Villa Planchart se ubica en una colina; de lejos da la impresión de que está a punto de echarse a volar
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Primero se llamó “El cerrito”, pero hoy se la conoce como Villa Planchart, y sobre ella se han escrito innumerables elogios: que es una obra de arte del modernismo del siglo XX, una joya arquitectónica, un momumento vanguardista, quizás el legado más importante de Gio Ponti, reconocido como uno de los actores más influyentes de la renovación de la arquitectura y el diseño italianos de la posguerra.
Más de un centenar de edificios llevan su firma en casi una decena de países, entre ellos la emblemática Torre Pirelli en Milán, que con sus 32 pisos fue la más alta de la Comunidad Económica Europea por varios años desde su culminación en 1960 y dominó el horizonte de la capital económica italiana por casi medio siglo.
Catalogada como “uno de los rascacielos más elegantes del mundo”, la Pirelli inspiró la construcción de otros edificios de gran altura, como el MetLife Building en Nueva York y la Alpha Tower in Birmingham, Reino Unido.
“Gio Ponti no solo era arquitecto, sino también diseñador, escritor, profesor; hizo muchas cosas que cambiaron la manera de ver el diseño en el mundo”, le dice a BBC Mundo Cecilia Rostagni, profesora de Historia de la Arquitectura de la Universidad de Sassari, en Italia, y experta en la obra de Ponti.
“Intentó difundir una nueva idea de modernidad que no estaba conectada con una lengua específica y que difería de los estándares internacionales. Él opinaba que la modernidad era algo cambiante que dependía de particularidades como el tiempo y el clima”, prosigue.
“Eso es algo que se ve en Villa Planchart: es una casa diseñada en Italia, pero que está en profunda conexión con la atmósfera, el clima, la civilización y otras particularidades de Venezuela”, agrega.
Una hacienda en la capital
En la década de 1950, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial -que dejó a gran parte de Europa en ruinas-, Venezuela tenía una de las rentas per cápita más altas del mundo y era percibida por muchos europeos y latinoamericanos como un gran destino para emigrar, hacer riqueza y brindarles a sus hijos un mejor futuro.
En esa época de bonanza, el emprendedor Armando Planchart amasó una inmensa fortuna vendiendo en el país sudamericano carros de la compañía estadounidense General Motors. Él y su esposa, Anala, eran amantes de la arquitectura moderna y decidieron embarcarse en el proyecto de construir una casa para pasar el resto de sus días en un lugar que fungiera como una hacienda.
Pero, mientras él quería irse al interior del país para cumplir su sueño, a Anala no le apetecía abandonar Caracas. Al final decidieron llevar el campo a la capital.
La villa está ubicada en una zona conocida como Colinas de San Román, justo al lado de Las Mercedes, un barrio en el centro geográfico de la ciudad que se ha reconvertido en los últimos años en un motor económico y cultural de la capital. Anala descubrió el terreno -un monte bastante salvaje en esos días- casi por casualidad mientras manejaba por el sector.
Una vez que decidieron que era ideal para construir la casa, no tuvieron duda de quién era el elegido para diseñarla, aunque trabajara a más de 8.000 kilómetros de distancia. Conocían el trabajo de Ponti, a través de la revista Domus, fundada por el célebre arquitecto en 1928.
“Una casa sin paredes”
Los Planchart volaron a Milán en septiembre de 1953 para reunirse con Gio Ponti y le describieron su casa de ensueño. “El terreno es lindo y hay una cosa que yo quiero mucho que es el cerro de El Ávila. La vista sobre él es preciosa. Quiero verlo. Además, me gustaría una casa que no tenga paredes”, habría respondido Anala cuando Ponti le preguntó qué quería, según narra el documental El Cerrito (2006).
El entendimiento y la comunicación fue tan fluida, que el trío forjó una duradera amistad que quedó plasmada en las decenas de cartas que intercambiaron. “Será como una gran mariposa suspendida en la ladera”, prometió Ponti en una de sus primeras correspondencias.
