La guerra en Medio Oriente se convierte en una olla a presión interna para Joe Biden y complica su carrera hacia la reelección
Decenas de miles de personas marcharon en Washington a favor de los palestinos, en contra de la ofensiva de Israel en Gaza, y con duras críticas al presidente por su postura en la guerra
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WASHINGTON.- Decenas de miles de personas se congregaron este sábado en la Freedom Plaza en Washington, a pocas cuadras de la Casa Blanca, para reclamar un alto al fuego en la guerra entre Israel y Hamas en la Franja de Gaza, en una de las mayores manifestaciones a favor de los palestinos y en contra del Estado judío que se hayan visto hasta ahora en Estados Unidos. La marcha ofreció una novedad: esta vez, los mensajes incluyeron durísimas críticas al presidente Joe Biden, quien se enfrenta a una presión cada vez mayor para revertir su postura en la nueva guerra de Medio Oriente, que ya le ha costado respaldo interno justo en la antesala de una nueva campaña presidencial.
“Estoy acá para decirle a Biden que es cómplice en el asesinato de miles de personas que están muriendo. Quiero decirle a Biden que el pueblo no apoya esto. Yo lo voté, y está usando mis impuestos para matar niños”, dijo Jessie, de 27 años, maestra de matemáticas. No sabe si volverá a votarlo. “Tiene poder, tiene influencia sobre Israel, puede parar esto si quiere”, se despachó.
El mensaje en la pancarta de Jessie se repetía en la marcha: “Hay sangre en tus manos, Biden”. Otros acusaban al presidente directamente de respaldar un “genocidio” y una “limpieza étnica”, lo llamaron “criminal de guerra” junto al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. Otros pidieron cortar la asistencia militar de Washington a Israel, luego que Biden pidió al Congreso una ampliación. “El genocida Joe se tiene que ir”, decía otra pancarta. “Fuck Biden!”, se leía en varios carteles. La consigna de la protesta fue “Palestina libre”, hubo mensajes antisemitas –”¡Intifada, Intifada, viva la Intifada!”, se cantó–, y muchas críticas a los ataques y las políticas de Israel, acusado de “ocupación”, “genocidio” y de imponer un “apartheid” al pueblo palestino.
Para la Casa Blanca, la masiva protesta en Washington fue el recordatorio más nítido y sonoro de la creciente presión interna y externa que enfrenta el gobierno de Biden para cambiar su postura en la guerra, un conflicto que ya conlleva un alto riesgo para su reelección. Por su férreo respaldo a Israel, Biden puede perder a los jóvenes, uno de los pilares de su triunfo ante Donald Trump hace tres años. Y el enojo en la izquierda del Partido Demócrata por la contraofensiva de Israel y lo que algunos consideran una falta de balance de la Casa Blanca en el conflicto es cada vez más notorio. El respaldo a Biden cayó al 37% en octubre, el piso de su presidencia, según Gallup. Y entre los demócratas, bajó 11 puntos, al 75%, también el más bajo de su mandato.
En el Congreso, un grupo de legisladores demócratas progresistas viene levantando su voz para que la Casa Blanca exija a Israel el fin de las hostilidades, y ya presentó una resolución en la Cámara baja para pedir un alto al fuego. Rashida Tlaib, congresista demócrata del llamado “Squad”, descendiente de palestinos, publicó un video en sus redes con imágenes de las marchas en el que le advirtió a Biden que “el pueblo no está con usted”, y lo acusó sin matices de respaldar el “genocidio” del pueblo palestino. “Lo recordaremos en 2024″, amenaza Tlaib en su mensaje.
El senador socialista Bernie Sanders, ícono del progresismo norteamericano, también publicó un video en sus redes en el que cuestionó la asistencia militar a Israel y por primera vez exigió el fin de los ataques “indiscriminados” israelíes en la Franja de Gaza. “Simplemente no es aceptable. Tiene que parar”, dijo Sanders.
Los cuestionamientos a la política de la Casa Blanca en Medio Oriente –que existen, también, puertas adentro de la administración– llegan cuando flaquea el respaldo político a la asistencia a Ucrania. Una encuesta de Quinnipiac reveló que una abrumadora mayoría de votantes, un 84%, teme que el país sea arrastrado a una guerra en Medio Oriente. Esos temores y las críticas a Biden pueden complicar la aprobación del gigantesco paquete de más de 100.000 millones de dólares que Biden envió al Congreso para financiar su política en Ucrania, Israel, la Franja de Gaza y la frontera con México.
