La historia real de Jane Roe: el caso que legalizó el aborto en EE.UU. y ahora es revisado
El fallo de la Corte Suprema de 1973 puede llegar a ser revertido en pocos meses; la protagonista de aquel hecho terminó militando contra la interrupción del embarazo
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WASHINGTON.- No es verdad, como decía Scott Fitzgerald, que no haya segundos actos en las vidas americanas. No lo fue para Norma McCorvey, una camarera de Dallas que en 1970 demandó en un proceso histórico a Henry Wade, fiscal del distrito de la ciudad tejana, para reclamar su derecho a abortar en ese Estado.
El caso llegó al Tribunal Supremo, que en enero de 1973 decidió, siete votos contra dos, en favor de la demandante, amparándose en la decimocuarta enmienda, que garantiza la privacidad. Ya era demasiado tarde para McCorvey: tuvo a la niña en junio de 1970 y la dio en adopción. Bajo el seudónimo con el que denunció, Jane Roe, se convirtió en un símbolo de la lucha por el aborto y en un arma arrojadiza entre los dos bandos de una agria disputa. Aún hoy, la sentencia de Roe contra Wade suele acompañarse de este agregado: “La decisión más controvertida de la historia del Supremo”.
Esa decisión, que garantizó constitucionalmente el derecho a interrumpir un embarazo hasta la semana número 23, cuando el feto puede comenzar a sobrevivir fuera del vientre materno, ha comenzado a revisarse estos días en Washington. Se discute sobre una ley del Estado de Misisipi que pretende adelantar ese límite dos meses, hasta la semana 15 del embarazo. Con tres jueces progresistas y seis conservadores (la mitad de los cuales designó Donald Trump con la aspiración expresa de tumbar ese precedente), la mayoría de los analistas coincide en que Roe contra Wade tiene los días contados, aunque haya sobrevivido durante medio siglo a múltiples alineaciones del Supremo (el embate más duro fue, en 1992, el caso Planned Parenthood contra Casey; se saldó con una votación de 5-4). “Sabemos lo que harán los magistrados. La única duda es cómo piensan explicarlo”, escribía el sábado en The New York Times Linda Greenhouse, referente en Washington para la información judicial. La resolución se prevé para el fin del curso judicial, en junio o julio. Más de 20 Estados están esperando a que se levante la prohibición de legislar para cambiar sus normas.
A McCorvey se le permitió usar un pseudónimo de manera excepcional por entender que el estigma social que acarreaba entonces el aborto pesaba más que la obligación de personarse ante el juez con un nombre real. En 1994, McCorvey publicó I Am Roe (Soy Roe), el primero de sus dos poco fiables libros de memorias. Al año siguiente, recibió el bautismo en la fe protestante, dejó su trabajo en una clínica dedicada a la interrupción del embarazo y se pasó al otro bando. En 1998, se hizo católica, y seis años después, intentó sin éxito que el Supremo revisara su caso. Murió en 2017 a los 69 años.
El segundo acto de la vida de Shelley Lee Thornton, la hija que Roe no quería, empezó el pasado septiembre. Su identidad había sido secreta hasta la publicación del libro The Family Roe. An American Story (La familia Roe. Una historia estadounidense), del periodista Joshua Prager, que desvela que Thornton fue Roe Baby, como bautizaron los medios y las asociaciones antiabortistas a la misteriosa niña.
El periodista, que trabajó 11 años en el proyecto, pudo dar con ella gracias a Connie Gonzales, una mujer que mantuvo durante décadas una relación, llena de infidelidades y otros sinsabores, con la demandante, quien renegó de su homosexualidad después de abrazar la fe. “Gonzales me dijo que, ante un inminente desalojo, se iba a deshacer un montón de papeles de su ex”, recordó Prager el viernes en una conversación telefónica. Entre ellos, había una entrevista con un boletín católico en la que se decía la fecha y el lugar exactos del nacimiento de Roe Baby. El reportero rastreó las 37 posibles candidatas y dio con la niña, entonces una mujer de 40. “Al principio se negó a hablar conmigo, pero al final accedió a contarme su historia. Fue cuestión de perseverancia y de cultivar la confianza”.
La identidad de la niña, conocida como Roe Baby, había permanecido en secreto hasta que la desveló el periodista Joshua Prager el pasado mes de septiembre
Thornton, cuyo abogado no había respondido este sábado a la solicitud de EL PAÍS de una entrevista con su representada, conoció su secreto a punto de cumplir 19 años, cuando el reportero de un tabloide sensacionalista la abordó en el estacionamiento de un supermercado y se lo soltó a bocajarro. “No quiso saber nada de aquello. En todos esos años se había convertido en un ejemplo para los provida de lo pernicioso que podía llegar a ser el aborto. Pero no le interesaba ser un símbolo de nada”, aclara Prager. Después de eso, mantuvo un esporádico contacto telefónico con su madre biológica, que la animó a salir del anonimato porque pensaba que ambas podrían sacar tajada de eso. Siempre se negó a conocerla en persona. Después de salir de las sombras en la revista Atlantic, declaró en una entrevista con Abc News que se había sentido “aliviada tras años de guardar un terrible secreto”.
Prager también dio en sus pesquisas con las otras dos hijas de McCorvey. El gran símbolo del aborto en Estados Unidos nunca pasó en realidad por eso: dio a las tres, de padres distintos, en adopción. Cuando el periodista las puso en contacto en 2013, ninguna sabía de la existencia de las otras dos.
