Manny Flores pasó dos décadas cumpliendo condena por los crímenes que cometió; tras ser liberado, decidió reparar sus errores ayudando a la comunidad
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Manny Flores sabe que lo vienen a matar. Es el líder de una de las facciones carceleras más poderosas de California, pero alguien más quiere su puesto. En sus planes no está quedarse quieto mientras conspiran contra él. Así que se adelanta, agarra a su verdugo y lo apuñala 18 veces.
Flores cumple una condena de 20 años en prisión, pero está convencido que tras apuñalar a su enemigo le darán cadena perpetua. “Pensé que más nunca vería a mis padres”, dice. “Gracias a Dios”, añade este californiano de padres latinos, el apuñalado sobrevivió y jamás lo acusó formalmente.
Fue como si el destino le diera otra oportunidad. Así que Flores cerró su primera vida: la pandillera, criminal y peligrosa. Hoy es otro hombre. Veintisiete años después de entrar en una de las cárceles más peligrosas de California por su actividades como pandillero, Flores devuelve a su comunidad como bien todo el mal del pasado.
Actualmente es el director del North Valley Caring Services (NVCS), una organización sin ánimo de lucro que alimenta, apoya, educa y protege a miles de familias desamparadas en la zona del Valle de San Fernando en el condado de Los Ángeles. Porque detrás de la fachada de Silicon Valley, el glamour de Hollywood, las playas de surf, el sol y la riqueza, Flores asegura que el riesgo de mendicidad está fuera de control en este estado del país más poderoso del mundo.
“No sé si alguna vez pueda reparar a mi comunidad todo el daño que hice, pero hasta donde yo pueda, quiero trabajar duro, ser honesto y dedicar mi vida al bien”, afirma. La labor de Flores es ejemplo de superación y conversión para toda su comunidad. Un camino nada fácil que, hoy con 50 años, comparte con BBC Mundo.
Auxilio para los desamparados
El Valle de San Fernando se encuentra en el norte del condado de Los Ángeles. Esta zona, sede de corporaciones gigantes como Walt Disney y Warner Bros, también acusa la grave crisis de mendicidad que azota a todo Los Ángeles y al estado de California.
“La realidad es que el costo de la vida está fuera de control. Eso está empujando a mucha gente a la mendicidad”, comenta Flores. Según el último reporte anual de Los Ángeles Homeless Services Authority, de 2019 a 2020 el número de “sin techo” en el condado de Los Ángeles ascendió a 66.433 personas, uno de los peores registros del país.
“La mayoría que necesita ayuda son familias de ingreso medio. Ellos son quienes peor lo están pasando ahorita, los más frágiles”. Entre esas decenas de miles se encuentran muchos de los que Flores se propuso devolverles cada día como bien el mal que dice haberles hecho en el pasado.
“Alimentamos cada semana a un total de 4500 familias. Desde nuestra agencia atendemos unas 1500. Luego, a través de iglesias y centros de distribución, completamos la cifra. Yo le hice mucho daño a mi ciudad, Los Ángeles. Es mi deber servir y usar todo lo malo que viví para bien”.
Camino torcido
El Flores de antes de prisión dista mucho de la persona con la que hablo por teléfono. Se le nota conmovido cada vez que menciona lo mal que lo está pasando su comunidad. Pero hace más de dos décadas sus motivaciones eran muy diferentes.
“No sé cómo me torcí. Era hijo único y mi casa jamás fue problemática o abusiva”. “Crecí en una familia donde me inculcaron principios de valor, amor, respeto hacia el prójimo, las propiedades y el sistema”. Como muchos angelinos, los padres de Flores son latinos. Su mamá vino de Cuba y su papá de México.
En los años 80, en plena adolescencia, Flores empieza a “ensuciarse” con las pandillas que rondaban su vecindario. Dice que las malas influencias lo cambiaron, que adoptó un estilo de vida diferente. En aquellos años, el día a día de Flores era vender drogas, robar, extorsionar, portar armas, dispararlas contra las bandas rivales.
Y no fue un pandillero cualquiera. “Yo era un personaje de alto grado. Contaban conmigo para la logística de la pandilla. Movía dinero, manipulaba a la gente y reclutaba jóvenes”. A los 22 años, Flores ya había estado envuelto en múltiples apuñalamientos y tiroteos. Con 23 años, sin embargo, se propuso llevar un estilo de vida más pacífico. Se casó. Tenía dos hijos.
Pero todo volvió a torcerse. “Intentaron asesinarme y fui a cobrármelas. Busqué a quienes me dispararon, disparé contra ellos y le di a una persona”. Fue el último periplo criminal de Flores en la calle. La policía lo agarró y la justicia le impuso 20 años de cárcel por intento de homicidio.
La vida en prisión
A Flores lo enviaron a una de las prisiones más violentas del estado. Como en la vida pandillera, en las prisiones californianas manda la ley del más fuerte. Un juego de poder en el que este joven de 23 años no quiso quedarse atrás.