Los Planchart no eran clientes exigentes, le cuenta a BBC Mundo la sobrina de la difunta pareja, Carolina Figueredo, quien ahora se encarga de cuidar el patrimonio familiar bajo la figura de la Fundación Planchart. “Básicamente confiaron en casi todo lo que les propuso Ponti y le dieron luz verde para que construyera un hogar alegre y funcional”.
La historiadora Cecilia Rostagni asegura que Villa Planchart representó para Ponti una oportunidad de oro para experimentar con sus reflexiones, ideas e invenciones, que había desarrollado por décadas.
“Villa Planchart tiene una gran importancia histórica; es una casa que terminó siendo una gran obra de arte llena de obras de arte”, añade. “Hoy, más de medio siglo después, sigue teniendo vigencia y eso es porque Ponti no creía que una casa debía seguir una moda, porque sabía que todo lo que estaba de moda podía rápidamente pasar de moda”, concluye la experta.
Una escultura abstracta
La construcción de la casa comenzó en 1955, después de que los Planchart y Ponti pasaran meses intercambiando ideas. Ese mismo año, el arquitecto adelantó en su revista Domus que en el diseño general del inmueble había una mezcla de soluciones técnicas y arquitectónicas con las que había experimentado mientras diseñaba el Instituto de Física Nuclear en Sao Paulo y el Instituto Italiano de Cultura “Fondazione Lerici” en Estocolmo.
Los enormes techos en forma de alas que se ven en esas estructuras se asemejan a los exteriores de Villa Planchart.
Durante los años que duraron las obras, Ponti visitó el terreno cuatro veces. “Caracas, tal como es hoy, puede convertirse no solo en una estupenda ciudad moderna, sino en la más bella ciudad moderna del mundo”, escribió en Domus, inspirado por el modernismo y la transformación que la capital venezolana vivió en esos años, cuando se construyeron decenas de obras monumentales.
Villa Planchart fue inaugurada el 8 de diciembre de 1957 y según su creador, el resultado final “es una escultura abstracta a gran escala”. “No (es) para ser vista desde afuera sino para experimentarla desde adentro, al penetrarla y caminar alrededor de ella. Está hecha para ser observada por un ojo en continuo movimiento”, aseguró en su revista.
Yo ya había visto decenas de fotos, pero aun así, al visitarla, la casa me impresionó de una manera inesperada. Y es que ninguna imagen le hace justicia ni muestra completamente su magnificencia.
Un oasis
Desde el porche, las vistas de 360 grados de Caracas son impresionantes, especialmente la que da al Ávila, la imponente montaña amada por los caraqueños, que separa la capital de El Caribe, y por la que Anala sentía predilección.
La casa y sus muy verdes jardines, que suman cerca de dos hectáreas, son inmunes al incesante ruido de bocinas y de motores tan característico de la capital venezolana. El interior es en efecto una obra de arte. Desde el piso moldeado con grandes losas de mármol en varios colores traído de Italia, hasta el techo rayado en diagonal en amarillo y blanco, a veces con figuras y mosaicos, pasando por las paredes y varios objetos, hay una unidad innegable. Que por supuesto no es casual, ya que el mobiliario, las mesas, luminarias y hasta la vajilla, fueron armónicamente diseñados por Ponti para la villa.
Las habitaciones están llenas de varias versiones de una silla de madera liviana que Ponti diseñó para Cassina, una empresa de muebles de diseño italiano de alta gama. Poco después, la perfeccionaría con la creación de “Superleggera” (superligera), una silla que pesa muy poco, que comenzó a venderse en 1957 y sigue vendiéndose en la actualidad.
