La lección de 70 años de conflictos sobre lo que puede pasar en Ucrania
El perfil de esta guerra que ya lleva casi un año se parece menos al de una guerra futura que a ciertos conflictos de décadas pasadas, concretamente, las guerras de conquista territorial entre naciones
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NUEVA YORK.- Siempre se creyó que una posible invasión de Rusia a Ucrania sería una especie de guerra posmoderna, caracterizada por las armas del siglo XXI, como la manipulación mediática, la desinformación sobre el campo de batalla, ciberataques, operaciones de bandera falsa y combatientes sin identificación.
Esos elementos ya aparecieron en esta guerra, pero la dinámica que se impuso fue típica de las guerras del siglo pasado: movilizaciones de tropas y tanques en el frente, guerra de guerrillas, lucha por la supremacía aérea y por las líneas de suministro, leva masiva de reservistas y una escalada en la producción de armamento.
El perfil de esta guerra que ya lleva casi un año se parece menos al de una guerra futura que a ciertos conflictos de décadas pasadas, concretamente, las guerras de conquista territorial entre naciones. A partir de 1945, ese tipo de conflictos prácticamente desaparecieron, y se inició una era de guerras civiles, insurgencias, y también invasiones norteamericanas que rápidamente se convertían en ocupación.
Pero las guerras entre países continuaron: entre Israel y las naciones árabes, entre Irán e Irak, entre Armenia y Azerbaiyán, entre India y Paquistán, entre Etiopía y Eritrea. A estos últimos conflictos suelen referirse los analistas e historiadores militares cuando les piden que hagan paralelismos con la actual guerra en Ucrania.
“Hay muchísimas coincidencias, por ejemplo, con la Guerra de Corea”, dice Sergey Radchenko, historiador de la Universidad Johns Hopkins. “Grandes batallas convencionales, bombardeo de la infraestructura pesada”.
Ninguna guerra se parece a otra, pero ciertas tendencias que recorrieron esos conflictos, incluida la guerra actual, pueden ayudarnos a entender la dinámica diaria de la batalla, los factores que suelen determinar quién gana y quién pierde, y cómo terminan, o no terminan, ese tipo de conflictos.
Una versión moderna de la guerra de desgaste
“La mayoría de las guerras convencionales terminan siendo de desgaste”, dice el analista en seguridad nacional, Michael Kofman. “El bando que mejor logra reconstruirse a lo largo del tiempo es el que puede sostener la guerra y finalmente ganarla”.
El conflicto en Ucrania se ajusta perfectamente a ese modelo, que ayuda a entender muchos de sus giros y cambios, agrega Kofman, director de estudios rusos de CNA, un instituto de investigaciones de Arlington, Virginia.
Para dar un ejemplo, la capacidad de un bando para ocupar y retener territorio depende de que pueda despachar tanques y vehículos pesados con mayor constancia que su oponente. Y como el poderío aéreo es muy efectivo contra esos vehículos, el grado de desgaste de las fuerzas terrestres está en parte determinado por el control de los cielos.
Lo mismo ocurre en Ucrania, donde en gran medida el control de los cielos está determinado por la capacidad de las fuerzas de Kiev de suministrar suficiente armamento antiaéreo para contrarrestar la capacidad de Rusia de despachar aviones.
Eso explica por qué Ucrania, cuya producción apenas daba abasto incluso antes de que Rusia comenzara a bombardear sus fábricas, se ha enfocado tanto en obtener ayuda militar occidental, por qué los gobiernos occidentales se han enfocado tanto en asfixiar la economía de Rusia, y por qué el Kremlin lanza tantos ataques contra ciudades, fábricas e infraestructura ucranianas, obligando a Ucrania a trasladar algunas defensas aéreas de las líneas del frente a ciudades alejadas del campo de batalla.
En cierto sentido, todos esos son frentes de una guerra de desgaste industrial. De ahí el paralelismo, por ejemplo, con la Guerra de Corea, donde los ataques aéreos liderados por Estados Unidos devastaron ciudades norcoreanas de una manera muy parecida, y muchas veces peor, que la campaña aérea de Rusia sobre Ucrania.
