En su nuevo libro titulado No más secretos, cuenta la historia de su niñez, de cómo fue reclutada por el servicio británico para realizar el vital trabajo de inteligencia
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La última sobreviviente del grupo de personas que trabajaron en secreto para los aliados descifrando los mensajes codificados de la Alemania nazi y Japón durante la Segunda Guerra Mundial, acaba de escribir una memoria sobre su extraordinaria vida.
Betty Webb fue reclutada a los 18 años por el servicio de inteligencia británico para trabajar en Bletchley Park, una instalación militar ubicada en Buckinghamshire, Inglaterra, a unos 80 kilómetros al norte de Londres, donde se decodificaban las comunicaciones enemigas y después fue a Estados Unidos a colaborar con el Pentágono en su guerra en el Pacífico que finalmente resultó en la rendición de Japón.
Su nuevo libro No más secretos (No More Secrets) cuenta la historia de su niñez, de cómo fue reclutada por el servicio británico para realizar el vital trabajo de inteligencia, de su posterior viaje a Washington, y de cómo se sintió cuando finalmente pudo hablar públicamente sobre las experiencias que tuvo que mantener en secreto durante tanto tiempo.
En reconocimiento de su servicio, Webb fue invitada a la reciente coronación del rey Carlos III y celebra sus 100 años este 13 de mayo con una fiesta en Bletchley, ¿dónde más?, con parientes y amigos.
Charlotte Elizabeth “Betty” Webb, nació en 1923 y pasó su infancia en el condado rural de Shropshire durante la década de 1920, sin calefacción, electricidad ni agua corriente. Como colegiala, tuvo una niñera alemana y gracias a que su madre quería que aprendiera a hablar alemán con fluidez, participó en un programa de intercambio y pasó un tiempo en la Alemania nazi.
Era 1937 y Alemania estaba al borde de la guerra, así que regresó a Inglaterra a terminar la escuela. Después de graduarse, Betty Webb enfrentó las oportunidades limitadas habituales de empleo que se ofrecían a las mujeres en ese momento.
Sin embargo, con la Segunda Guerra Mundial en pleno apogeo y la mayoría de los hombres en el frente quiso hacer su parte en el esfuerzo bélico y en 1941 se unió al Servicio Territorial Auxiliar (Ejército de Mujeres, ATS por sus siglas en inglés).
En “el ejército invisible”
Después de cumplir con su entrenamiento básico, sus superiores se enteraron de que hablaba alemán, así que la enviaron a Londres para reunirse con un oficial de inteligencia que la entrevistó en alemán.
“El coronel que me estaba entrevistando me dijo ‘aquí tienes una orden para viajar en tren, vete a Bletchley’”, contó Betty al programa Today de Radio 4 de la BBC. “Nunca había escuchado de ese sitio, no tenía la menor idea de lo que ocurría allí, igual que el resto del público, porque era tan secreto que nadie podía siquiera mencionarlo”.
Tenía 18 años y acababa de ser reclutada al ejército invisible de descifradores de comunicaciones enemigas. Solo se percató de la trascendencia e importancia de su misión hasta la mañana siguiente, cuando le entregaron el Acta de Secretos Oficiales que debía leer y firmar.
“Era un documento tremendo y te das cuenta, tan pronto lo firmas, que quedas completamente aislada porque no se me permitía decirle a nadie dónde estaba y qué era lo que hacía. Mis padres no sabían dónde estaba y nunca les pude decir porque murieron antes de que levantaran el velo de secreto”, explica. “Yo decía que estaba haciendo un trabajo secretarial aburrido y nada más”.
Estaba con un grupo de personas que tenía que registrar todos los mensajes que iban entrando. Mantenía un catálogo muy estricto, con fechas, horas, señales y otros detalles. No puede decir con exactitud cuántos comunicados pasaron por sus manos, pero luego supo que entraban unos 10.000 al día.
Trabajo, teatro y tenis
Las condiciones de vida eran muy básicas. Trabajaban y dormían en cabañas con poca calefacción. En la noche, las ventanas tenían que estar selladas para no dejar salir la luz, así que la circulación de aire era muy pobre. “No era nada agradable”, afirmó.
Ese ambiente, combinado con lo que llamó la cultura “hush, hush” (“calla, calla”) en la que no se podía repetir nada de lo que veía, leía ni escuchaba generaba mucha tensión y angustia. Hubo un momento en que sufrió una crisis y tuvo que ser enviada a un centro de rehabilitación.
“No sabía dónde estaba, porque en ese entonces habían quitado toda la señalización en las carreteras. Pero la ironía fue que allí escuché el zumbido de una doodlebug (una bomba alemana teledirigida V-1) y tuve que correr a ponerme mi casco y esconderme debajo de la cama”, expresó.
No obstante encontró el ambiente muy amigable en Bletchley Park, particularmente en lo social en horas por fuera del trabajo.