“Me asocié en prisión con la mafia mexicana, pero había otras facciones, como los afroamericanos, los estadounidenses blancos, los skinhead o los de la Nación Aria”. Dentro de la mafia mexicana, Flores vuelve a erigirse como líder.
Estaba a cargo de unos 200 hombres dentro del centro penitenciario. Decide las políticas de prisión, con quién se pelean, qué drogas entran. Lo supervisa todo. “Alguien quería mi posición y lo mandaron a apuñalarme. Me avisaron que pasaría, pero no podía dejar que pasara. Tuve que enseñar que era un hombre y que mis problemas los arreglo yo solo”.
Entonces Flores fue y le clavó 18 veces el puñal a quien lo quería atacar. “Pensé que me darían cadena perpetua, pero el tipo sobrevivió y nunca me acusó. Es muy raro que eso pase”.
La conversión
En medio de la condena, las autoridades mandaron a Flores a una celda aislada, para donde van los más peligrosos. “Me controlaban las 24 horas del día. No veía el sol, no tenía visitas, ni contactos ni acceso al teléfono. La gente allí se vuelve loca”.
Pero la soledad, el aislamiento y “un encuentro con Dios” cambiaron a Flores. Tenía tiempo para pensar. Comprende que sus errores y crímenes del pasado responden a una baja autoestima, a una necesidad de ser aceptado a través de imponer miedo y respeto.
“Fue la primera vez que fui honesto conmigo mismo. Muchas de las cosas que hice fueron por puro miedo y no porque fuese el más bravo. Es curioso, porque le sucedió igual a otros en la misma situación”. Flores aprovechó el aislamiento para estudiar, formarse, y prepararse para una nueva vida fuera de prisión.
Reinserción complicada
Cuando Flores sale de la cárcel en 2014, empieza a tocar puertas. Una de las primeras fue las de la iglesia que le ayudó en su conversión dentro de la cárcel. “No me aceptaron. Tenían miedo por mi pasado. Pensaron que quizás mi conversión no era real y que podría hacerles daño. Me dieron a entender que buscara otra iglesia”.
Flores vivió en primera persona las dificultades por las que puede pasar un exconvicto para reinsertarse en la sociedad.
“Cuando estaba en prisión, todos me pedían que cambiara. Pero cuando cambié y salí, uno se da cuenta de muchas cosas. La gente, tu familia, tu comunidad, tu iglesia, quieren que cambies, pero cuando tienen que darte una oportunidad las cosas son muy diferentes”. “Es difícil encontrar oportunidades para personas como yo. Con antecedentes es muy difícil tener un trabajo significativo”.
Fue entonces cuando la pequeña organización North Valley Caring Services (NVCS) apareció en su camino. La directora en ese tiempo tenía un amigo en común con Flores. Le concedieron una entrevista y luego le ofrecieron un trabajo.
Cinco años más tarde, a Flores lo nombraron director tras implementar un programa de comida que de a poco comenzó a impactar la vida de muchos. “Estoy muy agradecido. Yo no tenía ninguna experiencia, solo mi educación en prisión y lo que aprendí en la calle”.
Mucho más que un banco de alimentos
Repartir comida es solo uno de los programas que actualmente maneja el NVCS bajo la dirección de Flores. Proporcionan estacionamientos para las familias que viven en sus autos, ofrecen seguridad, alimentos, ducha. También asisten a los que viven en estaciones de trenes.
El centro, además, educa a niños y les enseña a usar computadoras y a navegar en internet. “Muchas familias que llegan al país no saben cómo usar las computadoras y no pueden ayudar a sus hijos con las tareas. Así que establecimos un salón donde ofrecemos ayuda”.
El NVCS también enseña habilidades de emprendimiento para individuos. Fomenta la creación de microempresas e inculca conceptos de negocios. Luego les busca un sitio donde puedan vender sus artículos y quedarse con el 100% de las ganancias.
“Varias personas consiguieron buenos contratos y ahora se encuentran en otro nivel económico. Por medio de nuestros programas, conseguimos impactar a un 20% de las personas del área de San Fernando. Nuestro objetivo es crear un sistema colectivo y cooperativo donde logremos que la comunidad entienda la fuerza que tiene cuando trabajamos juntos”, dice Flores.
Satisfacción personal y familiar
Flores se volvió a casar. Su actual esposa es la primera mujer con la que dice que fue completamente honesto. “Le expliqué mis circunstancias y me presenté cómo soy. Me aceptó con todo”. Flores le agradece a Dios y a la vida el haber tenido la oportunidad de enmendar su camino.
Le emociona que su papá y su mamá hayan podido ver el cambio en su vida y todo lo que hace por su comunidad. “Mi papá falleció hace un mes, pero tuve el privilegio de que me viera reflejando todas las enseñanzas que él me inculcó. No sé si lo que hago podrá reparar el daño que hice, pero trabajaré muy duro para intentarlo”.
A Flores le gustaría ver más modelos de organizaciones como NVCS, que con un presupuesto limitado está haciendo un gran cambio en el barrio. “Ya nos invitaron a abrir más agencias en dos ciudades cercanas. Estamos muy cerca de lograrlo”, cuenta ilusionado.
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