La lección que dejan esos conflictos es que cuanto más desesperado está un bando por perderle el ritmo a su adversario, más está dispuesto a hacer para conseguir apoyo internacional.
Guerras de varias décadas
“Me hace pensar en la Guerra de Yom Kipur”, dice el historiador Radchenko sobre la guerra en Ucrania y en referencia al conflicto árabe-israelí de 1973.
La coalición de Estados árabes que atacó a Israel buscaba expulsarlo del territorio que había ocupado en rondas anteriores de lucha para restablecer su dominio regional, al igual que ahora Moscú busca reinsertar por la fuerza a Ucrania dentro de su órbita, y de manera más general reconstituir parte del poder que tenía dentro de Europa durante la era soviética.
Eso también guarda paralelismo con las repetidas guerras de la coalición árabe contra Israel desde 1948, fecha de fundación del Estado judío en un territorio que para los árabes es de Palestina por derecho propio. La guerra más reciente entre Israel y uno de esos Estados fue en 2006: más de 58 años de conflicto. La paz con varios de esos países recién se declaró formalmente en los últimos años, y con otros las tensiones siguen existiendo pero son de baja intensidad.
Ese patrón se repite en muchas de las guerras convencionales posteriores a la Segunda Guerra Mundial: un conflicto territorial y por equilibrio de poder que se desató por una declaración de independencia y que desde entonces se reaviva de manera intermitente.
Y aunque los combates directos pueden ser poco frecuentes, con “fases activas” que duran solo unos pocos meses, para que duren los lapsos de tregua suele hacer falta un profundo involucramiento internacional. Las tropas de Estados Unidos, por ejemplo, siguen apostadas en Corea del Sur desde hace más de 70 años.
Imposible predecir si ese es el destino de Rusia y Ucrania en el futuro, aunque quizás describa el estado actual del conflicto. Los siete años que precedieron a la invasión rusa de febrero pasado estuvieron marcados por combates de baja intensidad, con fuerte actividad de la diplomacia occidental y apoyo a Ucrania para impedir una escalada del conflicto.
Guerras nuevas, patrones que se repiten
Que la guerra de Rusia y Ucrania parezca ajustarse a un patrón antiguo tiene otras enseñanzas más amplias para el mundo.
“Las armas estratégicas no han reemplazado ni reemplazarán a los ejércitos”, escribe el analista canadiense Stephanie Carvin en un ensayo muy comentado sobre el curso de la guerra.
Las fuerzas convencionales por sí solas tienen la capacidad de apoderarse y conservar un territorio, y por lo tanto son la unidad central de la guerra. Las nuevas tecnologías, como los drones o las comunicaciones satelitales, no han alterado esa dinámica, ni tampoco los nuevos métodos bélicos, como los ciberataques o la manipulación mediática.
“Por supuesto que desde la época de Clausewitz las formas de librar una guerra han evolucionado mucho, sobre todo por la introducción de nuevas tecnologías”, dice Radchenko haciendo referencia al general prusiano del siglo XVIII considerado padre de la teoría militar moderna.
Sin embargo, agrega el historiador, “lo que inicialmente puede parecer una ‘revolución’ en materia militar, en realidad se va dando a través de cambios bastante lentos”.
De la misma manera, escribe Carvin en su ensayo, “Las armas pueden ayudar a propiciar un alto el fuego, pero por sí mismas son incapaces de generar una paz estable y duradera”.
A pesar de los intentos de las potencias militares, grandes y pequeñas por igual, para desarrollar métodos bélicos tan efectivos como para imponerle sus objetivos políticos al adversario, nadie ha encontrado todavía la manera de eludir el duro trabajo de negociar una paz mutuamente aceptable.
La lección que quizás nos dejan estos últimos 80 años de historia de la guerra es que si los países enfrentados no pueden llegar a un acuerdo —por ejemplo, como en el caso de Rusia hacia Ucrania, porque a un bando le resulta inaceptable la independencia del otro—, ni siquiera luchar hasta el agotamiento mutuo podría alcanzar para lograr la paz.
Por Max Fisher
Traducción de Jaime Arrambide
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