La histórica fascinación que ejerce Florida sobre los presidentes latinoamericanos expulsados del poder
El caso de Bolsonaro, que se fue de Brasil antes de terminar la presidencia y se instaló en Orlando, recuerda otros casos de mandatarios y dictadores de la región
- 7 minutos de lectura'
WASHINGTON.- El fallecido líder nicaragüense Anastasio Somoza no tuvo que bajar demasiado de categoría cuando huyó del palacio presidencial, en 1979. Por el contrario, se sintió muy bien recibido en el ultraexclusivo enclave de Sunset Islands, en Miami.
“Estamos muy contentos de tenerlo entre nosotros”, dijo por entonces Josephine Brooks, vecina del lugar. “A nosotros no nos modifica nada. Tal vez decida unirse a nuestra asociación de propietarios”.
Somoza, cuya familia había presidido la nación centroamericana durante 43 años, estaba acusado de aplastar la disidencia y despilfarrar el dinero del país. Desde su nuevo hogar en Florida, juró seguir luchando por “la democracia”, sin importar el precio que debiera pagar.
“Si eso implica un exilio de por vida, de ser necesario limpiaré pisos”, dijo sobre su nueva vida.
Hace décadas que Florida ejerce una extraña fascinación sobre los líderes extranjeros expulsados del poder. Tal vez por eso no sorprenda que en sus últimas días de mandato, el expresidente brasilero Jair Bolsonaro haya buscado refugio en un suburbio de Orlando, cerca de Disney World.
El líder de la ultraderecha brasileña estaba en Florida desde hacía apenas una semana cuando sus seguidores arrasaron los edificios de gobierno de Brasilia como protesta, tras la asunción del flamante presidente Luiz Inacio Lula da Silva. Durante los meses anteriores, Bolsonaro había hecho falsas denuncias de fraude.
Bolsonaro, que más tarde tuiteó que estaba internado en un hospital de Florida, ha negado cualquier responsabilidad en los ataques. Antes de la insurrección, su estadía en Florida había sido extrañamente mundana, con visitas al supermercado y a una cadena de comida rápida que fueron registradas en video por los curiosos.
Pero ahora hay legisladores norteamericanos que reclaman saber cuál es el estatus legal de Bolsonaro en Estados Unidos, y cuánto tiempo piensa quedarse.
Huidas y autoexilios
La situación es extraña, pero recurrente. En 1933, cuando el general Gerardo Machado, el derrocado dictador de Cuba, huyó de La Habana con cinco revólveres y siete bolsas de oro, según los informes de la época, se embarcó en un largo viaje que finalmente lo condujo a su exilio en Miami.
Décadas más tarde, en 1959, otro dictador cubano, Fulgencio Batista, se refugió inicialmente en Jacksonville, tras huir de la revolución encabezada por Fidel Castro.
En 1990, en un intento por escapar del probable derramamiento de sangre en su país, el exlíder haitiano Prosper Avril fue trasladado a Homestead a bordo de un avión militar estadounidense, y poco después se mudó a una mansión en Boca Ratón. Tres años después, el presidente boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada abordó un vuelo comercial a Miami para escapar de las protestas en La Paz, aunque rápidamente se mudó a un lugar apenas menos glamoroso: Maryland.
Carlos Andrés Pérez, dos veces presidente de Venezuela, vivió en autoexilio en Miami hasta su muerte, en 2010. Su muerte desató una batalla entre su esposa venezolana, de la que estaba separado, y la que era su amante en Florida desde hacía muchos años, acerca del lugar donde debía ser sepultado: finalmente, ganó su esposa. Y otro líder venezolano, Marcos Pérez Jiménez, vivió en Miami desde 1958, cuando fue derrocado, hasta 1963.
Después de dejar el cargo en 2014, el expresidente panameño Ricardo Martinelli se mudó al exclusivo vecindario Coral Gables, Miami, donde se instaló en una mansión de 8,2 millones de dólares.
Y si escarbamos un poco más, los vínculos son aún más profundos: una vez, el diario The Miami New Times publicó una guía de las casas de exfuncionarios de dictaduras latinoamericanas que se habían mudado a la zona. Y hace más de dos siglos, durante la época colonial española, Georges Biassou, el líder de la rebelión de los esclavos en Haití, encontró refugio en St. Augustine, en la costa nordeste de Florida.
