La Guerra Fría con China ya empezó, pero no tiene por qué terminar en un conflicto bélico
Tanto Washington como Pekín, las dos máximas superpotencias militares y económicas del mundo, ya se ven mutuamente como la principal amenaza para su propia seguridad
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WASHINGTON.- “Estoy absolutamente convencido de que no tiene por qué haber una nueva Guerra Fría”, dijo la semana pasada el presidente norteamericano, Joe Biden, tras su encuentro con el presidente chino, Xi Jinping, en la Cumbre del G20 en Bali. Pero mucho me temo que sea demasiado tarde: desde todo punto de vista y se lo mire por dónde se lo mire, la Guerra Fría ya empezó.
Tanto Estados Unidos como China, las dos máximas superpotencias militares y económicas del mundo, ya se ven mutuamente como la principal amenaza para su propia seguridad. Hay una escalada de tensiones en los focos conflictivos, como el Mar de la China Meridional y el Estrecho de Taiwán. Y las disputas por las prácticas comerciales deshonestas de China, sus abusos de los derechos humanos y su respuesta a la pandemia no hicieron más que exacerbar la mutua animosidad.
Hace apenas una década, un poco más de la mitad de los norteamericanos tenía una opinión más favorable que desfavorable del gigante asiático. Hoy, según una reciente encuesta del Centro de Investigaciones Pew, el 82% de los estadounidenses manifiesta una opinión desfavorable, y solo un 16% tiene una opinión positiva de China. Por su parte, según una encuesta del Instituto Central Europeo de Estudios de Asia (CEIAS), el 60% de los chinos consultados manifestó una opinión negativa de Estados Unidos.
Muy lejos quedaron las esperanzas de que China se sumara a la Organización Mundial de Comercio en 2001, un evento que el presidente Bill Clinton había celebrado como “la mayor oportunidad que tenemos de generar un cambio positivo en China desde la década de 1970″. Hoy, con Xi Jinping concentrando un poder que ningún líder chino tuvo desde Mao, esas palabras parecen de una ingenuidad absurda. Biden ahora habla de “competencia extrema” con China, y crecen los temores a una guerra chino-estadounidense.
Pero si bien la Guerra Fría ya empezó, no tiene por qué conducir a una guerra caliente. No estamos condenados a caer en “la Trampa de Tucídides”, un término popularizado por el politólogo de la Universidad de Harvard, Graham Allison, a partir de la famosa observación de ese escritor de la Antigua Grecia: “Fue el ascenso de Atenas y el temor que eso inspiró en Esparta lo que condujo inevitablemente a la guerra”. Allison descubrió que en los últimos 500 años hubo “16 casos en los que el ascenso de una gran nación generó disrupciones en la posición de otro Estado dominante”, y que “en 12 de esos casos, la rivalidad terminó en guerra.”
Pero lo significativo es que en cuatro de esos casos no hubo guerra, incluido uno ocurrido durante la era nuclear: la rivalidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Así que nuestro objetivo actual debería ser gestionar la Segunda Guerra Fría como manejamos la Primera Guerra Fría, o sea relajar las tensiones a como dé lugar y tratar de evitar los enfrentamientos de alto riesgo, como fue la Crisis de los Misiles en Cuba. La estrategia de seguridad nacional del propio presidente Biden parecer ser muy consciente del imperativo de competir con China y al mismo tiempo cooperar el temas que son una preocupación conjunta, como el calentamiento global y la evolución del Covid-19.
Pero es más fácil decirlo que hacerlo cuando en Estados Unidos los sentimientos anti-China van en aumento y demócratas y republicanos compiten para ver quién es más duro con China. Entre los republicanos trumpistas, las críticas a China suelen caer en el racismo. La semana pasada, por ejemplo, el excandidato republicano a senador por el estado de Arizona, Daniel McCarthy, señaló que la única candidata republicana que había ganado un cargo en ese estado era la tesorera Kimberly Yee, estadounidense de origen chino, y que eso era evidencia “de que China controla nuestras elecciones”. ¿No tendrá más que ver con el hecho de que Yee no es una negacionista electoral?
Lamentablemente, el expresidente Donald Trump —que calificó el Covid-19 como “el virus chino” y se burló en término racistas de su propia secretaria de Transporte, Eliane Chao— amplifica y populariza esos viles prejuicios. Y la investigación que tienen pendientes los republicanos del Congreso sobre el hijo del presidente, Hunter Biden, les dará la oportunidad de pintar a los Biden como marionetas de Pekín, tal como los republicanos de las décadas de 1940 y 1950 intentaron pintar a los gobernantes demócratas como marionetas del Kremlin. Richard Nixon llegó a calificar al entonces secretario de Defensa, Dean Acheson, de “Decano Rojo de la Universidad de la Cobarde Contención”.
El temor a ser criticado por “perder” Vietnam del Sur, como lo había sido el presidente Harry Truman por haber “perdido” supuestamente China, hizo que John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson escalaran la infausta intervención de Estados Unidos en Vietnam. Con eso debería alcanzar como advertencia sobre el peligro de dar rienda suelta a la paranoia anticomunista.
President Xi Jinping and I have a responsibility to work together on urgent global challenges and to continue the open and honest dialogue we’ve always shared. pic.twitter.com/KWO7YSsyuo
— President Biden (@POTUS) November 14, 2022
Tenemos legítimas razones para deplorar el régimen chino y temer de su ambición de dominar el Este de Asia, pero también podemos trabajar conjuntamente. Fue significativo, por ejemplo, que durante la reunión en Bali, Biden y Xi hayan destacado su oposición “al uso o amenaza de uso de armas nucleares en Ucrania”. China también firmó el documento de la cumbre del G20 que señala que “la mayoría de los miembros condena contundentemente la guerra en Ucrania”. Se trata de grandes victorias diplomáticas que dejan aún más aislada a Rusia. Por supuesto que en la mayoría de los temas Biden y Xi no coinciden, pero ese otro argumento a favor de que haya más diplomacia, y no menos.
“Dar por sentado que una actitud más dura hará que China se acomode a nuestros deseos es tan miope como lo fue en el pasado creer que profundizar los lazos comerciales con China aceleraría su transición hacia la democracia”, dice Ryan Hass, experto en asuntos chinos de la Brookings Institution. “Si Estados Unidos no pudo someter a Cuba a sus deseos, menos puede esperar imponerle su voluntad a China”, señala Hass. “Para manejar esta relación, nada puede sustituir a una diplomacia dura y perspicaz.”
Y es lo que estuvo haciendo en Bali el presidente Biden, que merece elogios por buscar limitar el peligro de una creciente confrontación entre China y Estados Unidos, y no críticas como las del senador republicano Tom Cotton, que lo acuso de llevar adelante una “política de apaciguamiento”.
Traducción de Jaime Arrambide
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