“Había gente de todas las clases. Si los deberes lo permitían se podía ir a conciertos, formar parte de coros”, describió. “Cada tanto montaban una buena obra de teatro. No sé cómo lograban montarla y trabajar al mismo tiempo, pero lo hacían, una vez cada tres meses. Trabajábamos intensamente pero también nos divertíamos intensamente”.
En una ocasión, cuenta, el primer ministro Winston Churchill visitó el centro secreto y preguntó sobre el aspecto recreacional. “Cuando supo que no teníamos canchas de tenis, ordenó inmediatamente que las instalaran”.
El fin de la guerra
En su entrevista con la BBC Betty describe su trabajo como de “oficinista”, pero en realidad, el dedicado y complejo proyecto en Betchley contribuyó a acortar la guerra en por lo menos dos años y salvar miles de vidas.
Solo en años recientes se ha reconocido la extraordinaria labor de expertos como el genio matemático y pionero de la computación Alan Turing, que ayudó a acelerar los esfuerzos de los Aliados para leer los mensajes navales alemanes cifrados con la máquina Enigma.
“Ellos desaparecían dentro de sus respectivas cabañas y eso es lo único que sabías de ellos. Las cabañas no tenían nombres, solo números y no sabíamos qué sucedida a puertas cerradas”, reconoce Betty Webb, pero añadió: “Creo que ellos eran extraordinarios y me siento muy orgullosa de haber estado involucrada en una manera limitada con eso”.
Hubo una gran sensación de alivio cuando llegó el fin de la guerra en Europa con la rendición de Alemania, en mayo de 1945. Todas las personas se fueron a Londres a festejar en las calles y gritar de alegría “aunque había un toque de tristeza por los que no estaban allí”, comenta.
Pero para Betty las cosas no terminaron allí. Después de trabajar cuatro años en Betchley, fue enviada a Estados Unidos para continuar la misma tarea en el Pentágono “que era parafrasear y transcribir los mensajes japoneses ya decodificados”, dijo.
Fue la única mujer del Servicio Territorial Auxiliar en ir a Washington, lo cual describió como “un tremendo honor”, aunque por el protocolo de secretismo no estaba muy enterada de lo que estaba sucediendo.
Cuando Japón finalmente firmó la rendición unos meses después, “Washington se volvió completamente loco”, recuerda. Estaba ayudando a ordenar un local del ejército británico en la capital estadounidense, cuando se anunció la noticia.
“Nunca había visto tanta gente salir y hacer sonar las bocinas de sus autos con el mayor ruido posible”, dice, describiendo cómo había personas que trataban de subir las rejas de la Casa Blanca con la esperanza de ver al presidente Harry Truman.
Más tarde llegó la noticia de las decenas de miles de personas muertas y mutiladas por las bombas atómicas lanzadas sobre las ciudades japonesas para poner fin al conflicto que fueron, dice, “absolutamente horribles”.
“Estábamos encantados de que la guerra hubiera terminado, pero después comenzamos a darnos cuenta de lo espantoso que fue”, expresó en una entrevista en 2020. “Es algo terrible que un ser humano le pueda hacer a otro”.
Honores, memorias y 100 años
Después de la guerra, le tomó tres meses arreglar el pasaje de regreso al Reino Unido, a bordo de un barco de transporte militar en un viaje de cuatro días que describió como “muy peliagudo” debido a todas las minas que quedaron en el Atlántico.
Regresó a casa y logró emplearse como secretaria de una escuela primaria en el condado de Shropshire, gracias, según ella a que conocía el rector de la institución, que también había trabajado en Bletchley Park.
Pero, debido a la Ley de Secretos Oficiales, no solo no podían mencionar una palabra de lo que habían hecho durante la guerra, sino que ni siquiera podían reconocer que se conocían.
Todo eso cambió, cuando en 1975 se levantó el velo del secreto. Pero, a Betty no le quedó fácil estar de repente libre para hablar al respecto. “Tenía la mente completamente en blanco, no quería hablar sobre eso durante años. Cuando has guardado algo encerrado en tu alma durante tanto tiempo no es fácil abrirte”.
Fue mucho después que alguien le sugirió que debería dar charlas, lo que condujo a que escribiera el libro No más secretos, donde repasa los momentos clave de su vida y relata las increíbles historias de su tiempo en Bletchley Park.
Charlotte “Betty” Webb fue condecorada con la Orden del Imperio Británico (MBE) y la Legión de Honor del gobierno de Francia. Pero, reconoce haber quedado en “shock” cuando recibió una invitación a la reciente coronación del rey Carlos III. “Estoy completamente sobrecogida por el honor. La tarjeta de invitación es hermosa y la voy a enmarcar”.
Este sábado, 13 de mayo, Betty cumple 100 años y los celebrará en el lugar que fue tan trascendental en su vida. “Me han dado el privilegio de alquilar el salón de eventos en Bletchley Park y tendré una fiesta con 60 personas, amigos y parientes, que vendrán”.
La fecha coincide con el lanzamiento de su libro, el cual estará autografiando. Y sin duda estará vistiendo la insignia del Servicio Territorial Auxiliar que siempre tiene prendida a la solapa con el lema: “Nosotras también servimos”.
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