La luz es otro elemento central de la casa. De día entra por gigantescos ventanales que ofrecen vistas a Caracas desde casi cualquier punto. Lo mismo pasa de noche. Ponti llegó a calificar la obra como un proyecto de “autoiluminación nocturna”. “Ven por aquí que te quiero mostrar algo”, me dice Carolina Figueredo, mientras me invita a pasar al estudio de los Planchart.
Ahí me explica que una de las pasiones de sus tíos era la caza y sin agregar más pulsa un par de botones que hacen que las paredes giren para revelar sus llamados trofeos: una serie de animales disecados que fueron cazados por la pareja en safaris en África. “A los Planchart les gustaba mucho la naturaleza”, comenta Carolina mientras apunta hacia un gran contenedor con decenas de especímenes de orquídeas, la flor nacional de Venezuela, en un monumental salón principal de dos pisos de altura lleno de luz y colores.
Una de las pocas exigencias de Armando a Ponti fue precisamente un sitio para resguardar su colección de alrededor 2000 orquídeas y el arquitecto lo hizo realidad pese a que jamás había oído hablar de la planta.
Ponti quedó tan orgulloso de su creación que la publicó en su revista Domus dos veces. Primero como un diseño y luego compartió fotografías del trabajo final.
La otra villa de Ponti en Caracas
Si bien muchos la calificaron como la obra más monumental de Ponti, no fue la única que diseñó en Caracas. El italiano también concibió Villa Arreaza, una mansión similar a la de los Planchart erigida en el Caracas Country Club, uno de los barrios más exclusivos de la ciudad. Pero, esa casa fue demolida después de que sus propietarios vendieran todo su mobiliario en 1994, el mismo año en el que una crisis bancaria sacudió a la nación petrolera, causando una fuerte contracción económica.
La Villa Planchart sobrevivió a esta y varias otras crisis tanto económicas como políticas que han golpeado a Venezuela desde aquellos años de bonanza en la que fue construida.
La fundación Planchart
Carolina Figueredo asegura que sus tíos en algún momento de sus vidas se dieron cuenta de la importancia arquitectónica de su casa y se fijaron como objetivo preservarla. “Ya habían creado la Fundación Anala y Armando Planchart, que cumplía fines educativos y científicos, y a mediados de los 70 donaron la propiedad a la fundación”, señala, pero continuaron viviendo en ella, ya sin ser sus dueños.
Armando murió en 1978 y Anala mucho después, en 2005, un año antes de que se estrenara el documental sobre la casa en el que ella había dado una entrevista y que no llegó a ver. “Antes la fundación hacía muchas cosas, como ofrecerles a estudiantes venezolanos becas en el extranjero, ahora con la crisis es poco lo que se puede hacer”, añade con un dejo de nostalgia.
Hoy, además de ser patrimonio arquitectónico de Caracas, es una institución que promueve la cultura y alberga con frecuencia eventos culturales y musicales en sus jardines. De igual forma, cada vez hay más interés en visitar sus espacios, especialmente por estudiantes de diseño y arquitectura de las universidades del país, para los que la Fundación Planchart organiza visitas guiadas.
Carolina apunta que el tema del mantenimiento es complicado. “Hay cierto dinero que dedicamos a los trabajos grandes de mantenimiento. Si ya en una casa normal los trabajos de plomería cuestan bastante, imagínate en una casa tan grande como esta”, explica.
Más allá de su importancia patrimonial, Carolina afirma que Villa Planchart pasó a ser “un modelo de preservación” en una ciudad y “un país donde no se suele preservar la arquitectura”.
Contrariamente a muchas obras arquitectónicas que fueron destruidas en Caracas, para darle paso al modernismo, o que muestran un lamentable deterioro, como la Ciudad Universitaria de Caracas -un patrimonio mundial de la Unesco en el centro de la ciudad-, la Villa Planchart se muestra aún intacta, casi 50 años después de su culminación, mirando desde la colina donde fue erigida cómo cambió la ciudad en medio siglo.
*Por Norberto Paredes
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