La historia de Heinz Scheringer, el submarinista argentino que peleó para los nazis
Vecino del barrio de Belgrano, hundió nueve barcos aliados en los mares del norte durante la Segunda Guerra Mundial; su caída y el regreso al país
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Cuando Heinz Scheringer nació en el barrio de Belgrano, Buenos Aires, un 29 de agosto de 1907, su hermano Hans Scheringer, que tenía solo tres años, lo miraba con una mezcla de recelo y admiración. Algo en esa mirada preveía el destino dispar de los dos hermanos.
El papá, el pastor protestante Julius Scheringer, había llegado a la Argentina proveniente de Uecker, un pueblo alemán cercano al mar Báltico, en 1899, y se casó con su segunda esposa Hanna en el país. Con ella tuvieron a Hans y a Heinz, ambos predestinados a pelear por el país de sus ancestros, con una suerte desigual.
El destino hará que Hans muera en el frente soviético como un suboficial anónimo, peleando por el bando alemán como miembro del Batallón 93 Panzergrenadier. Su hermano menor, en cambio, tendría un futuro bélico más promisorio.
En Buenos Aires, los hermanos se criaron por igual. Hablaban dos idiomas, alemán en casa, castellano fuera de ella y, tras una infancia juntos revoloteando por las barrancas de Belgrano, viajaron con la familia a Alemania. Fue allí cuando las vidas de Hans y Heinz comenzaron a tomar rumbos diferentes.
Antes de que la familia volviera a la Argentina, Heinz Scheringer se unió a la marina de guerra alemana y egresó como oficial en 1927, cuando faltaban 12 años para el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, en una Alemania golpeada tras el final de la Primera Guerra, dominada por la inflación y la tambaleante República de Weimar.
En pocos años, el argentino Heinz se convertiría en un héroe de la Kriegsmarine, la marina de guerra del Tercer Reich nazi, las fuerzas aliadas le reconocerían su caballerosidad a la hora de privilegiar las vidas de los náufragos enemigos y los historiadores de las batallas navales de la Segunda Guerra Mundial le dedicarían cientos de páginas a su profesionalismo militar.
Vida submarina de Heinz Scheringer
“Scheringer tenía una gran pericia e hizo una carrera enorme como oficial. De hecho antes de la guerra ya comandaba uno de los pocos submarinos que tenía Alemania”, cuenta a, LA NACIÓN, Julio B. Mutti, un escritor argentino que estudia desde hace años la ruta de los nazis en la Argentina, quien además es autor del libro 10 historias argentinas de la Segunda Guerra Mundial (2019), donde está relatada la historia de este porteño que se convirtió en leyenda al comando de un submarino alemán.
Tras culminar su formación como submarinista el 11 de septiembre de 1935, Heinz fue asignado al U-10, un pequeño sumergible solo apto para patrullas costeras.
Ese año, Adolf Hitler, quien había asumido el poder absoluto en 1933, firmó un tratado con Gran Bretaña que le permitió aumentar su potencial naval de guerra, evadiendo las restricciones impuestas por el Tratado de Versalles, tras la capitulación alemana de la Gran Guerra (1914-1918); pero el país aún tenía muy pocos submarinos, de manera que, comandar uno, era, más que un privilegio, un honor y una gran responsabilidad reservada para pocos.
El estallido de la guerra hizo que su experiencia como comandante de U-boot, aunque sea de unos pocos meses, fuera particularmente valorada por el almirante Karl Dönitz, quien rápidamente le asignó a Heinz el comando del submarino U-13, en noviembre de 1939.
Este sumergible tenía apenas veintidós tripulantes y podía llevar solo cinco torpedos. Scheringer realizó sus dos primeras patrullas en el frente de guerra, sumando un total de dieciocho días de navegación. El U-13 dejó Kiel el 15 de noviembre de 1939 para una primera navegación en el mar de apenas once días de duración. Luego de cuatro jornadas sin novedades en el área asignada, al este de las islas británicas, la tripulación logró avistar a un pequeño vapor carguero inglés de 790 toneladas de desplazamiento.
A las 23.28 horas del 19 de noviembre, Scharinger haría su bautismo de fuego y se convertiría en el primer argentino de la historia en hundir un barco tripulando un submarino, cuando ordenó disparar un torpedo del tipo G7. La enorme explosión partió al vapor en dos. Se hundió en solo cuarenta segundos.
Al mes siguiente el lobo gris comandado por Heinz volvió a la caza. Buscaba barcos mercantes aliados, principal objetivo de la Kriegsmarine, ya que hundiéndolos se lograba cortar el abastecimiento del enemigo.
“El comando de sumergibles le había otorgado la misión del sembrado de minas, también en la costa este de Gran Bretaña. El argentino cumplió su cometido sin contratiempos, y retornó al puerto de Kiel el 15 de diciembre, un par de días antes de que el acorazado Graf Spee estallara en las aguas pardas del Río de la Plata, a pocos kilómetros de donde Scheringer había nacido”, describe el especialista en la inmigración nazi en la Argentina.
