La historia de una pareja rusa que tuvo a su bebé en la Argentina: “No nos arrepentimos ni un segundo”
Sergey Kuzminok y su esposa, Tatiana Molchanova, llegaron a Buenos Aires hace apenas tres meses y tuvieron a su hijo hace solo 10 días en un sanatorio de Palermo; le contaron su historia a LA NACION
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“Mi esposa habla un poco de inglés. Casi no hablamos español. Podemos hablar con el traductor. Ya estamos anotados en un curso para aprender castellano”, reproduce la voz aguda de una aplicación en el teléfono celular de Sergey Kuzminok. El dispositivo se volvió vital para que los argentinos puedan decodificar su ruso desde que aterrizó en Buenos Aires hace poco más de tres meses.
Más allá de un cochecito color negro estacionado a la entrada, el departamento impoluto no da indicios de que hubiera allí un recién nacido de esta pareja rusa. Y aunque la televisión transmitía una serie en ruso, que el anfitrión rápidamente apagó, tampoco hay atisbos de que este sea el hogar de un matrimonio recientemente llegado de Moscú. Una bandera de la Argentina cubre casi todo el largo de una de las ventanas que permiten iluminar el living de este dos ambientes ubicado en el barrio de Recoleta. El recibidor tiene unas cuantas cosas, entre las que resaltan una cartuchera del Barcelona y un mazo de figuritas del Mundial de Qatar junto a dos pasaportes color bordó.
“Pueden sentarse donde quieran. Mi mujer está en el cuarto alimentando al bebé”, interpreta el traductor el comentario de Kuzminok, de 35 años, vestido con un jogging negro, una remera del mismo color con una estampa de Yoda, y en medias. Procede a buscar a Tatiana Molchanova, su esposa de su misma edad, y a su hijo de apenas 10 días. Él es oriundo de Moscú, mientras ella proviene de una ciudad al sur del país que limita con la frontera con Kazajistán.
En cambio, el pequeño Samuel Sergio Ángel Kuzminok nació en el Sanatorio de la Trinidad, en Palermo, el 26 de diciembre pasado, poco más de una semana después de que el seleccionado argentino se consagrara campeón del mundo en Qatar. “Se llama Ángel por Ángel Di María. [Lionel] Messi es la leyenda del fútbol, eso sin dudas. Pero Di María metió un gol clave [contra Francia]. Fue el mejor jugador del torneo”, intenta hacerse entender en inglés Tatiana, sentada junto a su marido en el sillón, mientras acuna en brazos al bebé, que se despereza y batalla contra un ataque de hipo.
La pareja es uno de los cientos de casos de familias rusas que emigraron a la Argentina desde que el gobierno de Vladimir Putin declaró la guerra en Ucrania, en febrero pasado, convirtiendo a Rusia en una paria global que le valió incontables restricciones y sanciones internacionales. Las estimaciones de Georgy Polin, jefe del departamento consular de la Embajada de Rusia en Buenos Aires, son de entre 2000 y 2500 personas, una proyección que podría elevarse a 10.000 este año, según un artículo publicado por el diario The Guardian.
Entre estos casos, hay una gran cantidad de mujeres embarazadas que eligieron a la Argentina para dar a luz. Es uno de los destinos predilectos por las siguientes razones: no se exige visa para ingresar; los recién nacidos adquieren la ciudadanía que luego pueden conseguir sus progenitores; el pasaporte argentino asegura la libertad de viajar a más destinos que el pasaporte ruso; el sistema de salud local se convirtió en un atractivo, no solo por su calidad, sino también por sus costos (gratis en el caso de los hospitales públicos).
Y, además, la paz. Ese fue el motor que impulsó a los Kuzminok a embarcar en un avión desde Moscú, pasando por Turquía, que los alejó del hostigamiento y las continuas amenazas, y de una sociedad “llena de odio” y “acostumbrada a vivir con miedo y en peligro”, para poder asegurarle a Samuel un futuro “en libertad”. El bebé ya recibió todas las vacunas pautadas desde el nacimiento en la Argentina.
“Ahora es simplemente imposible vivir allí. No queremos que nuestro hijo pase por eso. Más aún con la guerra con Ucrania que comenzó, de la cual muchos rusos estamos en contra porque es el genocidio del pueblo ucraniano. No queremos que nuestro hijo sea parte de este mecanismo”, afirma el padre del niño a LA NACION.
Llevan planeando huir de Rusia desde hace tiempo. Inicialmente pensaron en restaurar sus vidas en Miami, hasta que recibieron la noticia de que estaban esperando un hijo, lo que los llevó a buscar nuevos destinos y dieron con la Argentina, “un país abierto a todo”.
En la Argentina “hay muchas personas diferentes y nadie está avergonzado de sí mismo. Cada uno hace lo que quiere y para nosotros la libertad es el valor más importante en la vida y queremos volver a tener ese derecho”, menciona efusivo Sergey, con la ayuda del traductor del teléfono.
Pero se le transforma la cara segundos después. Taconea con nerviosismo y borra su sonrisa cuando habla de las razones que los impulsaron a escapar de Rusia: “Cada día se vuelve más y más difícil vivir allí, sobre todo para personas que tienen su propia opinión como mi esposa y yo. Es imposible trabajar para desarrollar el progreso”.
