La India intenta resolver el misterio de los cientos de cadáveres que aparecieron en el río Ganges
La pandemia arrasa con el país y los crematorios están desbordados; se sospecha que las familias optan por enterrar los cuerpos a orillas del río tras el fuerte aumento de los precios de las cremaciones
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SUJABAD, India.- Sobre el río Ganges apenas despuntaba el sol, pero en medio de la penumbra alguien llegó a entrever varios cuerpos flotando en el agua, cerca de la orilla. Fue hace dos semanas, y esos cuerpos que aparecieron en esta pequeña comunidad ribereña de Sujabad serían los primeros de otros cientos de cadáveres hallados en la región, ya sea flotando en el Ganges o enterrados en la arena, desde que la India bate récords de número de muertos por coronavirus.
Ese día, Darsan Nishad, un hombre de 35 años que trabaja en un programa ambientalista, fue parte del equipo encargado de sacar del agua ocho cuerpos ya hinchados y transportarlos para que fueran examinados y luego cremados, el último rito formal practicado por la población mayoritariamente hinduista de la India.
“No teníamos idea de dónde venían. No sabíamos si habían estado enfermos”, recuerda Nishad, señalando un recodo del río donde habían realizado su lúgubre tarea. Conmocionado por lo que le había tocado vivir, Nishad apeló a su fe en el río Ganges, al que los hindúes veneran como una fuente sagrada de pureza y protección.
“Estas aguas son sagradas para todos nosotros. Según nuestras creencias, alcanza con sumergirse una sola vez en el Ganges para quedar protegido para toda la vida”, dice Nishad, a pocos metros de varios pozos humeantes y carbonizados en la arena, mientras el agua en la orilla mece pedazos de madera, bambú y tela de las cremaciones recientes. “Esta agua es nuestra diosa.”
El misterio que rodea los cadáveres no ha sido resuelto, y tampoco se sabe cuántos de ellos estaban infectados con coronavirus. Pero muchos creen que las familias recurrieron a medidas extremas porque no podían pagar la cremación de sus seres queridos, un ritual que antes costaba 70 dólares, pero que se disparó a 400 dólares desde fines del mes pasado, cuando la segunda ola del virus golpeó de lleno a la India.
En Sujabad, una comunidad de callejones sucios y casillas con techo de lona que depende del Ganges para su sustento, ahora hay muchos que están sin trabajo. Los barqueros que antes llevaban a peregrinos y turistas por el río tuvieron que quedarse en tierra por el confinamiento, y a los pescadores les preocupa que los cuerpos contaminen a sus presas. A los únicos que les va de maravilla, al perecer, es a los leñeros, que venden el insumo esencial para las piras funerarias.
Mientras India lucha por contener un nuevo aumento de casos de coronavirus, el crudo número de fallecimientos –cerca de 4000 por día desde fines de abril y más de 4500 nuevos casos diarios esta semana, una cantidad seguramente inferior a la real– terminó de castigar y de hundir la economía de muchas localidades del país. Al igual que los cuerpos hallados en el Ganges –hayan muerto de Covid-19, ataques cardíacos o de muerte natural por la edad–, los habitantes de esas comunidades ribereñas también son víctimas del virus.
Las espantosas imágenes de cuerpos flotando y a medio enterrar forzaron a los funcionarios del gobierno a tomar medidas. Se despacharon barcos de patrulla por todo el Ganges, que serpentea por más de 2400 kilómetros atravesando el norte de India, y las autoridades locales y estatales abrieron centros de cremación gratuita, donde las familias de los deudos disponen de madera y de un servicio religioso sin cargo.
Varios de esos sitios operan en Varanasi, una histórica ciudad costera a 25 kilómetros de Sujabad, con majestuosas gradas de piedra llamadas “ghats” que descienden hasta el sagrado Ganges. Por lo general, los ghats están apiñados de hindúes que van a bañarse, bautizar a sus hijos y esparcir las cenizas de sus muertos. Ahora los ghats están casi vacíos, pero los crematorios públicos están llenos día y noche.
Esta semana, en uno de los crematorios, un grupo de hombres observaban acongojados al sacerdote hindú que encendía la pira de madera sobre una plataforma de hierro, mientras cantaban una plegaria para su madre, fallecida esa misma mañana en un hospital. La mujer no murió de Covid, pero sus hijos no podían pagar el astronómico precio actual de la leña y demás gastos de un funeral.
El sacerdote, Satindra Kumar, parecía exhausto de tantos días encabezando ritos funerarios. “En los últimos dos días celebré 15 ceremonias, la mayoría eran casos de coronavirus del hospital, pero también vienen otras personas”, dice Kumar. “Esta pandemia es devastadora. El gobierno se queda corto en su ayuda a las zonas rurales. La gente tiene miedo y sufre, y algunos incluso dicen que el virus es más poderoso que Dios. Yo no puedo detenerlo, pero voy a seguir orando, y espero que eso traiga un poco de paz para las familias”.
En el centro de Varanasi, una ciudad de cerca de 1 millón de habitantes, las autoridades montaron un centro de control del coronavirus, con grupos de trabajadores que responden llamados telefónicos, hacen un seguimiento del estado de los pacientes aislados, solicitan ambulancias para quienes necesitan ser hospitalizados y organizan cremaciones. Sobre la pared, una pantalla gigante muestra información actualizada constantemente sobre la cantidad de camas libres, la disponibilidad de oxígeno y los focos de nuevos casos de coronavirus.
Pero en las áreas rurales, los lugareños que pierden a sus seres queridos por coronavirus u otras causas deben arreglárselas sin esos servicios. A pesar de los costos exorbitantes, muchos todavía viajan hasta los ghats para dar la correspondiente bendición hindú a los muertos, y dicen que aguantan la carga económica para seguir las tradiciones ancestrales.
Esta semana, un grupo de vecinos que lloraba la pérdida de tres parientes mujeres se acercó a uno de los ghats más antiguos de la ciudad y preparó una ofrenda de bolas de arroz especiado envueltas en hojas, bajo la mirada atenta de un sacerdote. Luego de bendecirlos, el hombre descendió las gradas de piedra, colocó las ofrendas sobre la superficie del agua y esparció las cenizas del difunto.
Después, el grupo de agricultores –que ya había tenido que costear las tres cremaciones– regresó para pagar la ceremonia a orillas del río. Los hombres contaban nerviosamente los billetes de rupias que habían juntado entre todos, agregando el costo de un barbero, fotógrafo, honorarios y recuerdos para los asistentes. El sacerdote se guardó los billetes, y los hombres emprendieron el regreso al pueblo, resignados ante el costo descomunal de cumplir con su tarea religiosa en una época de incertidumbre, muerte y miedo ante una fuerza invisible y letal.
“Varias generaciones de nuestro pueblo han venido aquí para el último rito, que para nosotros es sagrado”, dice Lakshmi Singh, un agricultor de unos 60 años. “No hemos visto muchos casos de coronavirus, porque estamos aislados en el monte. Pero no le tenemos miedo. Hacemos nuestras ofrendas en el Ganges, igual que nuestros ancestros, y eso nos mantiene a salvo.”
Traducción de Jaime Arrambide
The Washington Post
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