La mujer ayudó al gobierno de Fidel Castro y desarrolló una exitosa carrera entre 1985 y 2001
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“La reina de Cuba” era la expresión que usaban los miembros de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos para referirse a Ana Montes. En la práctica, el mismo apodo se lo habrían podido adjudicar los servicios secretos de La Habana.
Montes llegó a ser la principal analista dedicada a temas políticos y militares sobre la isla dentro de la Agencia de Inteligencia de Defensa de Estados Unidos (DIA, por sus siglas en inglés), donde desarrolló una exitosa carrera entre 1985 y 2001.
En ese lapso, Montes obtuvo varios ascensos, así como 10 reconocimientos especiales por su trabajo, incluyendo un Certificado de Distinción de Inteligencia Nacional -el tercer galardón más importante en este campo- que le fue entregado en 1997 por el entonces director de la CIA George Tenet.
No obstante, donde realmente debían estar agradecidos por los servicios invalorables de Montes era en la Cuba de Fidel Castro, para la cual trabajó como espía durante todos los años que estuvo empleada por la DIA, dándole acceso La Habana a información altamente clasificada.
“El primer día que entró en la Agencia de Inteligencia de Defensa, ya Montes era una agente reclutada a tiempo completo por el Servicio de Inteligencia de Cuba. Cada día que iba a trabajar su objetivo era memorizar las tres cosas más importantes que ella pensaba que los cubanos necesitaban saber para protegerse de Estados Unidos”, dice a BBC Mundo Peter Lapp, uno de los dos agentes del FBI encargados de la investigación realizada contra Montes que en 2001 derivó en su captura y posterior condena a 25 años de cárcel por espionaje.
“Ella está entre los espías más importantes que el gobierno de Estados Unidos ha arrestado desde la Segunda Guerra Mundial y es una de las que más daño ha causado en la historia moderna de este país”, agrega Lapp, quien también estuvo a cargo de entrevistar a Montes durante los siete meses que siguieron a su detención para conocer a fondo el alcance de su trabajo para La Habana.
Como resultado de esa experiencia y con investigaciones posteriores, Lapp escribió el libro La reina de Cuba, cuya publicación está prevista para octubre de este año, unos meses después de la salida de prisión de Montes bajo libertad condicional prevista para estos primeros días de enero de 2023. Pero, ¿quién es Ana Montes y cómo logró espiar al Gobierno de Estados Unidos durante tantos años sin ser descubierta?
De estudiante ejemplar a espía
Hija de padres puertorriqueños, Ana nació en 1957 en una base militar norteamericano en Alemania, donde su padre trabajaba como médico. Luego, la familia se mudó a Kansas, Iowa y, finalmente, Maryland, donde Ana terminó su High School con excelentes calificaciones.
Mientras cursaba una licenciatura en Relaciones Internacionales en la Universidad de Virginia, realizó un viaje de estudios a España en 1977 donde conoció a un estudiante izquierdista argentino, quien supuestamente le habría “abierto los ojos” ante el apoyo que daba el Gobierno de Estados Unidos a regímenes autoritarios en aquella época, según contó en 2013 Ana Colón, una excompañera de estudios, a The Washington Post.
“Después de cada protesta, Ana solía explicarme las ‘atrocidades’ que el Gobierno de Estados Unidos cometía contra otros países”, relató Colón. Una vez obtenida su licenciatura, Montes se mudó a Puerto Rico donde no logró encontrar trabajo, por lo que poco después terminó aceptando una oferta de empleo en el departamento de Justicia en Washington DC.
Mientras trabajaba allí decidió estudiar en paralelo una maestría en la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins, donde el espionaje cubano descubrió su potencial y decidió reclutarla.
“Ella fue descubierta y evaluada por una compañera de clase llamada Marta Rita Velázquez, también puertorriqueña. Ana expresaba abiertamente su rabia e insatisfacción por la política de EE.UU. en Nicaragua y El Salvador. Marta se hizo amiga de ella y así supo también que trabajaba en el Departamento de Justicia y que tenía acceso a información clasificada. Entonces, un par de meses más tarde le presentó a un diplomático que trabajaba en la misión de Cuba en la ONU”, cuenta Lapp. Así fue como Montes terminó siendo reclutada como espía cubana.
Dinero e ideología
Montes aceptó trabajar para los cubanos aunque, según dijo a los investigadores, nunca antes había pensado en esa posibilidad. Y, aunque era un trabajo riesgoso y a tiempo completo, no cobraba por ello. “Ella no recibió ningún pago, lo que hace pensar a la gente que ella era espía por razones ideológicas. De hecho, ella nos dijo que se habría sentido ofendida si los cubanos le hubieran dado dinero por espiar”, cuenta Lapp.