Represión
Periodista de profesión, Sergey trabajaba como comentarista de fútbol y reportaba partidos en la televisión hasta que comenzó a expresar en su propio programa de radio su oposición al régimen del Kremlin. Denunció en vivo las medidas del gobierno de Vladimir Putin y reveló un entramado de casos de corrupción de funcionarios ligados a este deporte y al mercado de apuestas -entre ellos el exministro de Deportes Vitali Mutko-.
Como consecuencia, en 2012 fue destituido de todos su cargos y se le impidió volver a trabajar en la programación oficial a nivel federal. Así fue como se formó en arbitraje en una carrera meteórica que lo llevó a integrar un grupo exclusivo de mentores, para convertirse en 2015 en un destacado árbitro de la Liga Nacional de Fútbol de Rusia. Pero nuevamente, su opinión le valió la expulsión de su puesto pocos años después.
“En el 2020 comenzó una fuerte ola de represión en Rusia”, en la que fueron apresados una gran cantidad de disidentes, entre ellos el principal opositor de Putin, Alexei Navalny, cuyos meetings cubrió Sergey desde la oposición. “En Rusia no hay seguridad. La policía es una organización criminal aparte que no se dedica a proteger a la población de los delincuentes. Cuando digo que la gente está acostumbrada a vivir con miedo y peligro, la principal amenaza proviene de la policía y la Guardia Nacional”, explica.
“Varias veces fui detenido por la policía. Me golpearon, me torturaron, pero luego me soltaron”, recuerda Sergey, ahora colérico, y suma: “Es desagradable para mí. Me quieren dar una piña por la verdad”.
Todavía recibe amenazas a través de las redes sociales. Rememora una de las últimas que leyó en su Facebook, en la que le aconsejaron “ser reeducado con descargas eléctricas”. “Solo intentaba sonreír. Pero temblaba por dentro. En Rusia no hay justicia, el fascismo florece”, agrega. “Rusia pasó el punto de no retorno, ahora no se puede hacer nada. Este fascismo se puede dejar desde afuera”.
Búsqueda exhaustiva
Desde Turquía lanzaron una exhaustiva búsqueda de centros de salud a donde llevar adelante los últimos meses del embarazo. El Sanatorio de la Trinidad fue finalmente el elegido “por el enfoque que tienen los médicos”, uno “completamente distinto al que tenemos en Rusia”. Y agrega: “Aquí no nos obligaron a hacer un proceso, todo lo contrario. Nos preguntaron qué era lo más cómodo que nos resultaba para que todo esté bien”.
Llegaron finalmente a la capital a fines de septiembre. Sergey destaca una peculiaridad de los argentinos que los impactó desde un principio. “Gente sonriendo, regocijándose”, dice.
“En Turquía escuchamos la expresión ‘máscara de persona rusa’, es decir, la cara de una personas agotada o malvada rusa. En Europa también está empezando a florecer el odio, salvo en países aliados a Rusia como Bielorrusia”, detalla el trasfondo de su asombro. “No queremos que nuestro hijo tenga esta misma máscara en la cara. Queremos que viva en una sociedad en la que pueda elegir quién quiera ser y no quién esté permitido ser. Queremos que sea feliz”.
Durante las consultas médicas, para comunicarse utilizaban el traductor o iban acompañados de una intérprete, María, una joven rusa que contactaron por redes sociales, quien los acompañó en todo momento, aunque no en el parto. Ese día, la confianza con su obstetra era tal que Tatiana y su médico se entendieron a la perfección. “De repente hablaba español”, bromea Sergey.
“Nunca experimentamos ninguna presión por parte del ginecólogo. Mi esposa se sintió tranquila hasta el último momento del embarazo”, cuenta Sergey en nombre de Tatiana, que se retiró a la habitación para recostar al bebé. Aquel 26 de diciembre dio a luz en apenas 40 minutos, sin necesidad de cesárea. Sergey recuerda su emoción al sostener a Samuel por primera vez en brazos y su tres días de estadía en la clínica post-parto en una habitación que compara con “un resort”.
El primer regalo que recibió Samuel fue una pequeña pelota de fútbol de Boca Juniors, el equipo argentino del cual su padre es hincha, porque “me gustan los colores y creo que es un equipo más popular que River Plate, que creo que tiene más plata”.
A diferencia de los casos de familias rusas cuya estadía en la Argentina es temporal, los Kuzminok esperan que su hijo crezca en el país y que los tres juntos puedan construir una nueva vida. Quizás en un futuro puedan incluir a sus familiares, que aún siguen en Moscú. “Mi mamá quiere venir a la Argentina”, destaca Sergey. “Pero mi papá lo mira con escepticismo porque mira más televisión”.
Sus DNI ya están en trámite - pueden obtener la nacionalidad por ser padres de un hijo nativo-. Planean abrir una escuela de apnea, o buceo a pulmón, un deporte extremo del cual ambos son profesionales y cuya práctica escasea en Buenos Aires. Una vez que aprenda bien el español, Sergey apunta a volver a arbitrar y “poder beneficiar al futbol argentino”.
Lejos queda la idea de regresar a su país natal. Desembarcaron el país para asegurarle una vida mejor a su hijo, pero fue el bebé el que terminó asegurando un futuro a sus padres. “No nos arrepentimos ni un segundo y disfrutamos de todo este tiempo de libertad. No queremos vivir allá. Nuestro hijo ni siquiera sabe lo que hizo por nosotros”.
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