La historia de una ajedrecista como en “Gambito de dama”, en Brasil: “La gente me mira y se pregunta qué hago ahí”
Una mujer de 24 años de Rio Grande do Norte, que trabajaba intensamente como empleada doméstica, superó varios obstáculos para construir una exitosa carrera deportiva
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MACAÍBA, Brasil.- La vida de Cibele Florêncio, de solo 24 años, transcurría entre las labores del hogar, el cuidado de su pequeño hijo, y su trabajo de empleada doméstica, al que le entregaba 12 arduas horas de su vida a diario. El año pasado su suerte cambió: fue coronada vicecampeona en un torneo de ajedrez en Brasil, su país natal. Todos los ojos de sus conocidos en Macaíba, en Rio Grande do Norte, se posaron en ella, que ven en Cibele, una luz en medio de la pobreza; sus amigos creen que su vida se puede comparar a la de la popular serie de Netflix, “Gambito de dama”.
Florêncio tenía 9 años cuando empezó a jugar ajedrez, gracias a una iniciativa del alcalde de la ciudad en que vivía; era un aficionado al tablero, y se le ocurrió que este juego, considerado elitista, fuera incluido en el plan de estudios de las escuelas públicas. Fue ahí cuando la joven vio otro futuro. Obsesionada con los cuadros negros y blancos, entre peones y alfiles, poco a poco, comenzó a llamar la atención de sus maestros.
“Tenía tal enfoque, una habilidad matemática para calcular y visualizar los movimientos futuros de su oponente”, dice a The Wall Street Journal, Máximo Macedo, de 43 años, un maestro de ajedrez de la ciudad, que ostenta el cargo de director de la Confederación de Ajedrez de Brasil el año pasado. “Lo atribuyo a algún tipo de mutación genética. Sin embargo, su perseverancia, viene de su crianza”. Y claro, Cibele Florêncio se crió en el lugar que a menudos es menospreciado por los brasileños más ricos del sur; el remanso olvidado del país. Ella es empleada doméstica y madre soltera. Su madre, cocinera, apenas podía alimentar a la numerosa familia compuesta por 7 hermanos, que vivían en el estado de Rio Grande do Norte, en donde el 40% vive en la pobreza.
Cibele Florêncio juega una partida de ajedrez con su hermano. En sus brazos, tatuajes de león y las iniciales de Nicollas, su hijo de 5 años, cubren su piel. Pronto, en Macaíba, simplemente el prodigio local, se quedó sin oponentes dignos de su destreza. Comenzó a buscar por computadora, por aplicaciones de teléfono. En Lichess encontró oponentes imaginarios, y vio campeonatos mundiales. Ganaba y ganaba, hasta que ya no hubo más internet. Tampoco hubo más dinero para pagar la suscripción de Netflix para ver “Gambito de Dama” una cuarta vez.
“Había días en que estaba tan cansada que ni siquiera podía entrenar por la noche”, dice a The Wall Street Journal, Florêncio. El trabajo de empleada doméstica, que comenzó apenas terminó la escuela, la dejaba agotada. A veces se quedaba despierta en la pequeña habitación que comparte con su hijo y su prima, haciendo lo mismo que Beth Harmon, el personaje central de “Gambito de Dama”: repitiendo mentalmente las jugadas que había perdido.
Es probable que en el fondo Cibele supiera de su potencial, en medio de un país que vibra con el fútbol, y donde el ajedrez es un juego de ricos. Decidió recurrir a los dueños de la casa que limpiaba para obtener patrocinio. Ana Lígia Medeiros y su esposo, André Borges, funcionario del Ministerio de Agricultura. “Para ser honesta, no estábamos seguros de si llegaría muy lejos… Ni siquiera sabía que podía jugar”, dice Medeiros a The Wall Street Journal.
Ante la petición de la joven, ella decidió darle 30 dólares, el dinero que necesitaba para competir en los campeonatos nacionales que se disputaron a fines del año pasado. Viajó en bus hasta Natal, y valió la pena para su carrera. Logró obtener el segundo lugar en las categorías de ajedrez rápido y relámpago femenino, esa en que las jugadoras tiene tres minutos para terminar la partida.
“La gente me mira y se pregunta qué diablos estoy haciendo allí”, dice sobre los otros contendientes en los torneos, jugadores que describió en su mayoría como nerds. “Pero lo uso a mi favor”, dijo Florêncio a WSJ. “Bajaron la guardia”. Tras aquella jornada, dice la joven, “el jefe de la Confederación Brasileña de Ajedrez se me acercó y me dijo: ‘Mira, Cibele, probablemente sea hora de que obtengas un pasaporte’”. Jamás había salido de Brasil, y Polonia estaba a punto de celebrar el Campeonato Mundial de Ajedrez Rápido y Blitz. Necesitaría de más ayuda. Y eso fue lo que vino.
Su empleadora, Medeiros, siguió ayudándola. Llamó a su primo, quien es un locutor radial local, quien llamó a la comunidad a través de la estación para pedir donaciones a los vecinos. Todo se acercaba a tiempo veloz: faltaban tres días para Navidad, y dos para que Cibele Florêncio debiese subirse a un avión para llegar a Polonia.
El llamado radial fue oído por un multimillonario local, dueño de un hospital. Marcelo Cascudo se conmovió con la petición que escuchó mientras manejaba su auto de camino al trabajo. “Me afectó”, comentó a The Wall Street Journal Cascudo, de 67 años. “Ella ha estado luchando sola toda su vida, solo quería demostrar que alguien estaba interesado en ella, alguien estaba escuchando”. Y fue una coincidencia que le dio una señal. Todo se detuvo cuando escuchó el nombre de la ajedrecista que necesitaba el dinero: Cibele, igual que su hija.
El hospital, del que Cascudo es dueño, pagó su viaje a Varsovia. También su hotel. Los médicos del recinto se juntaron para conseguir abrigos y ropas para el resistir el invierno polaco. La Sra. Florêncio nunca había salido del noreste, menos de Brasil. Fue primera vez que vio la nieve.
Es autodidacta. Jamás hubo dinero para un entrenamiento formal, pero se le ocurrió reemplazarlo con videos de Youtube. El mismo hospital se comprometió a pagarle para que pueda ir a los torneos, y también trabajo de limpieza en el recinto. Todo hasta que ella misma pueda sostenerse con el dinero que gane en las competencias. Para llegar a ese camino, un cirujano aportó el dinero para un entrenador profesional. Hoy, el humilde hogar de Cibele, junto a la carretera principal de Macaíba, se ha llenado de medallas y copas doradas.
“Es como lo que sucede en el juego”, dice Florêncio a The Wall Street Journal, explicando la regla de la “ascensión”. Es cuando un jugador puede cambiar el peón, la pieza de ajedrez más débil, si llega al final del tablero. “No subestimes al peón”, dice. “Lo llevas al otro lado y puede convertirse en una reina”.
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