De hecho, una vez descubierta y detenida, Montes aseguró que había actuado motivada por la necesidad de justicia, intentando ayudar a los cubanos a protegerse de las políticas de EE.UU.
“Creo que la política de nuestro Gobierno hacia Cuba es cruel, injusta y profundamente inamistosa. Y me sentí moralmente obligada a ayudar a la isla a defenderse de nuestros esfuerzos por imponer nuestros valores y nuestro sistema político”, dijo Montes cuando le tocó comparecer ante la justicia, en octubre de 2002.
Un informe de la CIA, citado por The Washington Post, considera que los agentes cubanos la manipularon apelando a su narcisismo y haciéndole creer que La Habana necesitaba de su ayuda con urgencia. “Sus manejadores, con su ayuda involuntaria, evaluaron sus vulnerabilidades y explotaron sus necesidades psicológicas, ideología y patología de personalidad para reclutarla y mantenerla motivada para trabajar para La Habana”, asegura la CIA.
A diferencia de otros, Lapp no cree que Montes actuara motivada tanto por una ideología de izquierda como por un profundo rechazo hacia su propio país. “Creo que ella era más antiestadounidense, que estaba muy molesta con lo que el gobierno de EE.UU. estaba haciendo en la época en El Salvador y Nicaragua; y en su política hacia Cuba. No estoy de acuerdo con quienes dicen que ella era una espía motivada por la ideología. Ella era idealista, pero que era más antiestadounidense que procubana”, afirma.
“Ella estaba muy enojada con Ronald Reagan y lo que estábamos haciendo. Y realmente odiaba nuestro país. Incluso hoy creo que sigue odiando nuestro país. Técnicamente ella es norteamericano, pero ella se considera a sí misma como ciudadana del mundo, es más alguien antiestadounidense, que alguien que crea en el sistema cubano, en el socialismo y el marxismo”, agrega.
Triunfar en Washington y en La Habana
En 1985, Montes realizó de forma encubierta el primero de varios viajes a La Habana. Luego realizaría otros, algunos de los cuales serían costeados por el propio Gobierno norteamericano durante los cuales sus encuentros diurnos con funcionarios de la Sección de Intereses de EE.UU. en la isla, serían seguidos por reuniones nocturnas con sus jefes cubano.
Fueron los cubanos precisamente quienes al parecer la alentaron a postularse para trabajar en la DIA y quienes más se beneficiarían con su ascendente carrera de analista en la que terminaría presentando sus informes ante los miembros del Estado Mayor Conjunto y al Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Y, de hecho, poco antes de su detención, estuvo a punto de ser promovida a un cargo en el Consejo de Inteligencia Nacional, un ente que asesora al director de la CIA.
Lapp destaca que Montes era una muy buena analista, lo que en la práctica terminaba favoreciendo su carrera en Washington y sus contribuciones a La Habana.
“Si ella simplemente se hubiera sentado en su escritorio a dejar pasar las horas no se habría convertido en la ‘reina de Cuba’. Ella era una analista muy buena y mientras mejor hacía su trabajo, más puertas se le abrían y más acceso conseguía. Así, si ella era competente en su trabajo de día, más información podía obtener para su trabajo de noche”, señala.
Espionaje clásico
Para evitar ser descubierta, Montes aplicaba a una de las herramientas de espionaje más seguras: su propia memoria. Durante horas se sentaba en su escritorio a leer y memorizar la información clasificada que consideraba de interés para La Habana, que luego transcribía por las noches en una laptop Toshiba en su casa y la cual, finalmente, copiaba en discos floppy que entregaba a sus contactos cubanos. De esa forma, nunca tuvo que llevarse ningún documento de la oficina.
Martes, jueves y sábados Montes recurría a una radio de onda corta para escuchar una de las llamadas “emisoras de números”, una estación radial en la que a las 9 y a las 10 de la noche una voz decía cosas como: “Atención, atención. Tres, Uno, Cuatro, Cinco…”. Estos números tenían que ser descifrados a través de una hoja de códigos que los cubanos le habían facilitado y que estaba hecha en un papel que era soluble al agua, con lo que -en caso de urgencia- bastaba lanzarla a un inodoro para hacerla desaparecer como evidencia.
Así era cómo ella recibía sus instrucciones. Sin embargo, a la hora de entregar la información recabada ella solía ir a almorzar con su contacto cubano del momento en plena luz del día. “Ella simplemente iba a almorzar con ellos y les entregaba el disco floppy. Así de sencillo. Sin escondites secretos, sin brush passes [breves contactos físicos para intercambiar objetos], ni ninguna técnica sofisticada de espionaje, eran simplemente un hombre y una mujer hispana que mantenían un largo almuerzo en un restaurante chino una tarde de domingo”, cuenta Lapp.