Las minas sembradas por Scheringer lograron dañar al carguero británico City of Marsellie y al pequeño vapor estonio Anu, que se hundió bajo las frías aguas del Mar del Norte.
Ese fue solo el comienzo de la carrera naval épica de Scheringer, que figura contada en al menos cinco libros de historia, además del de Julio B. Mutti, como The Battle for Norway, de Geirr Haarr; The Quiet Heroes: British Merchant Seamen at War, escrito por Bernard Edwards; Deep Sea Hunters: RAF Coastal Command and the War Against the U-Boats, de Martin W. Bowman; Royal Air Force Coastal Command: A short history of the maritime air force, escrito por John Campbell, y The U-Boat Commanders: Knight’s Cross Holders 1939–1945, de Jeremy Dixon.
La batalla naval del legendario submarino U-26
La Kriegsmarine, que no simpatizaba con el Partido Nazi a pesar de estar encuadrada dentro de las fuerzas armadas (Wehrmacht) del Tercer Reich, y que mandaba a sus cuadros a no saludar al estilo nazi con el brazo extendido sino con la tradicional venia marinera, tenía solo dos ejemplares de submarinos que podrían transportar a una tripulación de 40 personas.
Uno de ellos fue asignado al argentino Heinz Scheringer, quien fue nombrado comandante del U-26 el 2 de enero de 1940.
Esta misma nave había sido comandada hasta 1938 por el gran as de la Ubootwaffe (fuerza de sumergibles), Werner Hartmann, quien hundiría durante el conflicto a veintiséis embarcaciones aliadas al comando del U-37 y el U-198.
El 29 de enero de 1940 el marino argentino al servicio de la armada alemana emprendería su tercera y más larga aventura de guerra, que duraría treinta y tres días. Sería la más exitosa.
Casi dos semanas después de navegar en las sombras, el 12 de febrero apareció en el horizonte un barco de origen noruego, el Nidarholm, de 3483 toneladas de desplazamiento. “Como era habitual al comienzo de la guerra, la embarcación se encontraba navegando sin ningún tipo de cobertura, y al ser avistada al alba por la guardia del U-26, Scheringer ordenó de inmediato la persecución y posterior detención del mercante”, cuenta Mutti.
El comandante argentino permitió descender a la tripulación antes de hundir el barco, un gesto de honor en el código de ética de la marinería de guerra que muy pocos observaban. Los 25 tripulantes fueron rescatados de altamar diez horas más tarde.
Scheringer siguió acumulando éxitos. El 14 de febrero hundió al Langleeford, un vapor británico de 4622 toneladas. El casco del barco se partió en dos y se hundió en solo trece minutos. Los historiadores como Mutti no dejan de anotar que el marinero argentino era un verdadero caballero de las profundidades.
En aquel caso, entregó alimentos y cigarrillos a los náufragos que flotaban a la deriva en los botes salvavidas, y les indicó la ruta que debían seguir para alcanzar las costas de Irlanda.
Horas después, Scheringer hundió al buque noruego Steinstad, que si bien tenía una bandera que era todavía neutral, transportaba mercadería para los aliados. Cuentan que la tripulación abandonó la nave a toda prisa, pero no lo suficiente: hubo 13 muertos y solo 11 supervivientes, como consigna la enciclopedia online Aliados en la Segunda Guerra Mundial.
El argentino arribó a su base en Wilhelmshaven el 1 de marzo de 1940 para ser recibido como un verdadero héroe de guerra. Pero sus días de cacería estaban todavía lejos de terminarse.
Luego de realizar otras patrullas que consistían en el sembrado de minas, el temible “lobo gris” de Scheringer tomó rumbo hacia el norte, para apoyar la Operación Weserubung de abril de 1940: la invasión nazi de Noruega y Dinamarca, y neutralizar la nutrida actividad de buques de guerra británicos que transportaban tropas hacia la península escandinava.
El 21 de abril, la guardia de cubierta del U-26 avistó una formación de cinco embarcaciones. “Se trataba del convoy AP-1, que estaba compuesto por dos destructores británicos que custodiaban a tres transportes de tropas que se dirigían a Noruega con la misión de apoyar la defensa de la invasión. Los ingleses buscaban desesperadamente expulsar a los soldados de Hitler, que se engullían rápidamente al país nórdico”, señala Mutti.
Esa mañana, Scheringer ordenó abrir fuego sobre el convoy inglés e impactó al transporte Cedarbank de 5159 toneladas de desplazamiento. Ya no se trataba de un mercante que transportaba civiles y mercadería sino de un buque que llevaba pertrechos militares y soldados. El buque se hundió cerca del puerto de Bergen, junto con 400 toneladas de provisiones, municiones, vehículos y soldados. Fue el hundimiento más celebrado de la Kriegsmarine durante la sangrienta campaña de Noruega.
