La guerra se traslada a un paraíso: en Bali, ambos bandos aprenden a convivir
Miles de rusos y ucranianos han huido de sus hogares para refugiarse en la isla de Bali, Indonesia; pero incluso en este paraíso tropical, la guerra es omnipresente
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BALI.- En un café a casi 10.000 kilómetros del frente de batalla, la pastelería kievita comparte mostrador con las típicas kartoshkas rusas, una trufas hechas de galletitas dulces, manteca y leche consdensada. El chef es ruso, pero el borsch del menú, antes descrito como “sopa rusa”, ahora es identificado como un plato de origen ucraniano.
En el interior, los clientes también pueden disfrutar de un salón de sauna o banya, pilar de la vida cotidiana de rusos y ucranianos por igual.
Desde que empezó la guerra en Ucrania, Parq Ubud –una mezcla de espacio de coworking, complejo de departamentos y cafetería– se ha convertido en un refugio tanto para los rusos como para los ucranianos que se instalaron en la isla indonesia de Bali. Y ya se han forjado amistades entre personas de ambos lados, pero para muchos el costo de esa guerra que se libra a miles de kilómetros sigue siendo irremontable.
“Sabía que la situación iba a ser incómoda, porque uno siente vergüenza por lo que está pasando”, dice Polina Ptushkina, una joven rusa de 21 años y diseñadora de una startup de criptomonedas, que llegó a Bali en marzo. “La vergüenza es por no haber parado las cosas, por no haber hecho lo suficiente”, dice Polina, que el primer día de la invasión salió a manifestar contra la guerra en Moscú. “Y me parece que la situación sigue siendo extraña para todos, para los ucranianos y para los rusos”.
La joven relata la incómoda conversación que mantuvo con una mujer ucraniana que trabaja en la oficina junto a la suya en Parq Ubud. La mujer le preguntó sin pelos en la lengua si ella y sus colegas eran ucranianos. “Lo siento, somos de Moscú”, le contestó Polina.
La mujer le contestó que no había por qué disculparse, y ahora ambas son grandes amigas. También hay muchos hombres rusos de entre 30 y 40 años que dicen haber llegado escapando de la leva. Todos ellos dicen oponerse a la guerra pero también se cuidan mucho al hablar del presidente ruso, Vladimir Putin.
Para algunos ucranianos que viven en el complejo de Parq Ubud o lo frecuentan, el solo hecho de ver a los rusos a su alrededor es un doloroso recordatorio de lo que está pasando en sus hogares.
“No sabemos cómo comunicarnos con los rusos”, dice Paulo Tarasyuk, CEO de una agencia de viajes online. “Se nos hace muy difícil”. Tarasyuk agrega que no ve la necesidad de hablar con los rusos sobre la guerra porque “ellos tienen su información y nosotros tenemos la nuestra”.
Durante los primeros meses de la guerra, ayudó a 10 ucranianos a mudarse a Bali, y dice que sigue recibiendo pedidos de ayuda desde Ucrania.
Hace unos meses Tarasyuk contrató de asistente a Ihor Popov, un joven de 24 años oriundo de Odessa que también se ocupa de recibir a los ucranianos que llegan al principal aeropuerto de Bali. “Los que llegan se quedan pasmados, porque la diferencia cultural entre Ucrania e Indonesia es enorme”, dice Tarasyuk. “Para la mayoría es un universo completamente nuevo, sobre todo para los que nunca habían viajado”.
Destino de referencia
Bali era un destino de referencia para rusos y ucranianos incluso antes de la guerra. Hace tiempo que la isla se promociona a sí misma como una meca para los así llamados “nómadas digitales”, y extiende visas de largo plazo para miles de profesionales calificados y expertos en tecnología.
Hasta septiembre, a Bali habían ingresado más de 14.500 rusos y más de 3000 ucranianos, según datos de inmigración de Indonesia. Sandiaga Uno, ministro de Turismo de Indonesia, dice que su gobierno renovará las visas de turista de quienes quedaron varados por la guerra. “Sabemos que es un momento difícil”, dice.
