de nieve es capaz de quebrar huesos y producir semejantes lesiones sobre un cuerpo, lo normal sería encontrar evidencias de los mismos en el resto de cosas. La tienda estaba intacta”, resalta el investigador.
¿Vieron algo que no tenían que ver?
La hipótesis del experimento con un cohete militar perdido, disparado desde una base donde trabajaban ex científicos nazis al servicio de los soviéticos, figura entre las hipótesis que los investigadores como Clavero no lograron descartar.
“Los Urales, como muchas zonas de la vasta Rusia de la época, no estuvieron exentos de pruebas militares. Un grupo de estudiosos del caso asegura que los nueve estudiantes fueron sorprendidos en medio de la noche por luces en el cielo que podrían tener su origen en pruebas militares soviéticas llevadas a cabo en la zona. Los expertos afirman que la noche del 2 de febrero de 1959 se lanzaron varios cohetes desde la base de entrenamiento de tierra Kasputin Yar. Esta base tiene su origen en 1946, cuando comenzaron a trabajar en sus instalaciones científicos de la Alemania nazi. La ubicación de estas instalaciones, también llamada cosmódromo, al norte del paso de Dyatlov, fue considerada secreta y el pueblo que la rodea hoy es considerado ciudad cerrada”, agrega el autor.
“El vuelo del cohete acabaría fallando y explotando en la zona donde se encontraba el campamento del grupo de Dyatlov. Los gases producidos por la reacción del combustible habrían producido una sensación de asfixia dentro de la tienda, haciendo salir desesperadamente al grupo”, arriesga.
“En las fotografías de los cuerpos tomadas en la sala de autopsias se pueden observar en la parte interior de las piernas de Igor Dyatlov lo que podrían ser marcas dejadas por golpes de culata de un fusil. Estos mismos golpes se encuentran en los brazos y cara de los otros excursionistas. En 1959 nadie les prestó atención a estas heridas ni tampoco se mencionaron en las autopsias”, revela.
Los rescatistas que murieron misteriosamente
Una historia aparte merecen los miembros del equipo de rescate que murieron al poco tiempo del hallazgo en sugestivos accidentes. De acuerdo con la recopilación del investigador argentino, Pyotr Gladyrev, miembro del grupo de búsqueda aérea, murió en un accidente de helicóptero en 1960; Gennadiy Patrushev perdió la vida en 1961 cuando se estrelló con un avión Yak‐12 al norte de Ívdel; Sergei Misharin, capitán del KGB, quien buscó testigos para el caso de Dyatlov, se suicidó de un disparo, también en 1961; Aleksander Temnikov, jefe de comunicaciones, murió debido a un golpe en la cabeza en 1960; Aleksander Kuznetsov, quien fue el encargado de interrogar a los nativos mansis, falleció en un accidente de coche; Andrey Alekseevich Anyamov, quien formó parte del equipo de rescate de Kurikov, fue asesinado poco tiempo después de que cerrara el caso; su hermano Prokopiy, quien también formó parte del grupo de búsqueda, murió en un accidente de caza en 1961; Timofey Prokopyevich Bahtiyarov, participante en la búsqueda en febrero de 1959, murió bajo circunstancias no aclaradas en 1961; su hermano Aleksander se suicidó ahorcándose ese mismo año.
Espías, CIA y KGB: más hipótesis, mayor misterio
Clavero cuenta que otros investigadores, como Lauton Anderson, plantean la hipótesis de que los excursionistas formaban parte de una misión secreta que por alguna razón tuvo un desenlace fatal y en la cual estarían involucrados material radioactivo, extraños dispositivos, el servicio de espionaje KGB y su par estadounidense, la CIA. “Esta historia carece por completo de pruebas y no tiene ningún fundamento, hasta tal punto que roza la ciencia ficción”, descarta Clavero.
“Con respecto a la certeza de qué pudo pasar, no se puede ser exacto, pero sí me inclino por pensar que el grupo de Dyatlov pudo haber visto algo que no debería haber visto, como un experimento soviético con armas secretas”, concluye el autor pero, finalmente, apunta: “Se podría decir que los expedicionarios de Dyatlov estuvieron en el lugar incorrecto en el momento incorrecto y, me atrevo a decir, con las personas incorrectas”
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