La maravillosa irresponsabilidad de los atronadores años veinte
Se ha afirmado numerosas veces que el siglo XX comenzó con la Primera Guerra Mundial y finalizó con la caída del Muro de Berlín. En realidad, la primera gran conflagración global, con su destrucción sin precedente, marcó el violento deceso del viejo mundo y solo tras su finalización, de las cenizas y rencores, del dolor y de la esperanza de que hubiera sido "la guerra para terminar todas las guerras", emergió el nuevo siglo, el siglo corto como lo definió Hobsbawm. ¿Cómo castigar entonces a la década del veinte, aquellos "años locos" de los que ahora se cumplen 100 años, por su hedonismo y su imagen de fiesta perpetua? El mundo, y particularmente su juventud, deseaban celebrar la vida. Y vaya si lo hicieron.
De esto habla en esta edición de LA NACION revista Enrique Fraga, periodista, historiador y pianista de jazz, que reconstruye los "roaring twenties" (los atronadores veinte) a partir de sus hitos sociales y culturales, cuyo legado e influencia persisten hasta hoy.
Quizá haya sido el Crack del 29, con la Depresión que le siguió, el culpable de la condena moral sobre aquellos años maravillosamente irresponsables que Scott Fitzgerald describió con glamour y cinismo. Fortunas enteras se desvanecieron como las burbujas del champagne en un dramático fin de fiesta que conmocionó el orden mundial. La crisis de la democracia liberal en los años siguientes requirió culpables y la Era del Jazz fue moralmente condenada por un puritanismo que perduraría hasta comienzos de los años sesenta. Pero muchas de las rebeldes transgresiones que terminarían definiendo a los sesenta tuvieron precisamente un precedente en aquellos "años locos" de vanguardias, futurismo y triunfos de la técnica. Son ejemplos el desarrollo de la industria automotriz y el comienzo de la aviación comercial, el crecimiento de las ciudades hasta las alturas asombrosas de sus primeros rascacielos; el nacimiento de la industria del entretenimiento y la cultura de masas, con la expansión de los gramófonos, el cine de Hollywood y la radio; la liberación femenina, con las primeras conquistas del voto, la rebelión en el vestir y el auge de paradigmas como Coco Chanel, Zelda Fitzgerald o Tamara de Lempicka, la artista art déco que se autoretrató al volante de una Bugatti verde como símbolo del empoderamiento irrefrenable.
El relajamiento de las "buenas costumbres" heredadas del victorianismo se consumó al ritmo frenético del jazz en aquellos speakeasy que desafiaban la Prohibición, el fallido intento moralista de regular los vicios, mientras el charleston hacía mover los cuerpos libres y las faldas cortas.
Fue una década que pareció anticiparse en el tiempo y con su celebración constante resultó una excepción en una primera mitad del siglo signada por la muerte y la destrucción. Vale pues la pena rescatarla del olvido.
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