Las razones de la fascinación
¿Cómo se explica esa fascinación por Florida? Tal vez sea la cercanía: menos de 200 kilómetros separan La Habana y Cayo Hueso, y el Aeropuerto Internacional de Miami es un centro regional de vuelos para toda América Latina.
¿O será que Florida es un centro de extranjeros en la diáspora? Este fin de semana, la casa de vacaciones donde se aloja Bolsonaro estaba rodeada de admiradores brasileros del expresidente.
Según la Encuesta de la Comunidad de 2021 realizada por la Oficina del Censo de Estados Unidos, en Florida hay instalados alrededor de 115.000 brasileños, más de una quinta parte de todos los brasileños que hay en ese país. Las comunidades de cubanos y haitianos son todavía más numerosas. Más de una cuarta parte de la población del estado es latino, y en algunas áreas urbanas el idioma dominante es el español.
¿O será por el estilo de vida? El clima húmedo y tormentoso del verano en Florida no es muy distinto al del Caribe, y las playas de Miami o St. Petersburg pueden ser un buen sustituto de las playas de Río de Janeiro.
Las razones parecen ir más allá: para quienes se ven a sí mismos como parte de la vanguardia de la derecha global, el estado tiene un atractivo adicional. El club Mar-a-Lago del expresidente Donald Trump se encuentra en Palm Beach. De hecho, los asesores de Trump informaron que se discutió la asistencia de Bolsonaro a una fiesta de año nuevo en el lugar, a la que finalmente no concurrió.
En noviembre pasado, el gobernador de Florida, Ron DeSantis, obtuvo holgadamente su reelección, situándose en la cima del orden jerárquico del Partido Republicano para las elecciones presidenciales de 2024.
De ganar, DeSantis se convertiría en el primer presidente de Estados Unidos nacido en Florida. Y si bien el dirigente es conocido por su retórica antiinmigración, los mandatarios que huyen de los movimientos de izquierda en sus países tal vez sientan afinidad con ese gobernador que condena el “marxismo”, como un eco de la antigua política exterior anticomunista de Estados Unidos.
El tiro por la culata
Pero Florida es un lugar voluble e impredecible, y para muchos líderes extranjeros, su nuevo hogar terminó siendo un lugar muy poco hospitalario.
En 1992, frente a una demanda por violaciones a los derechos humanos presentada en Florida, el haitiano Avril debió regresó a su país para evitar una multa de 20 millones de dólares.
El boliviano Sánchez de Lozada también terminó frente a un tribunal de Florida, donde él y otro exfuncionario fueron declarados culpables de la muerte de civiles durante las protestas callejeras de 2003 en Bolivia y multados por 10 millones de dólares.
Manuel Antonio Noriega, el hombre fuerte de Panamá, pasó años en una cárcel de Miami cuando la fuerza pública de Florida se lo llevó preso por de narcotráfico, en 1979. Noriega finalmente murió preso décadas más tarde, pero ya en una cárcel panameña.
El sueño de una vida en Florida del dictador cubano Batista nunca se cumplió: Estados Unidos rechazó su solicitud de asilo y tuvo que abandonar el país, a pesar de poseer propiedades y que tenía familia en el lugar. Batista vivió el resto de su vida en España.
Aunque nadie sabe cuánto piensa quedarse Bolsonaro en Florida, la Casa Blanca está bajo presión para ordenar su expulsión, especialmente si Brasil pidiera la extradición a raíz de los ataques a los principales edificios públicos de Brasilia. Pero en ese caso la batalla legal podría ser larguísima. Tarde o temprano, como les ocurrió a muchos otros exmandatarios refugiados, Bolsonaro podría descubrir que Florida no es el paraíso que esperaban.
Adam Taylor
Traducción de Jaime Arrambide
Otras noticias de Jair Bolsonaro
- 1
El chavismo afirma que el opositor que dejó la embajada argentina colabora activamente con la Justicia
- 2
The Economist nombró al país del año: cuál fue el elegido y qué dijo sobre la Argentina
- 3
Un ómnibus chocó con un camión y se prendió fuego: 32 muertos
- 4
Cómo el caso Pelicot relanzó debates jurídicos y sociales y qué podría cambiar tras la sentencia en Francia