La guerra en el Medio Oriente y su impacto en la convivencia entre musulmanes y judíos
En esta columna, un imán reflexiona sobre una de las consecuencias del conflicto
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El autor es Imam (teólogo islámico) y presidente de la comunidad musulmana Ahmadía en Argentina.
Hay tantas nubes en la actualidad que ensombrecen la paz mundial, pero especialmente la guerra en el Medio Oriente está a unos pasos de una posible guerra regional que contiene todo el peligro de mutar en una guerra mundial. Durante el último año, solo este rincón del mundo ha contaminado el planeta con la sangre de miles de personas inocentes, aunque según ambas religiones, tanto el islam como el judaísmo, el asesinato de una sola vida es equivalente a la destrucción de la humanidad entera. Las bombas han dinamitado no solo las vidas y las infraestructuras de las personas que viven en esta región, sino también nuestras relaciones, nuestras esperanzas y nuestros sueños en un mundo más humano. Aunque estemos a miles de kilómetros, este conflicto se ha globalizado y ha generado fisuras profundas. A diferencia de otros conflictos en el mundo, esta guerra conlleva ciertos elementos que se caracterizan por la identidad religiosa. No cabe ninguna duda, que no se trata de una guerra religiosa entre el islam y el judaísmo, pero el enfrentamiento por la identidad religiosa es innegable. De hecho, según varios informes, un efecto adverso de esta guerra ha sido el aumento global de tanto islamofobia como judeofobia. Por ello, es necesario abordar en este marco también la identidad religiosa con el fin de entender mejor la esencia de esta guerra.
Una vez, mientras el profeta Muhammad estaba reunido con sus discípulos, pasó un grupo de personas judías llevando a un hombre fallecido al cementerio. Al verlos el profeta se levantó para expresar su condolencia. Uno de sus discípulos se asombró por su gesto y le preguntó por qué él había expresado su solidaridad para un no musulmán. El profeta respondió: “¿El hombre de religión judía no era un ser humano?”
Su respuesta es una regla de oro para la humanidad, implica que antes de dividirnos por las creencias o las etnias, hay que establecer la santidad de la vida de cada ser humano. Dado este principio, repudio enérgicamente tanto el ataque horrible de Hamas contra civiles en Israel como la masacre de personas civiles en Gaza por parte del ejército israelí. Por un lado, el pretexto es la lucha contra la ocupación ilegal, y por el otro, es la propia defensa y la reacción contra el terrorismo, pero lo cierto es que en ninguna circunstancia se puede justificar la matanza de personas civiles, especialmente de niños. Incluso en estado de guerra, el islam no permite matar a mujeres, niños, ancianos y civiles inocentes. En esta reciente escalada de la guerra, Hamás dio el primer paso y atacó a ciudadanos israelíes. Dejando de lado por un momento el hecho de que el conflicto palestino israelí ya lleva varias décadas y personas inocentes han sido en el pasado injustamente asesinadas por el ejército israelí, los musulmanes deben asegurarse de que siempre se adhieren a las enseñanzas del islam. Si existe un estado de guerra legítimo, debe limitarse totalmente a los ejércitos respectivos y nunca contra mujeres, niños, ancianos y civiles inocentes. En este sentido, hay que condenar la acción de Hamás. Por otro lado, sea cual sea la injusticia y la crueldad cometidas por Hamás, la respuesta a la misma o a la guerra debería haberse limitado a Hamás.
En resumen, es un conflicto territorial entre dos pueblos que implica un tejido complejo de intereses geopolíticos y, a su vez, involucra identidades religiosas, pero, por, sobre todo, está cargado de la pérdida y destrucción de tantas vidas humanas. Pero, ante una guerra cuyo sufrimiento, por supuesto, nos afecta también a distancia y nos parte el corazón, la solución no es convertirla en un propio episodio de confrontamiento. Como fieles de cualquier credo y también personas sin ninguna religión, es imprescindible como seres humanos no permanecer indiferentes y quietos ante el sufrimiento ajeno, pero si no tenemos el alcance de aliviar su aflicción, tampoco debemos permitir que quiebre nuestros propios vínculos. Es el deber del médico sanar al paciente con toda su capacidad, pero el tratamiento y la empatía con el paciente no consiste en generar el mismo sufrimiento y herida en su cuerpo. Si esto ocurriera, no disminuiría el dolor, sino que se vería multiplicado.
Es mi profunda convicción que tanto el judaísmo como el islam no son una amenaza para la existencia del otro, sino que son garantes de la fraternidad universal y de la convivencia pacífica. Ambas religiones no son la causa ni el origen de esta confrontación en el Medio Oriente, sino parte integral de la solución y de la pacificación. No obstante, como musulmanes y judíos, si iniciamos un diálogo mirando hacia las diferencias, sean las doctrinas teológicas o nuestras miradas políticas, finalizamos siempre atrapados en un laberinto, sin ningún avance. En cambio, si nos embarcamos en un intercambio a partir de las diferencias, pero con la mirada puesta en las similitudes pueden terminar las aguas de múltiples ríos confluyendo hacia el mismo mar.
En este sentido, podría servir como puntapié inicial al acercamiento entre musulmanes y judíos pensar el valor en común de la santidad de la vida. Tanto el Corán como el Talmud promulgan que quien asesina una vida inocente es como si hubiera asesinado a toda la humanidad. Así que, según las escrituras, la muerte de cada persona inocente en este conflicto es una piedra más que entorpece el camino de la reconciliación y una herida más en el cuerpo de la humanidad. Asimismo, se enseña que quien salva una vida inocente es como si hubiera salvado a toda la humanidad. En estos versículos Dios no limitó la santidad de la vida a la vida “judía” ni “musulmana”, sino que abarcó a toda la humanidad, sin ninguna distinción por etnia ni credo.
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