La inflación, una pesadilla creciente en el mundo que amenaza la reactivación económica
En un contexto de incertidumbre por la marcha de la pandemia, se extiende el temor a que las subas de precios en varios países no sean un fenómeno transitorio; los motivos detrás del repunte
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PARIS.- En los últimos 30 años, los inversores tuvieron que enfrentar numerosas crisis y desafíos, pero –milagrosamente– habían logrado escapar al fantasma de la inflación. Esa pesadilla, desaparecida desde los años 70, reapareció en los últimos meses y planea ahora como la mayor amenaza que puede poner en peligro la reactivación de la economía mundial para salir de la parálisis provocada por la pandemia de coronavirus en 2021.
En 2014, un estudio del banco de negocios Natixis había llegado a preguntarse, en términos de especulación intelectual, si la inflación no había desaparecido por completo del área OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos). La respuesta surgió siete años después como resultado de la crisis sanitaria más grave que conoció el mundo desde la epidemia de gripe española en 1918-1919 y la recesión más profunda desde la depresión de 1929.
Aunque la ciencia no consiguió todavía erradicar o, al menos, controlar la amenaza que representa el virus, las estadísticas que destilan el Fondo Monetario Internacional (FMI), la OCDE, la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed) o el Banco Central Europeo (BCE) justifican la preocupación que se huele en el aire. En la actualidad, Estados Unidos registra un aumento anual de precios de 6,2% –una de las mayores tasas inflacionarias de las últimas décadas–, y los 27 países de la eurozona alcanzaron un promedio de 4% (entre ellos, Alemania 5,2%; Gran Bretaña, 4,2%, y Francia, 2,8%).
En ese contexto de extrema incertidumbre, el temor de un rebrote inflacionario obsede a economistas e inversores, incapaces de afirmar si se trata de un fenómeno “transitorio” –como afirma la Fed–, cuánto durará, cuál será su magnitud y si constituirá un componente permanente del mundo post-Covid, que algunos denominan Globalización 2.0.
“Transitorio o no, nadie tiene la respuesta a ese enigma”, admitió el ministro francés de Finanzas, Bruno Le Maire.
Por lo pronto, todo el mundo coincide en que se trata de una conjunción de factores coyunturales –como el dramático déficit de mano de obra que ralentiza la actividad en Europa y Estados Unidos, las presiones sin precedentes que padecen las cadenas logísticas y la estampida de precios de energía–, sumados a las políticas monetarias expansionistas adoptadas por los bancos centrales para evitar que un virus invisible sumergiera al planeta en un infierno de desocupación, hambre y miseria.
En forma paralela, el ritmo febril de las máquinas impresoras de billetes de la Fed y del BCE generaron una deuda pública que asusta a todos los actores de la economía.
“El impacto de esos factores sobre las tasas anuales de evolución de precios debería atenuarse en el curso del año próximo”, afirma la presidenta del BCE, Christine Lagarde.
“Al menos algunos de los factores subyacentes se atenuarán o desaparecerán a breve plazo”, coincidió el ultraortodoxo alemán Otmar Issing, exintegrante del comité directivo de la BCE.
Los precios se estabilizaron o incluso bajaron en 2020 tras la aparición del Covid-19, explicó Issing, lo que impuso una línea de comparación muy baja para el aumento interanual de 2021. También percibe que los aumentos del petróleo y derivados son un fenómeno puntual –de hecho comenzaron a bajar en los últimos días– al igual que las tarifas de los fletes marítimos, que subieron ocho veces desde 2019.
El impacto conjunto de esos fenómenos no es insignificante: a un país como Alemania, motor económico de Europa, las actuales rupturas en las cadenas de abastecimiento le costarán 40.000 millones de euros de valor agregado, equivalente a 1,15% del PBI de este año, según el prestigioso instituto IFO.
Por eso, cuando terminen esas perturbaciones en 2022 se puede esperar una “caída significativa de la inflación que generan la mayoría de los países”.
Largo plazo
El problema, sin embargo, puede presentarse a largo plazo, cuando el mundo deba adaptarse a un aumento de precios de los combustibles fósiles para combatir el cambio climático. De manera similar, tampoco se espera un aumento penalizador en los precios de semiconductores y materias primas. Solo los salarios, propulsados por la demanda insatisfecha de mano de obra, pueden calentar la caldera inflacionaria. Aun así, los economistas sospechan que las tensiones no serán duraderas.
La inflación actual, según Lagarde, terminará desapareciendo una vez que se superen los cuellos de botella de la oferta. Algunos economistas compararon esa percepción a la actitud de un cochero que se niega a tirar de las riendas cuando sus caballos están desbocados porque, finalmente, terminarán por cansarse.
Pero otros expertos creen que los bancos centrales apretaron el acelerador sin liberar el freno de mano, lo que dio por resultado esa forma particular de calentamiento que los economistas llaman estanflación (inflación más estancamiento económico).
Esa percepción del problema sugiere, entonces, que la clave de la solución está en manos de los bancos centrales porque es la política monetaria, en definitiva, la que determina el nivel de inflación. La Fed y la BCE no están de acuerdo en cerrar la canilla libre que permitió inundar los mercados con liquidez –a través de compras masivas de bonos–, que determinó en parte el incremento de los precios de los activos.
El problema reside en que, a veces, existe una diferencia entre el aumento de precios y la “sensación térmica” de inflación que, por lo general, es mucho más elevada.
Ese fenómeno es lo que permitió la famosa boutade del exvicepresidente de la Fed Alan Blinder, cuando dijo que “hay inflación cuando la gente empieza a hablar de inflación”.
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