Es el sitio más antiguo conocido de producción de ese magnífico color; la tela teñida de Tiro hizo famosos a los fenicios
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En una esquina de Qatar, esa pequeña península pegada a Arabia Saudita, hay un lugar a menudo descrito como un “tesoro natural” cuyo nombre no solo es encantador, sino que también tiene una historia apasionante: la Isla Púrpura.
Hoy en día es muy apreciada por permanecer verde todo el año en un país que registra menos de 71 mm de lluvia anuales.
Está completamente rodeada de manglares, y alberga una gran variedad de aves, incluidos flamencos, y animales marinos, así como pequeñas playas y estanques naturales de sal.
Pero también es el hogar de algunas ruinas fascinantes, así como de los restos de unos moluscos que le dieron su nombre alrededor del año 2000 a.C. y fueron el origen de una fascinante industria.
Eran unos pequeños caracoles marinos con los que se producía uno de los tintes más antiguos, caros, prestigiosos y de color más vívido.
De hecho, la Isla Púrpura, hasta la fecha, es el sitio más antiguo conocido de producción de ese magnífico color.
Es el púrpura real o imperial, que es conocido como púrpura de Tiro, una ciudad fenicia -hoy libanesa- que se convirtió en el centro de la industria del tinte.
La tela teñida con púrpura de Tiro hizo famosos a los fenicios; algunos historiadores afirman que el nombre de Fenicia significa “tierra del púrpura”.
La exportaban a sus colonias, particularmente a Cartago, desde donde se extendió su popularidad y fue adoptada por los romanos como símbolo de autoridad y estatus imperial.
Un lujo hediondo
Ese púrpura, sin embargo, era una paradoja, una contradicción hecha color.
Asociado con la realeza, la exuberancia y la elevación de los ideales intelectuales y espirituales, durante muchos milenios era destilado de una glándula que se encuentra justo detrás del recto de unos caracoles marinos espinosos.
No solo su procedencia no era la más noble, sino que era notoriamente maloliente: aunque simbolizaba un orden superior, apestaba a una inmundicia inferior.
Se necesitaban decenas de miles de glándulas hipobranquiales disecadas, arrancadas de las espirales calcificadas de los caracoles marinos cañadilla (Bolinus brandaris) triturados y putrefactos que se dejaban cocer al sol para colorear una pequeña muestra de tela.
El proceso, además, era laborioso y tomaba al menos dos semanas culminarlo, como detalló el autor romano Plinio el Viejo en su “Historia Natural”.
Las fibras, mucho después de teñirse, retenían el hedor de las excreciones del invertebrado marino.
Pero, a diferencia de otros colores textiles cuyo brillo se desvanecía rápidamente, el del púrpura de Tiro se intensificaba con la intemperie y el desgaste, una cualidad milagrosa que se traducía en un precio exorbitante.
Un edicto de precios deal año 301 d.C. del reinado del emperador romano Diocleciano dice que una libra de tinte púrpura costaba 150.000 denarios o alrededor de tres libras de oro (¡eso serían unos US$85.000 según los precios del oro de hoy!)
El semidios y la ninfa
Tan preciado color debía tener una leyenda acorde con la alcurnia de quienes se podían dar el lujo de llevarlo.
Y el gramático griego del siglo II Julio Pólux se la dio.
En su “Onomástico” contó que un día el semidiós Heracles (el dios romano Hércules) estaba caminando a la orilla del mar con una hermosa ninfa a la que estaba cortejando cuando su perro se puso a roer un caracol podrido.
Cuando la ninfa vio el hocico del can manchado de púrpura, le pidió al gran héroe que le regalara una prenda de ese hermoso color.
Para cuando Pólux escribió esa leyenda, el púrpura ya llevaba siglos como símbolo de majestad y poder perdurable en la antigua Grecia, aunque no siempre fue así.
En el siglo V a.C., los griegos consideraban que la ropa costosa era bárbara y no acorde con su identidad.
Además, el color era asociado con los monarcas persas que lo usaban y que se habían convertido en símbolo de tiranía y decadencia después de las guerras grecopersas (492-449 a. C.).
Pero la fobia al púrpura se fue superando y, a mediados del siguiente siglo, su popularidad comenzó a aumentar, lo que llevó a una expansión en el número de sitios productores en el Mediterráneo.
