La rápida reacción de la ciudadanía y de los legisladores, incluidos algunos del propio partido en el poder, neutralizaron los planes del mandatario en apenas seis horas
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“La libertad nunca está a más de una generación de su extinción. No la transmitimos a nuestros hijos en el torrente sanguíneo. La única manera de que la hereden es si luchamos por ella”. Los surcoreanos han internalizado esta frase del fallecido presidente de Estados Unidos Ronald Reagan.
Así, en la noche del 3 de diciembre, apenas minutos después de que el presidente Yoon Suk Yeol apareciera en las pantallas de sus televisores anunciando la imposición de la ley marcial bajo la excusa de “aplastar a las fuerzas antiestatales” que simpatizan con la archienemiga Corea del Norte, miles de ciudadanos se lanzaron hacia la sede de la Asamblea Nacional para expresar su desacuerdo con la medida.
Esto a pesar de la imponente presencia de soldados armados.
Muchos de los manifestantes ni siquiera esperaron a que los líderes opositores les pidieran salir a las calles para rechazar la medida presidencial, la cual suspendía las actividades del Parlamento, de los partidos políticos y de los sindicatos, restringía la libertad de prensa y entregaba el control del país a los militares.
La rápida reacción de la ciudadanía y de los legisladores, incluidos algunos del propio partido en el poder, neutralizaron los planes del mandatario en apenas seis horas.
¿Qué llevó a miles de ciudadanos a enfrentarse a soldados armados hasta los dientes? Expertos consultados por BBC Mundo sostienen que la respuesta está en el largo y doloroso pasado de Corea del Sur con las leyes marciales.
Reviviendo malos recuerdos
Desde su fundación en 1948, Corea del Sur ha vivido bajo numerosos estados de excepción: 16, de acuerdo con los datos del Centro de Estudios Internacionales y Estratégicos (CSIS, por sus siglas en inglés).
La última vez que el país asiático entró en un régimen de esta naturaleza fue a fines de 1979, luego de que el entonces hombre fuerte del país, Park Chung Hee, fuera asesinado por el jefe de sus espías durante una cena.
Durante esta ley marcial se registró un hecho que ha marcado la historia del país: la masacre de Gwangju, ocurrida entre el 18 y 27 de mayo de 1980.
“Tras la muerte del dictador Park Chung Hee había gran expectativa entre muchos coreanos de que se abriría un camino hacia una transición democrática y hacia mayores libertades. Así comenzaron algunas manifestaciones exigiendo reformas políticas”, le relató a BBC Mundo el historiador Owen Miller.
“Sin embargo, las esperanzas de cambio se disiparon pronto, cuando otro general, Chun Doo Hwan, tomó el poder a través de un golpe de Estado y dejó en claro que la larga dictadura militar continuaría”, agregó el director del Centro de Estudios Coreanos de la Universidad de Londres.
A pesar de la nula disposición de los militares a ceder el poder, para el 17 de mayo estudiantes, profesores, sindicalistas y políticos iniciaron una serie de protestas en distintas ciudades del país para oponerse al cierre de universidades y otras medidas adoptadas por las autoridades.
“Los estudiantes exigía el fin de la ley marcial, la renuncia de Chun y una nueva Constitución”, precisó Edward Howell, quien es profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Oxford (Reino Unido) y quien se ha especializado en asuntos coreanos.
Las manifestaciones fueron especialmente masivas en la ciudad de Gwangju, en el suroeste del país.
Desde Seúl la respuesta no tardó en llegar y se puso en marcha la operación Splendid Holiday (“Vacaciones espléndidas”, en español), que incluía el despliegue de miles de uniformados fuertemente apertrechados para sofocar las acciones en la calle y evitar que se propagaran a otras zonas.
Los soldados golpearon, dispararon y detuvieron indiscriminadamente a todo el que encontraban en su camino, una estrategia que terminó agravando la crisis.
“Las autoridades solo lograron transformar a las manifestaciones en un alzamiento popular, y la situación llegó a tal nivel que los insurrectos lograron expulsar a los militares de la ciudad por unos días”, afirmó Miller.
No obstante, la victoria fue efímera. El 21 de mayo, cientos de soldados a bordo de vehículos blindados se lanzaron sobre la ciudad, cortando las líneas telefónicas y las carreteras para aislarla del resto del país. Y en los días siguientes sofocaron la revuelta con sangre y fuego.
Oficialmente las autoridades solo han reconocido 166 fallecidos, pero activistas de derechos humanos, académicos y dirigentes políticos elevan la cifra por encima de los 2.000.
Aunque la rebelión de Gwangju fracasó, es considerada como el punto de arranque del movimiento que terminó con las primeras elecciones libres en 1987 y el nacimiento de la actual VI República.
“Si las protestas hubieran ocurrido en Seúl, la dictadura no habría aguantado”, aseguró Miller.
Un foco contestatario
Pero, ¿por qué fue Gwangju el epicentro de las protestas? “Porque era uno de los lugares donde se producían los más feroces combates civiles en la península coreana antes de la guerra entre el norte y el sur”, explicó a BBC Mundo el historiador Derek Kramer.
