La historia de cuando en Uruguay pasó algo similar a los 14 tipos de dólar que hay en la Argentina
Hacia mediados del siglo XX existían 11 tipos de cambio diferentes en el país vecino; cómo los unificaron en aquel momento
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MONTEVIDEO.- La relación de los argentinos con el dólar es cercana a lo patológico. Cada vez que la economía marcha mal (porque hay elevada inflación, porque hay recesión, porque la deuda del gobierno es impagable, o simplemente porque hay incertidumbre y temor sobre el gobierno de turno), los argentinos ven al dólar como la medicina para todos esos males.
La falta de reservas en el Banco Central argentino (BCRA) lleva a que el gobierno de Alberto Fernández restrinja cada vez más las opciones para acceder a dólares y se introduzcan impuestos y recargos a operaciones legales (como comprar un paquete turístico con tarjeta) para frenar (mediante el encarecimiento) la sangría de divisas.
Así se ha llegado a la actualidad donde coexisten 14 tipos de cambios diferentes (u operativas que permiten acceder o gastar en dólares). Estos dólares varían según la actividad o el destino de su uso, con valores que prácticamente duplican al oficial.
Desde Uruguay esto parece como algo bastante ajeno, ya que en el país hay libertad de movimientos de capitales, compra de dólares, ahorro y gasto en la moneda estadounidense.
Sin embargo, la historia uruguaya del siglo XX registra antecedentes similares a los que vive hoy la Argentina.
Así en octubre de 1931 el gobierno de la época (presidido por Gabriel Terra) se estableció un control de cambios al abandonar el patrón oro (fijaba la moneda en términos de determinada cantidad de oro).
Como es usual en los mercados controlados, en pocos meses se estableció un mercado de cambios paralelo (”negro”) que el Banco República (BROU, entonces emisor del peso uruguayo) intentó reprimir. “Reconociéndose incapaz de hacerlo eficazmente”, en 1934 el BROU autorizó un tipo de cambio libre, luego denominado “libre financiero”, sostuvo Ramón Díaz en su libro “Historia económica del Uruguay”.
Coexistieron entonces dos tipos de cambio: uno para las exportaciones y las importaciones, que era controlado por el BROU, y otro fijado libremente por el mercado para transacciones en cuentas corrientes sobre invisibles (por ejemplo turismo) y transacciones en cuenta de capital. Según Díaz, eso permitió la entrada y salida de capitales, una “insólita libertad bajo un régimen de control de cambios”.
Luego se agregó otro tipo de cambio, conocido como “compensado”, que era un promedio entre el oficial y el libre financiero que el BROU pagaba a ciertos rubros exportables. En 1937 se consolidó el sistema de tipos de cambio múltiples al diferenciarse para exportaciones e importaciones.
En su libro “El declive”, el economista Gabriel Oddone apunta a que las diferencias cambiarias a favor del Estado “fueron utilizadas para cubrir el mayor costo de la deuda externa y el pago del sobreprecio a la compraventa de divisas”.
Con la ley 10.000 de 1941, durante la Segunda Guerra Mundial, se estableció el Contralor de Exportaciones e Importaciones por el que una comisión controlaba “los valores, destinos y procedencias de los productos que exporte el país y de las mercaderías importadas”, y también intervenía “en la distribución individual del cambio extranjero y otorgará las autorizaciones de importación”.
El BROU debía realizar una previsión sobre la disponibilidad de divisas que aportaría la venta de los exportadores al año siguiente y se repartían las divisas de acuerdo con los antecedentes de cada empresa (producción, número de empleados, exportaciones o importaciones, entre otros factores). Prácticamente cada rubro de exportación tuvo un valor diferente al cual cambiar sus divisas. Los que podían hacerlo a un precio más alto eran las de mayor valor agregado, lo que era consistente con una política de sustitución de importaciones.
Este escenario llevó a que los agentes económicos tuvieran dos comportamientos, según Oddone. Por un lado acortaron cada vez más sus horizontes de planificación y, por otro, tuvieron “un creciente estímulo para dedicar tiempo y talento a lograr que la política discriminara en su favor o, al menos, no discriminara en su contra”.
Según Díaz, el sistema “era sumamente propicio para fomentar la corrupción”: por ejemplo tratar de hacer pasar una mercadería por otra para obtener un tipo de cambio más alto.
Desde al menos inicios de la década de 1950 las cuentas deficitarias de los gobiernos fueron cubiertas con emisión de dinero nuevo, lo que desde mediados de esa década abrió un ciclo de casi medio siglo de inflación de dos dígitos y de constantes devaluaciones abruptas.
Prueba de las presiones de diferentes grupos económicos es que hacia 1956 existían 11 tipos de cambio diferentes en Uruguay, similar a lo que ocurre actualmente en la Argentina.
Eso culminó en 1959 con una reforma monetaria y cambiaria que eliminó el control de cambios y devaluó el peso uruguayo.
El País/GDA
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