William Wiebe, cofundador estadounidense de Parq Ubud, dice que inicialmente el proyecto no estaba dirigido a clientes rusos y ucranianos, y que pensaban que sería más utilizado por chinos y australianos.
Wiebe dice que hubo dos oleadas de arribos –justo después del inicio de la guerra y meses después, cuando Putin lanzó la leva masiva en Rusia–, y que tuvieron que trabajar contra reloj para tener más departamentos disponibles. Ahora tienen una lista de espera de 300 personas. “A los pocos días de la guerra, quedamos desbordados”, recuerda Wiebe.
Kristina Kuchinskaia, gerenta de ventas de Parq Ubud, dice que alrededor del 90% de los habitantes del complejo son rusos y ucranianos, aunque aclara que no estaba segura de “quiénes son ucranianos y rusos”. “Yo no separo: para mí, todos somos uno”, dice Kunchinskaia.
Pero para otros rusos y ucranianos que circulan por Parq Ubud, la noción de identidad, antes difusa en dos países con costumbres, cocinas e idiomas similares, se ha agudizado a causa de la guerra.
Alex Man, un inversionista de 29 años de Kharkiv, Ucrania, huyó a Bali con sus tres hijos de 7, 5 y 2 años. El mayor va a la escuela en Bali, y Alex dice que hace poco su hijo tuvo una discusión con sus compañeros de clase rusos sobre qué bando tenía razón en la guerra. Además, Alex recuerda que antes de la guerra en su familia hablaban todo el tiempo en ruso, pero que ahora hablan en ucraniano.
Alex dona dinero y recauda fondos para organizaciones de voluntarios en Ucrania. “Me duele en el alma no poder ir y luchar en el frente”, dice. “Gran parte de nuestra energía y nuestros pensamientos están puestos en Ucrania”.
Hace años que Bali es un imán para personas que buscan escapar de las angustias de la vida. Y en un lugar donde un tanque flotatorio de aislamiento sensorial promete, en ruso, “una alteración significativa de la conciencia”, y donde mujeres en bikini toman jugos vitamínicos desintoxicantes al borde de la pileta, a veces los pensamientos sobre la guerra se diluyen.
“Hay que entender que todo eso que está pasando en Ucrania se vuelve abstracto para nosotros”, dice Boris Pryadkin, de 35 años, gerente de ventas de Parq Ubud, cuyos padres siguen en la ciudad ucraniana de Lugansk.
Pero la guerra nunca se olvida por completo, ni siquiera aquí.
“En la vida diaria, la verdad que ni siquiera toco el tema”, dice Nataliia Priadkina, de 35 años, psicoterapeuta y esposa de Pryadkin. Pero cada vez que habla con su familia en Ucrania, siempre para instarlos a que también salgan del país, la realidad de la guerra los alcanza.
“Cuando hablo con ellos, entiendo lo que sienten y la situación que están pasando”, dice Natalia con los ojos llenos de lágrimas. “Emocionalmente en muy difícil”.
Para muchos rusos y ucranianos, Bali probablemente sea una escala antes de decidir a dónde ir a continuación. En promedio, ahora los rusos se quedan más de 90 días, en comparación con las estadías de una o dos semanas antes de la guerra, dice el ministro de Turismo.
Polina Ptushkina, la diseñadora oriunda de Moscú, espera poder volver a Europa para estudiar arte y comenta que la mayoría de sus amigos ahora están en países como Lituania, Letonia, Israel, Georgia y Francia.
De hecho, fue su amigo Arkhip Vouba quien la animó a venir a Bali a trabajar con él en el desarrollo de la startup. Vouba tiene 21 años y dice que cuando salió de Moscú tuvo el fugaz presentimiento de que podía ser la última vez que veía la ciudad. Ahora ya tomó la decisión de no volver. ¿Y la vida en Parq Ubud? “No es lo mismo que allá, pero de alguna manera también me siento como en casa”, dice Vouba.
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