Para casos urgentes, Montes podía hacer llamadas desde cabinas de teléfonos públicos a números de dispositivos bíper o buscapersonas de sus contactos cubanos. Tenía un código para avisar que estaba en peligro y otro para avisarle que necesitaba verles.
Inteligencia comprometida
En opinión de Lapp, las actividades de espionaje de Montes causaron gran daño a la inteligencia norteamericano. “Cada uno de los individuos que ella conoció y que trabajaban para el Gobierno de Estados Unidos, independientemente de si lo hacían de forma abierta o encubierta, fueron identificados por ella ante La Habana, con lo que los cubanos conocían a todos los que estaban trabajando en la isla para el Gobierno de EE. UU.”, señala.
“Ella comprometió grandes cantidades de información clasificada que hallamos en su computadora. También identificó a cuatro agentes de inteligencia de Estados Unidos que fueron a trabajar a Cuba de forma encubierta como parte de otras agencias y usando otros nombres”, agrega.
Sin embargo, Lapp considera que probablemente el mayor daño que causó fue transferir a Cuba información sobre un programa satelital altamente sensible que pertenecía a la Oficina Nacional de Reconocimiento y que era tan secreto que no pudo ser incorporado a la acusación contra Montes ante la justicia para evitar que fuera conocido públicamente.
El exagente del FBI cree posible además que Montes pudo haber tenido un papel en el asesinato de un boina verde (agente de las Fuerzas Especiales de la Fuerza Armada norteamericano) ocurrido en El Salvador.
“No podemos probarlo, pero creo con firmeza que ella probablemente informó a los cubanos sobre quién era él, dónde se encontraba, qué hacía y cuál era su misión. Sé lo que ella nos dijo sobre esta hipótesis y a ella realmente no le importaba si él moría o no como resultado de esto” señala Lapp.
“No puedo probarlo, pero creo que ella tiene las manos manchadas de sangre”, agrega. Otro episodio polémico en el que participó Montes ocurrió cuando aviones de guerra cubanos derribaron en febrero de 1996 dos avionetas de la organización Hermanos al Rescate -que se dedicaba a ayudar a los cubanos que escapaban en balsas de la isla- causando la muerte de cuatro personas.
En aquel momento, Montes participaba del equipo de respuesta del Gobierno de EE.UU. ante esa crisis y, al mismo tiempo, estuvo muy activa colaborando con el Gobierno cubano.
“A la noche siguiente, después de regresar del Pentágono, ella se reunió con los cubanos y les contó cómo estábamos reaccionando. Y se encontró con ellos cada noche, después de que ellos habían matado a cuatro ciudadanos norteamericanos. Entonces, yo no digo que ella apretó el gatillo y cuatro norteamericanos murieron, pero ella se sentó con la gente que lo hizo -con el Gobierno y los servicios de inteligencia que ayudaron a que ocurriera- y cooperó con ellos haciéndoles saber cómo EE.UU. iba a reaccionar. Eso es horrendo”, apunta Lapp.
Paradójicamente, poco antes de ser detenida, Montes estaba encaminada a colocarse en una posición en la cual podría haber hecho mucho daño a Estados Unidos pues iba a tener acceso a los planes militares de Estados Unidos para la guerra en Afganistán. Algo que, según creen los analistas, habría provisto al Gobierno cubano con información muy valiosa que habría podido proporcionar a los talibanes o al Gobierno afgano.
Lo que evitó que eso ocurriera fue que para esas fechas ya las investigaciones contra Montes llevaban 11 meses y, tras los ataques del 11 de septiembre, se decidió acelerar su detención para evitar mayores riesgos. Una vez detenida, el 21 de septiembre de 2001, Montes negoció con las autoridades norteamericanos un acuerdo en el cual ella colaboraría plenamente con los investigadores con la condición de no recibir una pena superior a 25 años de cárcel.
Esa plena colaboración se tradujo en interrogatorios a los que Montes se sometió dos o tres veces a la semana durante siete meses para ofrecer al FBI todos los detalles que le fueron requeridos. Lapp cree que eso puede haber influido en el hecho de que La Habana aparentemente no haya mostrado mucho interés en ella ni en su liberación.
“Especulo que no están muy entusiasmados con que ella se declarara culpable ante el Gobierno de EE.UU. y luego se sentara para un interrogatorio completo. Tengo la sensación de que hizo mucho daño a los cubanos cuando habló. Me pregunto si los cubanos están un poco enojados con ella” apunta. De ser así, Ana Montes ya no sería considerada como “la reina de Cuba”, ni en Washington ni en La Habana.
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