A pesar de que luego del ataque se desató un frenesí persecutorio por parte de los barcos de guerra que escoltaban a los transportes en viaje a Noruega, el U-26 pudo burlar a sus perseguidores. El comandante se arriesgaba al atacar en presencia de dos temibles destructores, por lo que se sumergió de inmediato y evitó sigilosamente las cargas de profundidad lanzadas desde la superficie. El 25 de abril de 1940, ingresó nuevamente triunfante a su base en el puerto de Wilhelmshaven. Todos a bordo se habían ganado unas buenas vacaciones.
La batalla final de Heinz Scheringer
Después de hundir al carguero de origen griego Frangoula B. Goulandris, y al buque noruego Belmoira, donde, como tantas veces, la tripulación civil naufragada fue asistida por el submarino alemán mientras flotaba en los botes salvavidas, sin que se hubieran registrado muertos, también hundió al carguero estonio Merkur, que había partido del puerto de Lisboa.
Scheringer no lo sabía, pero todavía le quedaba una última operación militar en su temprana participación bélica.
“Las acciones que llevó a cabo al principio de la guerra son sobresalientes. En Noruega realizó una maniobra brillante, hunde un transporte de tropas inglesas y escapa de los destructores; hay muy pocas maniobras como estas en toda la guerra, y mucho menos al principio”, cuenta Julio B. Mutti.
Cuando el U-26 avistó al convoy aliado OA-175 en el Mar del Norte, la suerte parecía acompañarlo. Scheringer no sabía que esta sería su última maniobra como comandante. A las 1:18 horas del 1 de julio de 1940, dio la orden de fuego, uno de los torpedos falló el blanco y el otro dio de lleno en el Zarian, un vapor británico, que no se hundió, pero quedó fuera de servicio.
Mientras tanto, el sumergible de Scheringer fue detectado por el destructor inglés HMS Gladiolus, que emprendió una persecución lanzando minas antisubmarinas.
El U-boot de Scheringer buscó el escape a toda máquina, pero los motores diesel MAN del submarino fallaron. El U-26 no pudo implementar su plan de evasión rápida y debió descender a una profundidad de casi 150 metros, al límite de sus posibilidades. Pero el sonar de ondas submarinas de la flota antisubmarina británica lo detectó.
El capitán Sanders HMS Gladiolus lanzó una serie de cargas de profundidad que dañaron seriamente al U-26 de Scheringer. “De pronto, el U-26 descendió rápidamente hasta los 230 metros como un adoquín. Todo comenzó a crujir, y el casco amenazó en desgarrarse como una hoja de papel”, cuenta Mutti.
Seis largas horas le tomó a Scheringer, seguramente las más largas de su vida, y a su tripulación sacar al lobo gris de las garras de las profundidades. Le debían su vida a un motor eléctrico que aguantaba milagrosamente y a una enorme pericia de la marinería y los oficiales.
Abollado como una lata de conservas, el U-26 se vio obligado a emerger a plena luz del día, a pocos más de 700 metros del destructor inglés, que lo estaba esperando. Entretanto, aviones Sunderland de caza submarina de la RAAF (Fuerza Aérea Australiana) comenzaron a disparar sobre el U-26. Acorralado, el comandante argentino del U-boot ordenó preparar la maniobra de auto hundimiento “de acuerdo a las órdenes impartidas por el almirante Dönitz”, quien había inculcado a sus bravos marinos la necesidad de que sus unidades no cayeran jamás en manos enemigas. Así se evitaría no solo el rompimiento del código Enigma sino que también se impediría el estudio técnico de las embarcaciones.
El comandante Scheringer y toda su tripulación fueron tomados prisioneros y pasaron el resto de la guerra cautivos en territorio enemigo.
La vuelta a Buenos Aires
El comandante argentino fue liberado tras el final de la guerra. Tras los nueve hundimientos y su conducta de honor fue considerado un héroe, y el respeto y la admiración era incluso profesada por sus antiguos enemigos. Había sido ascendido mientras estaba preso y lo habían condecorado con la Cruz de Caballero de segunda clase.
En cambio, Hans Scheringer, que acompañó a su hermano menor durante toda su juventud en el barrio de Belgrano, como acaba de rastrear el investigador Mutti, murió en el sur de Rusia, cerca de Crimea, el 3 de diciembre de 1942, luchando como un soldado más que finalmente integró la lista de los más de 2 millones de muertos alemanes. Solo queda una ficha de defunción que lo recuerda.
Heinz Scheringer retornó a Buenos Aires en 1948 a bordo del vapor Entre Ríos y volvió a vivir en el barrio de Belgrano. Cuando arribó a la Aduana, quizá atemorizado por la persecución que se emprendía contra los oficiales nazis en todo el mundo, aunque, como miembro de la Kriegsmarine, él no lo fuera, no dijo que era un ex combatiente, sino un “comerciante”.
Nada o muy poco se sabe de su vida de posguerra en la Argentina, solo que decidió volver a Alemania, para morir, a los 76 años, en Hamburgo, en 1984.
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