“Los habitantes de Gwangju y de sus alrededores eran vistos con recelo desde el Estado, desde donde los veían como izquierdosos o pro comunistas y, por ende, políticamente poco confiables”, añadió el profesor de Estudios Asiáticos de la Universidad de Shenfield (Reino Unido).
Tras la guerra con el norte, los distintos regímenes militares de Seúl lanzaron varias operaciones para sofocar a críticos e insurgentes, procedimientos que dejaron un alto número de víctimas, aseveró el experto.
Las operaciones contrainsurgentes provocaron mucho malestar y resentimiento entre la población de Gwangju hacia las autoridades militares de Seúl.
“Antes de que Kim Il Sung lanzara su invasión en junio de 1950, ya había una guerra civil en el sur. Unas 100 mil personas habían muerto antes de la guerra por la violencia política”, aseveró Kramer.
Desde entonces, la zona ha sido un bastión electoral para los partidos de centro izquierda en las sucesivas elecciones que ha celebrado el país. Y, por ello, los sectores más a la derecha consideran sus habitantes como simpatizantes de Pyongyang.
El sospechoso habitual
La lucha contra el enemigo norcoreano fue la justificación presentada por el presidente Yoon para su fallido intento de instaurar la ley marcial esta semana y también fue el argumento utilizado en 1980 por la junta militar que gobernaba el país para suprimir cualquier forma de libertad civil.
Sin embargo, los expertos consultados aseguran que, hasta el momento, no se ha encontrado evidencia de que indique que el régimen comunista de Kim Il Sung orquestó las protestas.
“¿Tenía capacidad del Estado norcoreano de financiar o instigar alzamientos en el sur? ¿Era capaz de enviar armas y hombres de una forma significativa? ¿Era capaz de dirigir esos alzamientos? No, de ninguna manera. Al menos no he visto pruebas de esto”, aseguró Kramer.
En similares términos se pronunció Miller, quien aseveró que la carta norcoreana “es una que con frecuencia emplea la extrema derecha surcoreana contra sus rivales, pero lo cierto es que el movimiento de 1980 fue autónomo”.
Una herida que no termina de sanar
Aunque la ciudad estaba completamente aislada del mundo debido al bloqueo impuesto por los militares, el periodista alemán Jürgen Hinzpeter logró entrar gracias a un habilidoso taxista de Seúl, quien lo ayudó a documentar y dar a conocer al mundo los abusos perpetrados por los uniformados contra los manifestantes desarmados.
Las peripecias de ambos terminaron siendo llevadas a la gran pantalla en 2017 en la película A Taxi Driver (“El conductor de taxi”).
Tres años antes, la escritora surcoreana Han Kang publicó su libro Human Acts (“Actos humanos”), en el que relató lo ocurrido en la ciudad en mayo de 1980. Este año, la novelista y poetisa oriunda de Gwangju ganó el premio Nobel.
No obstante, durante años la masacre fue un tema tabú dentro de Corea del Sur, en particular durante la última etapa de la dictadura, donde cualquier libro o información referente a los sucesos era censurada.
Más de cuatro décadas después de los sucesos, estos siguen polarizando a la sociedad. Los sectores más derechistas insisten en que la masacre fue promovida por Pyongyang, mientras que grupos de izquierda y académicos atribuyen su autoría a las ansías de los militares por seguir al frente del país.
A pesar del tiempo transcurrido, aún se desconoce el número de real de víctimas. En 2019, los restos humanos de unas cuarenta personas fueron hallados en lo que fue una antigua cárcel en Gwangju.
En 1996, el general Chun fue enjuiciado y condenado a muerte por su papel en el golpe de Estado de 1979 y en la represión de las protestas del año siguiente.
No obstante, tras apelar, se le rebajó la condena a cadena perpetua antes de ser amnistiado, dentro de los esfuerzos por reconciliar al país con su pasado.
Hoy, el 18 de mayo es un día nacional de conmemoración y un cementerio donde están algunas de las víctimas fue elevado al estatus de monumento nacional.
Protegiendo la libertad conquistada
Expertos consultados coinciden en que la masacre de Gwangju y otros abusos cometidos bajo las leyes marciales son la razón fundamental de la firme oposición ciudadana a la decisión del presidente Yoon de imponer la ley marcial.
“El recuerdo de los movimientos antigubernamentales durante las décadas de 1970 y 1980, periodos en los que se invocaba con frecuencia la ley marcial, sin duda ha estado presente en la mente de muchos surcoreanos esta semana”, afirmó Howell.
Kramer, por su parte, subrayó que los acontecimientos del martes en Corea del Sur revelan dos hechos importantes: en primer lugar, la fortaleza del sistema democrático del país, ya que “todo se resolvió en cuestión de horas”, enfatizó. Y, en segundo, que la democracia no es algo que deba dar por sentado.
“No se alcanza la democracia únicamente porque la economía haya prosperado o porque tus padres hayan luchado por ella en los años 80. Es un sistema que requiere ser constantemente defendido”, afirmó.
Lo anterior podría explicar por qué muchos de los manifestantes que han salido a las calles de Seúl en estos días son personas de 60 años o más, es decir, aquellos que vivieron el paso de la dictadura a la democracia.
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