La guerra religiosa que late al ritmo del conflicto entre Rusia y Ucrania
La iglesia ortodoxa ucraniana logró separarse de la de Moscú tras la anexión de Crimea y hoy apoya la resistencia del gobierno de Kiev
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PARÍS.– En oscuras épocas de conflicto, suele ser útil hacer un poco de historia. Mucho más cuando se trata de una excepción: una guerra perdida por el invasor. Al menos una. La guerra que nos ocupa, que a primera vista pareciera espiritual, pero que es en realidad absolutamente política, la ganó Kiev contra Moscú. Para decirlo mejor, la ganó el patriarca de la capital ucraniana, Filaret, contra el de la capital rusa, Kirill (Cirilo).
El 29 de octubre de 2018, Filaret saboreó su revancha. Con casi 90 años, acababa de ganar un combate al cual había consagrado cerca de un tercio de su vida y no tenía intensiones de minimizar su victoria. En la gran sala de reuniones de su residencia, decorada con una multitud de íconos, en la calle Puchkine de Kiev, el patriarca contó su ruptura con Moscú, por fin oficializada por el patriarca de Constantinopla, máxima autoridad de la iglesia ortodoxa. Filaret hablaba sin triunfalismo, en tono monocorde. Pero su larga barba blanca ocultaba mal cierta agitación contenida, mezcla de satisfacción y rabia, sorprendente para un hombre de su edad. Sobre todo, para un hombre de iglesia.
Pero, digámoslo sin tardar: no estamos hablando de cualquier iglesia. La iglesia ortodoxa ucraniana estaba bajo tutela del patriarca de Moscú desde 1686, excepto una pequeña congregación clandestina que se había declarado autocéfala en los años 1920, después de la Revolución, y de la cual numerosos fieles se exiliaron en Estados Unidos.
Tras el estallido de la URSS, a fines de 1991, donde Ucrania tuvo un papel de primer orden, los obispos ucranianos también quisieron volar con sus propias alas, pero se toparon con el firme rechazo de Moscú. Fue entonces cuando aquel que solo era el metropolita Filaret de Kiev, vasallo de Moscú al punto de haber pretendido en vano liderar el patriarcado de la capital rusa, lanzó la rebelión en 1992. Así fue que el metropolita se convirtió en patriarca, jefe de la iglesia ucraniana autoproclamada.
Habiendo liderado la secesión y debido al diktat de Moscú, el patriarca de Kiev nunca fue reconocido por ninguna de las 14 iglesias ortodoxas del mundo. En Ucrania, Filaret cohabitaba con la iglesia ortodoxa oficial, dependiente de Kirill, el patriarca de la capital rusa.
Pero 2014 cambiaría las cosas. En marzo, Moscú intervino en el este ucraniano y anexó la península de Crimea. Desde entonces, la violencia y la guerra en el Donbass, así como la presencia permanente de tropas rusas en Ucrania comenzó a drenar fieles hacia las iglesias dependientes del patriarca de Kiev, cuya reivindicación de independencia redobló de fuerza.
El 11 de octubre de 2018, Filaret obtuvo la victoria. Los cristianos ortodoxos no tienen Papa, pero tienen un primus inter pars: el patriarca Bartolomé, jefe de la iglesia de Constantinopla, con sede en Estambul. Bartolomé decidió acordar la autonomía al patriarca de Kiev, que pudo así iniciar el camino que lo llevaría a convertirse en jefe de una iglesia ortodoxa autocéfala. Liberado de la tutela rusa, pudo darle la espalda con satisfacción al patriarca de Moscú, consumando el cisma. Desde entonces, Kirill se refiere a la iglesia de Kiev y a todos aquellos que reivindican una nación ucraniana como “las fuerzas del mal”.
Como Vladimir Putin, Kirill está animado por el poderío de la “eterna Rusia” y la grandeza de su iglesia.
