La “legión extranjera” no para de crecer: llegan a Ucrania 20.000 voluntarios desde 52 países para luchar contra los invasores rusos
“Lucharé hasta el final de la guerra”, dijo un polaco que se alistó junto a otros extranjeros que ya se sumaron a las fuerzas de Ucrania para enfrentar a Rusia
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MEDYCA.- “Nosotros estamos en nuestra tierra, ustedes estarán bajo tierra”, es un mensaje que puede verse en un inmenso cartel publicitario rojo con letras blancas, que salta a la vista en el puesto fronterizo de Medyca.
Allí es donde, todos los días, desde hace al menos un mes, van llegando los “foreign fighters”, es decir, los más de 20.000 voluntarios que, según fuentes oficiales ucranianas, viajaron en las últimas semanas desde todo el mundo para sumarse a las tropas locales que desde hace más de un mes combaten contra el invasor, Vladimir Putin.
Una vez que cruzan la frontera, quienes componen la también llamada “legión extranjera”, son recibidos por miembros de las fuerzas armadas ucranianas, que se ocupan luego de proporcionarles uniformes, instrucción -si es que hace falta- y demás materiales. Una vez enrolados y enlistados, los “foreign fighters” serán enviados al este del país, donde arrecian los combates.
Justo frente a la salida de un camino rodeado de alambres de púas, que quien ingresa debe recorrer indefectiblemente a pie, después de pasar por un control de pasaportes de la policía de frontera, los “foreign fighters” se topan con una carpa blanca donde salta a la vista una leyenda, pintada con aereosol en rojo, que dice “Legion”. Sobre la carpa también hay un cartel que indica que allí adentro hay un “Help desk for foreign soldiers”, junto a un número de teléfono y una caja de cartón amarilla para dejar ayuda económica para los voluntarios extranjeros. Como en toda el área fronteriza está terminantemente prohibido sacar fotos o filmar. Pero sí es posible ver llegar, vestidos de civil, con bolsos a cuestas, a algunos de los voluntarios de esta legión que, según fuentes oficiales, cuenta con 52 nacionalidades.
Uno de ellos es un polaco de 36 años, que llega vestido de civil, con jeans, campera de cuero y un bolso. Si bien rechaza ser fotografiado o filmado, muy gentilmente acepta dar su nombre, Artur y ser brevemente entrevistado.
Artur, que habla un inglés básico, cuenta que es de la ciudad de polaca de Wloclawek, que es soldado y que vino “para ayudar a esta gente”. Como me explica luego mi intérprete, evidentemente vino en forma voluntaria y no como representante de su país, Polonia, que es parte de la OTAN y de la Unión Europea, organismos que dejaron bien en claro que no quieren intervenir en forma directa en esta guerra que ha puesto en vilo al mundo.
Artur, que tiene ojos celestes, físico deportivo y tatuajes en los brazos, cuenta que dejó en su casa a una mujer y dos chiquitos de cuatro y cinco años. ¿Qué les dijo cuando se despidió? “No les dije que venía a una guerra que se combate contra Putin, a quien ahora llamamos Putler, porque está haciendo lo mismo que hizo Hitler. Les dije: ‘papá se va a trabajar’, los abracé y les di un beso, como siempre”, contesta, frío.
¿No tiene miedo? “No. Creo que lo que están haciendo los soldados ucranianos es heroico, están luchando por la libertad contra un dictador y nosotros en Polonia sufrimos el comunismo del régimen soviético, sabemos lo que es vivir sin libertad y también para defender a mi país creo que hay que detener a este loco”, afirma.
¿Cuánto espera que dure esta guerra que los rusos esperaban que fuera relámpago y que ya lleva un mes, destrucción y una masacre de civiles? “No lo sé. Pero lucharé hasta el final de la guerra y después espero volver”, responde, muy tranquilo.
Controla la conversación un joven con anteojos de sol, gorro y ropa deportiva militar color kaki, que habla inglés con fuerte acento norteamericano. Y que controla que la periodista no filme ni saque fotos, porque está prohibido. Aunque al principio, ante las preguntas, el joven dice que no puede responder, que no puede dar información, que “no comments”, al final afloja.