Una vida difícil
McCorvey nunca pareció encontrar la paz, ni antes, ni después de convertirse involuntariamente en un personaje histórico. Nació en Luisiana y creció en un ambiente pobre en Texas, entre la ausencia de la figura paterna y los abusos psicológicos de una madre alcohólica. Dio a luz por primera vez a los 16 años. Después llegaría otra niña. Cuando a los 21, y ya con un historial de alcoholismo, drogadicción y prostitución a sus espaldas, quedó embarazada de la tercera, buscó ayuda. La pusieron en contacto con Linda Coffee, una abogada de 26 años que estaba buscando una demandante cuyo ejemplo le permitiera luchar por la legalización del aborto.
Coffee es otro de los fascinantes personajes de The Family Roe. Acabó arrinconada por la fama de la otra abogada que llevó el caso, Sarah Weddington. Hoy aquella vive, según Prager, “de los cheques de alimentos del gobierno en una casa sin calefacción. Ella es la verdadera madre de Roe contra Wade; montó el caso, hizo todo el papeleo, lo llevó en las primeras instancias... Lo que le hizo Weddington, mutilarla de su historia, fue terrible”. Esta última, que defendió la causa ante el Supremo con solo 27 años, cargó con todo el mérito y acabó trabajando de asesora del presidente Jimmy Carter (1977-1981). Una entrevista con Coffee en 1970, disponible en YouTube, corrobora que no era una mujer que se sintiera a gusto bajo el escrutinio de los focos. Weddington no quiso hablar con Prager para su libro. Tampoco contestó a la propuesta de este periódico.
McCorvey dijo en numerosas ocasiones que embarcarse en aquello fue “el peor error” de su vida. Prager recuerda que cuando aceptaron su caso, ella se hallaba en torno a la semana 18 de gestación, lo cual hacía imposible obtener una sentencia a tiempo para interrumpirlo, que es lo único que aquella buscaba. Tampoco le ofrecieron la posibilidad de ayudarla a abortar, como sí hacían con otras mujeres pobres, a las que trasladaban a Estados como California, donde el gobernador, un tal Ronald Reagan, lo había legalizado en 1967.
Pero lo que más la enfadó fue descubrir muchos años después que Weddington había abortado antes en México y que nunca se lo contó. Weddington lo publicó en un libro en 1992. “Ese fue el principal motivo que la condujo a cambiarse de bando”, explica Prager, que mantuvo decenas de entrevistas con la demandante. El periodista asegura que no lo hizo por dinero, pese a que se la oiga afirmarlo en el documental AKA Jane Roe (Alias, Jane Roe, 2020): “Fue por mutuo interés. Tomé el dinero, y ellos me plantaron delante de las cámaras y me dijeron lo que tenía que decir”. “Eso es sencillamente falso. En efecto, Norma sabía que si se convertía le pagarían para que diera discursos (del mismo modo que le pagaban cuando estaba a favor del aborto). Pero no recibió una moneda por convertirse”, dice Prager, que recuerda que McCorvey nunca fue una fuente fiable, y pone como ejemplo que durante años mantuvo que el embarazo de Roe Baby lo provocó una violación, hasta que en 1987 confesó que fue fruto de una relación con un hombre al que la unía “algo que pensaba que era amor y resultó no serlo”.
Echar la vista atrás sobre aquel histórico caso arroja luz sobre su porvenir en el Supremo. Si todas esas vidas quedaron para siempre partidas por la mitad por aquella decisión judicial es porque el aborto sigue siendo, seguramente por encima de la raza, el asunto que más divide a una nación fieramente polarizada. Por eso, la más alta instancia judicial del país ha aceptado ahora revisar el proceso Dobbs contra la Jackson Women’s Health Organization, la única clínica que practica abortos en Misisipi, donde los requisitos cada vez más difíciles de cumplir han ido disuadiendo al resto. En instancias inferiores, dos jueces distintos dieron la razón a la clínica y consideraron inconstitucional una ley estatal de 2018, promulgada por un gobernador republicano, que fijaba en 15 semanas el límite para abortar. Dobbs es Thomas Dobbs, el funcionario de Sanidad de Misisipi que recurrió esa decisión al Supremo en junio del año pasado. Como Roe, su nombre puede quedar asociado para siempre a la historia judicial de Estados Unidos.
La magistrada Ruth Bader Ginsburg, icono feminista, argumentó antes de ser elegida en 1993 para el Supremo que el pecado original de Roe contra Wade es que se basó en el derecho a la privacidad, y no en el de igualdad, de la que ella fue una defensora. La muerte de Bader Ginsburg dejó en septiembre de 2020 vacante su plaza. Trump pisó entonces el acelerador para nominar antes de perder en noviembre las elecciones a Amy Coney Barrett, que inclinó la balanza del tribunal hacia una supermayoría conservadora inédita desde los años treinta. Tras escuchar el miércoles los primeros argumentos sobre el caso, parece claro que esa mayoría se siente cómoda con la idea de las 15 semanas, lo que acabaría con medio siglo de precedentes. También, que algunos están dispuestos a ir más lejos: creen que el momento de tumbar por completo Roe contra Wade ha llegado.
Iker Seisdedos
El País, SL
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