“Que el Señor preserve la tierra rusa. Una tierra de la que forman parte Rusia, Ucrania y Bierlorrusia”, afirmó en una controvertida homilía pronunciada el domingo 27 de febrero, unavez iniciada la invasión, en la catedral del Cristo Salvador de Moscú, fustigando a aquellas “fuerzas del mal” que luchan “contra la unidad histórica de Rusia y de Ucrania”.
Seis años mayor que él, Kirill no duda un segundo en apoyarse en el autócrata del Kremlin con quien comparte la obsesión de la grandeza rusa. El patriarca de Moscú defiende la legitimidad del régimen que, a cambio, lo deja extender su influencia en la sociedad a través de la defensa de los valores tradicionales, dándole además ayuda financiera. Muy practicante, para Putin, la iglesia ortodoxa rusa es “un socio natural”.
“Para Putin, la religión sirve al orden social y la moral familiar. A cambio, la iglesia y su patriarca aportan un discurso religioso a la ideología del régimen”, analiza el historiador de las religiones, Jean-François Colosimo.
Pero, ¿por qué es importante hoy hacer historia? Porque, aunque se trate de una religión milenaria, es de política —incluso de geopolítica—, y no de teología de lo que se trata. Y debajo de su alta mitra blanca coronada por una cruz dorada, el patriarca Filaret no lo ocultó aquel día un solo segundo.
“El contexto es Crimea y la guerra con Rusia”, explicó ya entonces a un pequeño grupo de visitantes del think tank European Council on Foreign Relations y algunos periodistas.
“Nuestra iglesia juega un papel importante en esta guerra [del Donbass]”, dijo. “Nosotros ayudamos al ejército desde el primer día, en aprovisionamiento y en víveres, en medicamentos, en vehículos, chalecos antibalas y anteojos de visión nocturna”, reconoció. También les dimos “capellanes”.
“Y esta guerra —el patriarca nacido en Donetsk estaba y sigue convencido— Putin no la ganará”.
Aquel día, Filaret parecía un moderado comparado al joven obispo que hablaba junto a él. Yevstraty Zoria era entonces secretario del Santo-Sínodo.
“Vladimir Putin y el régimen del Kremlin no reconocen a Ucrania como una nación independiente”, afirmó el obispo. “Pero no es la iglesia la que lanzó el proceso de autocefalía, sino el imperialismo ruso”.
El problema es que “sin el Estado ucraniano y sin la iglesia ucraniana es imposible restablecer el imperio ruso”, explicó entonces. A su juicio ese es “el peor de los golpes para el rousskyi mir, el mundo ruso de Vladimir Putin”. Cuatro años después, el análisis del joven obispo resuena casi como una profecía.
Kirill, el patriarca de Moscú, solo tiene bajo su autoridad la iglesia rusa, la de Bielorrusia, ciertas parroquias de la diáspora y algunas de Ucrania que respetan su obediencia. Según cifras ucranianas, Kirill tiene más parroquias (12.000) en Ucrania que el patriarca de Kiev (5000), pero menos de fieles (16% contra 40%).
Hoy, es lícito sorprenderse por la forma en que Vladimir Putin y su “fiel entre los fieles” patriarca Kirill fueron derrotados por Filaret y Bartolomeo.
“Putin y Kirill viven en la negación de la historia”, explica Antoine Arjakovsky, historiador en el Colegio de los Bernardinos de París. “Sacralizan la historia en la continuidad. Pero la historia también se hace en la discontinuidad”, explica.
“Pero esto es una guerra fría. Putin y Kirill no dejarán las cosas así. En Kiev todos esperamos una provocación”, dijo entonces el obispo Yevstraty, dando muestras de una lucidez fuera de lo común.
¿Y Dios en todo esto? En ningún momento, durante la hora que duró aquella conversación extremadamente política con el patriarca Filaret y su joven obispo, fue pronunciado su nombre. Tal vez haya sido mejor: desde entonces en medio de tanto sufrimiento y devastación, Dios parece haber decidido ni siquiera mirar.
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