De muerte
Con el tiempo, el derecho a vestirse de púrpura empezó a controlarse estrictamente con legislación. Cuanto más alto era rango social y político, con más mantas de ese color podían envolverse los dignatarios.
A Cleopatra le encantaba y cuando Julio César viajó a Egipto a visitar su corte, quedó tan fascinado con los tonos morados que vio, que regresó a casa con una toga púrpura y decretó que solo él podía usar ese color.
Unos años después de que lo asesinaran, Plinio el Viejo escribió sobre el púrpura.
“Es por este color que las fasces y las segures de Roma se abren paso en la multitud; es esto lo que afirma la majestuosidad de la infancia; esto es lo que distingue al senador del hombre de rango ecuestre; por personas ataviadas con este color son dirigidas las oraciones para aplacar a los dioses; realza cualquier prenda, y en la vestidura triunfal se ve mezclado con oro”.
Pero había que usarlo con cuidado.
La decisión del rey Ptolomeo de Mauritania de vestirse de púrpura en una visita al emperador Calígula le costó la vida, según el historiador romano Suetonio.
Cuando, en el año 40 d.C., entró en el anfiteatro durante un espectáculo de gladiadores ataviado con un fino manto de ese color que atrajo la admiración de todos, Calígula interpretó el gesto como un acto de agresión imperial e hizo matar a su invitado.
Matices
Que el color púrpura haya provocado un derramamiento de sangre recuerda un dato curioso: cuanto más se parecía al tono rojo intenso de la sangre coagulada, más preciado era, pues supuestamente tenía connotaciones divinas.
Y es que resulta que el famoso púrpura de Tiro no era un color exacto.
Variaba significativamente dependiendo del lugar de origen de los caracoles, el mordiente que se usaba y hasta a qué hora del día se secaba.
Como detalla el romano Vitruvio en su obra “De architectura”, al hablar del color “que entre todos es el más apreciado, excelente y encantador”, en las regiones más cercanas al norte “es negro”, hacia el oeste, “azul plomizo”, mientras que “en las regiones quinoctiales, este y oeste es de color violeta. Pero en las regiones del sur tiene un carácter rojo”, por estar “más cerca del Sol”.
En resumen, solía ser cualquier tono entre el malva pálido y el negro púrpura. Pero cualquiera que fuera su matiz, su importancia en el mundo antiguo era tal que no solo aparece en la Odisea y la Ilíada de Homero, sino hasta en la Biblia. Según el Evangelio de Marcos, por ejemplo, los torturadores de Cristo lo atormentaban con ropas de color púrpura, para burlarse de su estatus como ‘Rey de los judíos’.
Descolorido
Dado su valor, las tintorerías eran una buena fuente de ingresos para los gobernantes, ya fuera para cobrar impuestos o para apoderarse de ellas.
Cuando el Imperio romano empezó a decaer y la legendaria ciudad de Tiro fue tomada por los árabes, las tintorerías imperiales se trasladaron a Constantinopla.
Tras la conversión al cristianismo, el púrpura se usó para denotar el alto rango sacerdotal hasta que, en 1453, el sultán Mehmet II conquistó la ciudad.
Privado del púrpura y sus ingresos, el papa Pablo II decretó en 1464 que el tinte fuera reemplazado por el también costoso carmesí que se producía con el insecto kermes y un mordiente de alumbre, cuyas minas en Italia estaban controladas por él.
Los conocimientos exactos de la elaboración de la púrpura de Tiro se fueron perdiendo, para la fortuna de los caracoles que estuvieron al borde de la extinción.
Sin embargo, ya había echado raíces profundas y siguió siendo el color de la realeza, y aquel con el que los grandes maestros teñían de exquisitez las vestiduras de seres humanos o divinos en sus obras.
Puntos suspensivos
En 1856, un aspirante a químico británico de 18 años, el británico William Henry Perkin, descubrió accidentalmente, mientras intentaba encontrar una cura para la malaria, un residuo artificial que podía rivalizar con la brillantez del púrpura de Tiro.
Era el primer tinte sintético de la historia: la anilina morada, malveína, malva, violeta o púrpura de Perkin.
Nuevamente, el púrpura se convirtió en el color más preciado, pero esta vez no tanto por su valor monetario, sino porque disparó una revolución.
No solo fue el inicio a toda la industria química moderna, sino que puso por primera vez al alcance de todos un arcoíris de color.
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