La guerra en Medio Oriente se derrama: de Hamas a Hezbollah y, ahora, a Irán
La gran pregunta ahora es hasta dónde puede escalar el conflicto y si Estados Unidos se involucrará de manera más directa
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NUEVA YORK.- El tan temido “derrame de la guerra” en Medio Oriente ya ocurrió. Durante los últimos 360 días, desde aquellas imágenes de la matanza de unas 1200 personas en Israel el 7 de octubre pasado, el presidente Joe Biden venía advirtiendo que había que impedir que los ataques terroristas de Hamas se extendieran a una guerra con Hezbollah, una de las milicias delegadas de Irán, y, en definitiva, contra la propia república islámica.
Hoy, después de que Israel asesinara al líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, y lanzó una invasión terrestre en el Líbano, y después de la represalia de Irán del martes, con el lanzamiento de unos 200 misiles contra Israel, la situación en Medio Oriente es la más peligrosa desde la guerra árabe-israelí de 1967.
La gran pregunta ahora es hasta dónde puede escalar el conflicto y si Estados Unidos se involucrará de manera más directa.
Y los próximos días podrían marcar el punto de inflexión. Desde el viernes, con el asesinato de Nasrallah, la posición del gobierno de Biden fue cambiando, de advertir sobre una extensión de la guerra a intentar manejarla. Los funcionarios norteamericanos salieron a defender el derecho de Israel a contraatacar a Irán, pero desaconsejan realizar ataques directos contra sus instalaciones nucleares, ya que el conflicto podría salirse de control.
Es la espiral de la que Biden viene advirtiendo, pero que no pudo frenar, a pesar de la cantidad de soldados norteamericanos apostados en la región.
“Desde nuestra perspectiva como israelíes, estamos en una guerra regional desde el 7 de octubre, que ahora se convirtió en una guerra a todo o nada”, dice el exembajador de Israel en Estados Unidos Michael Oren, historiador y uno de los mayores halcones de la diplomacia israelí. “Es una guerra por nuestra supervivencia como Estado y punto”.
Oren dice que ganar en las próximas semanas es “un deber nacional generado por las consecuencias del Holocausto”.
La incógnita es cómo interpreta el primer ministro Benjamin Netanyahu esa misión existencial a la vez que sopesa cómo contraatacar a Irán, algo ya decidido.
Las advertencias de Biden arrancaron desde el principio, durante su visita a Israel, menos de dos semanas después del 7 de octubre, como muestra de solidaridad. Eso fue antes de que Israel borrara la Franja de Gaza desde el aire y la arrasara por tierra, contra el consejo de Biden en su serie de acaloradas conversaciones con Netanyahu. También fue antes de que los beepers y handies explosivos de Israel que usaba Hezbollah detonaran en todo el Líbano, y antes de que Israel no solo asesinara a Nasrallah, sino que fuera decapitando sistemáticamente a la cúpula de la organización terrorista.
También fue antes de que Biden diera señales de que Israel estaría dispuesto a un cese del fuego de 21 días, y todo para que después Netanyahu saliera a desmentirlo y autorizara el asesinato de Nasrallah.
Para los detractores de derecha de Biden, es todo culpa de las dudas de Estados Unidos, de la reticencia del presidente a apoyar a Israel incondicionalmente, de su insistencia en matizar cada promesa de ayuda con una advertencia para no cometer los mismos errores que cometió Estados Unidos después de los ataques del 11 de Septiembre. Para los detractores por izquierda, lo ocurrido en los últimos 10 años es un ejemplo más del fracaso del presidente para usar el poder de influencia de Estados Unidos, como amenazar con retener el envío de armas norteamericanas a Israel después de las más de 41.000 víctimas mortales en Gaza.
Para muchos israelíes, la escalada era inevitable: otro capítulo en su lucha por la supervivencia, que empezó con la creación de su país, en 1948.
Netanyahu claramente tiene la bendición de Estados Unidos para tomar represalias. El martes, desde la Casa Blanca, el asesor de Seguridad Nacional, Jake Sullivan, dijo que el ataque iraní había sido “derrotado e ineficaz”, mayormente gracias a los esfuerzos coordinados de las fuerzas de Estados Unidos e Israel. “Queremos dejar en claro que este ataque tendrá consecuencias, severas consecuencias, y que trabajaremos junto a Israel para que así sea”, dijo.
La Casa Blanca cree que puede convencer a Netanyahu de poner en caja a Irán sin desatar una guerra a todo o nada, pero también admite que el premier tal vez aproveche las cinco semanas que faltan para las presidenciales en Estados Unidos para ejecutar un plan que tiene desde hace años. Al fin y al cabo, el expresidente Donald Trump no se quejaría de un gran ataque contra la infraestructura militar de Irán, y los demócratas no pueden permitirse ser acusados de ponerle límites a Israel después del ataque con misiles del martes.
“Israel hará todo lo posible por mostrar la desproporción de fuerzas”, dijo a la CNN el general Wesley K. Clark, excomandante supremo de la OTAN. La opinión de la Casa Blanca es la contraria: Netanyahu, dicen, no puede permitirse no ser proporcionado.
Es una nueva era plagada de riesgos. Está el riesgo de que Irán, frustrado por el fracaso de su fuerza misilística para atravesar el escudo de armas israelíes y norteamericanas, llegue a la conclusión de que finalmente es hora de ir por un arma nuclear, al considerar ese movimiento riesgoso la única manera de contener a un adversario que ya penetró sus iPhones, sus beepers y sus sistemas informáticos. Está el riesgo de que a pesar de la elección de un nuevo presidente iraní aparentemente moderado la Guardia Revolucionaria gane el debate interno en el país, redoble su programa misilístico y refuerce la influencia de sus agentes.
“Una guerra a gran escala, o incluso una guerra limitada, podría ser devastadora para el Líbano, Israel y toda la región”, dice Jonathan Panikoff, director de la Iniciativa de Seguridad Scowcroft para Medio Oriente del Consejo Atlántico. “Pero de eso también pueden surgir oportunidades inesperadas, como socavar la nociva influencia iraní en la región, impidiendo activamente cualquier esfuerzo de reconstrucción de Hezbollah. Y el nuevo gobierno norteamericano debería prepararse para aprovechar esas oportunidades”.
Es lo que pasa con las guerras viejas y candentes: generan nuevas dinámicas de poder, vacíos a ser llenados.
Pero una vez desatada esa guerra, queda el peligro de que lleve años ponerla en caja. Y la presencia de armas nucleares, misiles balísticos y el instinto mutuo de escalar constituyen un cóctel especialmente tóxico.
David Sanger
Traducción de Jaime Arrambide
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