La Italia de Salvini inspira al rebrote nacionalista de la UE
MILÁN.- Italia siempre fue un laboratorio político. Durante la Guerra Fría, la pregunta era si Estados Unidos podía mantener a los comunistas fuera del poder. Luego Italia produjo a Silvio Berlusconi, con su política de showman sumido en el escándalo, mucho antes de que Estados Unidos eligiera a Donald Trump. Y ahora, en vísperas de las elecciones para el Parlamento Europeo que probablemente marcarán un fuerte bandazo a la derecha, el gobierno populista antiinmigración del caudillo Matteo Salvini, conocido por sus partidarios como "el Capitán", es el exponente más seductor del nuevo "iliberalismo" en el Viejo Continente.
No es ninguna novedad que Steve Bannon, exestratega en jefe de Trump, anda cerca de Salvini desde hace tiempo. Bannon es el principal teorizador e impulsor del rebote nacionalista y antiestablishment que se produce a nivel mundial. Es el Trotsky del populismo internacional. Fue el primero en oler el descontento que carcomía a las democracias occidentales y que se incubaba en la clase trabajadora y las zonas rurales, abandonadas a su suerte por una elite globalizada. Bannon fogoneó una rebelión de los ciudadanos invisibilizados para que se hicieran ver y para salvar los puestos de trabajo industriales de Occidente de la "hegemonía económica totalitaria" de China, según sus palabras.
Ahora Bannon está recorriendo Europa de punta a punta antes de las elecciones, que se celebrarán entre hoy y el domingo. Hoy en París, mañana en Berlín: al igual que en recientes reuniones y encuentros en Nueva York, Bannon considera que "Europa siempre adelanta entre seis meses y un año lo que ocurrirá en Estados Unidos". Así como el referéndum favorable al Brexit fue un preanuncio de la victoria de Trump en 2016, un triunfo de la derecha en Europa ahora "fortalecerá nuestra base para 2020". La idea de que el votante de Wisconsin responda a lo que ocurre en Bruselas puede parecer rebuscada, pero no más rebuscada que la idea de que Trump fuese presidente, y ahí está.
Según las encuestas, La Liga, el partido de Salvini -que dejó de ser un movimiento secesionista del norte de Italia para transformarse definitivamente en la cara nacional de la derecha xenófoba-, se alzará con el 30% del voto de los italianos, frente al 6,2% obtenido en 2014. Los partidos antiinmigración y los euroescépticos se encaminan a alzarse con hasta un 35% de los escaños de Bruselas, un guarismo que influirá en las políticas de la Unión Europea que afectan a más de 500 millones de personas. En Francia, los nacionalistas de Marine Le Pen están cabeza a cabeza con el partido del presidente Emmanuel Macron. En Gran Bretaña, el Partido del Brexit, la nueva agrupación de Nigel Farage, lidera las encuestas por encima de la centroderecha y la centroizquierda.
Salvini, cuyo partido formó gobierno hace un año con el antisistema Movimiento 5 Estrellas, es una figura central de este giro regional a la derecha. La coalición formada por Salvini sepultó a los partidos tradicionales. Bannon me dijo que "Salvini es el tipo más importante del tablero en este momento: es carismático, directo y él entiende la maquinaria de gobierno. Sus convocatorias son tan intensas como las de Trump. Italia es el centro de la política actual: un país que ha abrazado el nacionalismo contra el globalismo, que rompió con los estereotipos, que dejó en el pasado el viejo paradigma de izquierda y derecha".
Más allá de esa agitación, mi impresión personal es que Italia sigue igual, tratando de atemperar la modernidad transaccional con un poco de humanidad, y consolándose en la belleza por las disfuncionalidades de su país. La nueva derecha italiana ha aprendido del pasado. No hace desaparecer gente, no impulsa la militarización en masa. Es más sutil. Usa a los inmigrantes de chivos expiatorios, instila miedos, glorifica un pasado ilusorio, eso que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman llamaba "retropías", y también exalta el machismo, se burla del liberalismo bienpensante y convierte el repiqueteo crítico de las redes sociales en una hipnótica campaña minuto a minuto para convocar el apoyo masivo de sus seguidores.
El amigable salvador Salvini está en cualquier parte menos en sus oficinas del Palazzo del Viminale. Es más fácil encontrarlo en actos políticos o en un café de barrio con su emblemática remera azul "Italia", en ferias o reuniones de pueblo. Salvini postea en Facebook hasta 30 veces al día y tiene 3,7 millones de seguidores, más que cualquier otro político europeo. (Macron tiene 2,6 millones de seguidores.) Con 46 años, Salvini cultiva un perfil de político joven y firme que no deja entrar inmigrantes, flexibiliza la tenencia de armas, sabe blandir un rifle y le hace guiños al fascismo, todo compensado con sus imágenes de buen tipo tomándose un café expreso en un barcito.
Acapara los titulares de manera insaciable. Durante mi visita a Italia, una mujer fue víctima de violación grupal cerca de Viterbo, y el pedido de Salvini de "castración química" para los violadores alimentó el ciclo informativo durante 24 horas. Al igual que Trump, Salvini es un maestro en decir lo indecible para tapar todo el resto.
"Salvini me repugna, pero parece tener una llegada increíble a la sociedad", me dijo Nathalie Tocci, directora del Instituto de Relaciones Internacionales de Italia. No es extraño que la ultraderecha europea haya elegido Milán para su gran acto preelectoral, que reunirá a Salvini, Le Pen, Jörg Meuthen del partido Alternativa para Alemania, y otras figuras de la derecha.
"Las elecciones europeas serán decisivas para el futuro de nuestro continente", advirtió Macron en un manifiesto llamado "Por un Renacimiento Europeo". Tal vez sea exagerado, pero lo cierto es que ninguna otra elección para el Parlamento Europeo pareció nunca tan importante, precisamente porque lo que parece estar en riesgo es la integración europea, fundamento de la paz de posguerra, y la mismísima democracia liberal. "El atrincheramiento de las naciones no conduce a nada", declaró Macron. El fiasco del Brexit es la mayor evidencia de su argumento. De todos modos, la propuesta de Macron para crear una Agencia Europea para la Protección de la Democracia dice mucho del actual estado de las cosas.
La ola nacionalista sigue en ascenso. "Tenemos que movilizarnos", me dijo Bannon. "No son tiempos de persuasión, sino de movilización. Ahora la gente se mueve en tribus. La persuasión está muy sobrevalorada".
En cuanto al curioso laboratorio de anticipación política que es Italia, Bannon ya hizo su apuesta: en un monasterio del siglo XIII de las afueras de Roma, fundó la Academia del Occidente Judeocristiano. Según me dijo, así se dictan "cursos de historia, estética y habilidades básicas para enfrentar distintas situaciones, como por ejemplo burlarse de las entrevistas en las que un periodista de la CNN o de The Guardian intentan despedazarte".
Bannon se dice admirador de George Soros -"de sus métodos, no de su ideología"-, y del modo en que Soros fue formando "cuadros" en toda Europa. El monasterio de Bannon es la respuesta nacionalista al liberalismo de Soros.
Hay una guerra de ideas que se libra en Italia y Estados Unidos. Negar esa guerra equivale a perderla. Yo estoy firmemente del lado de los liberales, pero para ganar es importante conocer al adversario y esforzarse por entenderlo.
Traducción de Jaime Arrambide
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