Al margen de confirmar que hasta ahora al menos 20.000 extranjeros han llegado a Ucrania, cuenta que entre las más de 50 nacionalidades que conforman la legión, los más numerosos son los británicos y los estadounidenses.
“Pero también llegaron de los países bálticos y del norte de Europa, muchos de Canadá, algunos de Italia, Francia y Portugal y hasta de Corea del Sur”, indica el joven, que lleva una pechera fosforescente y dice que su rol es el de hacer de intérprete a quienes llegan y deben enseguida comunicar con un miembros de las fuerzas ucranianas, también presente en la carpa blanca.
Aunque LA NACION pudo saber que desde que comenzó la guerra la la embajada argentina en Ucrania recibió más de 300 mails de connacionales que solicitaban información sobre cómo sumarse a la Legión extranjera -información que en verdad debían solicitar a la embajada de Ucrania en la Argentina-, el joven de anteojos de sol asegura “no tener conocimiento de la llegada de argentinos”.
¿Dónde aprendió tan bien ese inglés con acento norteamericano? “Estudié en el exterior, en Estados Unidos”, responde el joven. “¿Costa este o oeste?”, le pregunto. “No puedo, no comment”, responde. Aunque más tarde suma un dato interesante: “quisiera aclarar que los que llegan no son ‘foreign fighters’, expresión que recuerda a los combatientes que se sumaban al Estado Islámico (el grupo fundamentalista terrorista), sino que la legión internacional ucraniana forma parte del ejército oficial y no es una milicia”.
Fuentes oficiales ucranianas hicieron saber en los últimos días que la mayoría tiene entre los 25 y los 40 años. Y también hay mujeres, que representan el 3%.
Es un día soleado en este lugar fronterizo que queda a apenas unos 80 kilómetros de Lviv. Y aunque no se ven escenas de éxodo bíblico, con colas de hasta 50 kilómetros de autos en fila, como se vieron al principio de la invasión, hay de todos modos aún mucho tránsito. Centenares de personas que siguen yéndose de Ucrania, a pie, en ómnibus o en autos particulares, escapando de la guerra. También se ven algunos periodistas que entran o se dan un recambio de cobertura y decenas de voluntarios de diversas organizaciones humanitarias que, con carritos de supermercado, traen cajas de comida, bebida, mantas y demás elementos de ayuda. Y se ven escenas desgarradoras de mujeres, algunas muy jóvenes, que abrazan y besan a sus hombres que las acompañaron hasta la frontera, pero que no pueden acompañarlas. Deben quedarse para luchar, como indica la ley marcial.
También hay tránsito de ucranianos que, como también ocurría antes de que estallara esta guerra, cruzan la frontera para ir a la ciudad polaca de Przemysl para hacer compras. “Allá todo es mucho más barato, desde los pañales para los chicos, hasta la leche”, me explica mi intérprete.
Pasadas las dos de la tarde, la situación es tranquila. Pero, como explica a LA NACION Andrea, que es voluntario de los Alpinos italianos -con su tradicional gorro con pluma- que también están ayudando en esta dramática crisis de refugiados, de repente todo cambia. Todo depende de si abren o no los corredores humanitarios en las zonas donde se combate, en el este.
“Esta noche, hasta las 2, 3 de la mañana, fue llegando una avalancha de gente, refugiados que llegan de Kharkiv, ciudad cuya mitad ya no existe más y de Mariupol, que fue totalmente arrasada”, cuenta. “Nos dijeron que los más afortunados pasaron hasta seis días bajo tierra sin comida, sin agua, sin nada”, agrega. “Tenemos que ayudarlos lo más posible a salir a todos, porque los testimonios que recibimos cada día hablando con las mujeres refugiadas no es que dicen ‘quieren tomar Ucrania’, sino que dicen ‘nos están exterminando’ -denuncia-. Y lo peor es que las noticias, también confirmadas a nivel mundial, que los soldados están usando las bombas de fósforo para matar civiles. Un espanto”.
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