La presión interna se solapa con la presión externa. En Medio Oriente, el gobierno de Biden lidia con la furia de sus aliados en el mundo árabe, quienes temen una escalada regional en un conflicto que día a día deja imágenes escalofriantes que dan la vuelta al mundo. El secretario de Estado, Antony Blinken, se reunió con sus pares de Egipto y Jordania quienes demandaron frenar la violencia. El ministro de Relaciones Exteriores de Egipto, Sameh Shoukry, pidió un “cese al fuego inmediato”, y su par de Jordania, Ayman Safadi, le dijo a Blinken, frontalmente: “Paren esta locura”.
Ante la presión para pedir un cese al fuego, el gobierno de Biden apeló esta semana por “pausas humanitarias” en la guerra para permitir que ingrese ayuda a la Franja de Gaza y que salgan rehenes en manos de Hamas. Pero esa nueva postura difícilmente ayude a bajar la temperatura. Quienes exigen un alto al fuego creen que Biden y su administración han sido demasiado permisibles y le han dado un cheque en blanco al gobierno de Netanyahu para convertir en escombros la Franja de Gaza, dejando miles de víctimas civiles. Hasta ahora, la postura del gobierno de Biden ha sido, en términos llanos, que las víctimas civiles son inevitables, el precio de una guerra, una posición que, para algunos, es insensible.
“Lo que es duro es la forma en que Hamas usa a personas como escudos humanos. Lo que es duro es tomar un par de cientos de rehenes y dejar a las familias angustiadas, esperando y preocupadas por saber dónde están sus seres queridos. Lo que es duro es asistir a un festival de música y masacrar a un grupo de jóvenes que simplemente intentan disfrutar de una tarde. Puedo seguir y seguir. Eso es lo que es duro”, dijo la semana pasada John Kirby, uno de los principales voceros oficiales, cuando le preguntaron por las víctimas palestinas. “Y ser honesto acerca del hecho de que ha habido víctimas civiles y que probablemente habrá más es ser honesto, porque eso es la guerra. Es brutal. Es feo. Es desagradable”, remarcó.
Antes de subir al avión para emprender su viaje a Medio Oriente, Blinken cambió ese mensaje al afirmar que las imágenes de niños sacados de los escombros son un golpe en el estómago. “Cuando veo a un niño palestino, un niño o una niña, sacado de los escombros de un edificio derrumbado, me golpea en el estómago tanto como ver a un niño en Israel o en cualquier otro lugar. Esto es algo a lo que tenemos la obligación de responder, y lo haremos”, dijo.
La Casa Blanca parece moverse hacia un alto al fuego. La incógnita es cuándo, y en qué condiciones. Ken Roth, experto en derechos humanos, cree que para Biden un alto al fuego es una petición difícil porque sugiere que la respuesta de Israel al ataque de Hamas debería parar. Una exigencia más específica, dijo, puede ser garantizar la seguridad para la ayuda humanitaria y el fin de los ataques “indiscriminados” y desproporcionados contra civiles, pidiendo de que los bombardeos se centren mucho más en objetivos militares de una manera que cause muchas menos víctimas civiles.
“El enfoque actual, con un gran número de víctimas civiles, parece reflejar una preocupación insuficiente, y tal vez incluso una forma de castigo colectivo ilegal”, evaluó Roth.
Kevin Gallagher, 32 años, demócrata socialista de Baltimore, dijo en la protesta que los palestinos viven en un “apartheid” y había ido a darles su apoyo. “Lo que hizo Hamas fue terrible, no creo que nadie lo avale, pero ¿qué esperas que pase?”, se preguntó. En 2020, Gallagher votó a Biden. Lo acusa de ser un “capitalista” que trabaja para que el complejo militar que se beneficia del conflicto, aunque elogió sus políticas laborales. Gallagher vive en Maryland, un estado demócrata donde Biden tiene su triunfo prácticamente asegurado. No quiso decir si lo votará el año entrante. “Quién sabe”, respondió.
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