La historia de los argentinos que militan por Clinton y Trump en Estados Unidos
Aportan dinero a las campañas, participan de timbreos y algunos hasta almorzaron con Obama; coinciden en que hay una polarización inédita
En unos días, Estefanía Mai se vestirá cómoda para salir a las calles de Miami. No va a trabajar ni a pasear. Dedicará horas a tocar timbres para recordarle al que abra la puerta que el 8 de noviembre tiene que votar a Hillary Clinton, como hará ella. Estefanía nació en la Ciudad de Buenos Aires.
Alexandra Arriaga repite que Donald Trump no va a echar a todos los inmigrantes de Estados Unidos. También se esmera por hacer entender que los medios muestran al empresario como algo que no es. “Lo interpretan mal”, se queja al justificar por qué lo va a votar. Alexandra nació en Morón.
Ni kirchneristas, ni macristas. Ellos se dividen entre clintonistas y trumpistas; entre los seguidores de una candidata a la que consideran la única apta para gobernar y los militantes de un hombre que, según ellos, tiene el carácter que falta para resolver los problemas. Como en las elecciones presidenciales del año pasado en la Argentina hubo un abismo entre un bando y otro, este año en EE.UU. se respira un aire similar. Así lo relataron a LA NACION los argentinos que viven allí, que obtuvieron la ciudadanía norteamericana y que tienen claro a quién votar el 8 de noviembre, cuando Clinton y Trump compitan por la llave de la Casa Blanca.
“La elección pasada hice campaña para sacar a la gente a la calle y que vote. Este año me anoté como voluntaria y voy a hacer lo mismo”, cuenta Mai, una arquitecta de 43 años y flamante ciudadana que vive en Florida hace 15. Madre de cuatro hijos y con un acento tan porteño que podría cantar un tango, Mai cree que la elección de este año es “muy peligrosa” porque el republicano tiene chances de ganar. “Me asusta. Es prepotente, no tiene experiencia, es machista y ataca a las minorías”, enumeró. Sin embargo, algo la alivia: “Es la primera vez que algunos republicanos hasta piensan votar por Hillary. Es realmente único. No aceptan a Trump”, contó.
Pero para Arriaga, ciudadana de 30 años y gerenta de un restaurant de Orlando, eso no es verdad. “La gente debe informarse y no contaminarse. Debe hacer la tarea para saber elegir a quién votar. Trump no es como se lo muestra”, defendió.
El tono con el que el republicano se refiere a los inmigrantes-en especial a los latinos- hace difícil pensar que algún hispano quiera votarlo. Pero los hay. “Él no está contra los latinos. Él quiere mandar a los que no tienen los papeles de vuelta a su hogar, que desde ahí puedan tramitar su ingreso legal y él los va a recibir. Por culpa de los ilegales, a muchos de los que sí tenemos papeles nos cuesta conseguir trabajo”, se quejó Arriaga.
Entre los argentinos que votarán este año también está Mariana Ferrari, de 50 años, ciudadana desde los ‘90 y dueña de una plataforma digital de desarrollo personal. Nacida en Buenos Aires, Ferrari es aportante a la campaña de Clinton y voluntaria en el equivalente demócrata de lo que sería una unidad básica del peronismo, pero en Miami. Cuando se le pregunta por qué votará a la demócrata, responde que es “brillante” antes de desplegar su artillería apuntando a los “trumpistas”, a quienes rebautizó como “tramposos”.
“Hay que acordarse de la historia republicana reciente. ¿Cuándo tuvo EE.UU. el peor ataque terrorista? ¡Durante un gobierno republicano!”, dijo levantando la voz. Después, casi susurrando, admitió que si gana Trump podría abandonar el país. Por lo pronto, hoy las encuestas muestran a los dos candidatos tan parejos que es difícil adivinar quién será el ganador.
Alejandra De Palma, de 48 años, oriunda de Buenos Aires, con ciudadanía hace seis y presidenta de una compañía de advertising tampoco tiene dudas de votar a Clinton. Según comentó, a ella “nunca se le ocurriría” votar a Trump, principalmente por su hijo. “Los republicanos son belicosos. No quiero pensar que mañana mi hijo podría ser citado para el ejército”, sostuvo.
Ni de un bando ni de otro, en EE.UU. también están los independientes, como Diego Duhour, porteño de 40 años y agente de inversiones en el consulado argentino en Miami. En la elección pasada, él votó por el candidato republicano Mitt Romney, pero esta vez votará por Clinton porque lo convenció su plan de gobierno y predisposición a profundizar lazos con nuestro país. Trump lo preocupa.
Un dato: en el estado de Kentucky hay un senador republicano, Ralph Alvarado, que es hijo de una argentina, suele viajar a Rosario y es un férreo defensor de Trump.
La mayoría coincidió en que este año hay una polarización mayor que en otras elecciones. A tal punto que uno de los que votará a Trump pidió mantener su nombre en el anonimato por temor a represalias en su trabajo. De 40 años, profesional del área de recursos humanos y ciudadano desde 2011, el argentino afirmó que a su candidato le ponen “palos en la rueda” y calificó de “naif” las propuestas de Clinton en materia económica, como un importante aumento del salario mínimo por hora a casi el doble. "Trump no tendrá un ultra plan, pero al menos es coherente. Hillary tiene muchos grises”, sostuvo.
Los que militan por la demócrata tienen muy presentes esos “grises”, que le valen una imagen negativa alta. Pero eso no desmerece la experiencia, según indicó Ferrari. “Se hace una campaña negativa contra ella por algunos errores que pudo haber tenido en 30 años de carrera”, lamentó. Parte de esos errores son marcados por los jóvenes, que en las primarias prefirieron a su correligionario Bernie Sanders. Entre ellos está su hijo, Máximo Soler (24), que a pesar de eso hoy no tiene dudas de que elegirá a Clinton. Y mucho más después de una experiencia que no olvidará.
Aquél día de 2011, Soler atendió el teléfono. Del otro lado le hablaban del comité de campaña del Partido Demócrata, que en ese entonces trabajaba por la reelección de Barack Obama. La mujer que había llamado le dijo que tenían una oferta para hacerle que le generaba mucha envidia: lo invitaban a una reunión de jóvenes con el Presidente. No lo dudó y fue.
Cuando unos días después llegó al punto de encuentro, en una universidad de Miami, las cosas no resultaron ser como el joven pensó. Allí no había un auditorio gigante ni se veían decenas de chicos ansiosos. Sólo había unas mesas. Alrededor de una de ellas estaban sentadas otras dos jóvenes y el Presidente. También había hamburguesas. Soler se sumó y habló con el funcionario con una naturalidad que lo sorprendió. Ese día, Obama le preguntó por la Argentina.
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