La guerra deja en evidencia que Rusia ya no es más una superpotencia
El despliegue bélico de las fuerzas rusas está revelando un déficit de potencial militar que deja expuesta la debilidad del ejército de Vladimir Putin
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WASHINGTON.- Tal vez los aterradores bombardeos contra las ciudades ucranianas parezcan una muestra el poderío de Rusia: millones de refugiados y desplazados, y edificios reducidos a escombros. Pero a tres semanas del inicio de este garrafal error de Putin, la verdadera novedad es la debilidad de Rusia.
La poca electricidad de su guerra “relámpago” ya no parece una falla de despliegue bélico, sino que revela un déficit de potencia militar. Es cierto que el líder ruso se equivocó al pensar que el gobierno de Volodymyr Zelensky iba a salir corriendo y le iba a dejar Kiev servida en bandeja, pero las nuevas tácticas que está usando el Kremlin desde entonces no son, ni remotamente, las de una fuerza militar del siglo XXI.
Este delirio bélico de Vladimir Putin fue muy revelador desde el primer día, el 24 de febrero: la invasión pareció arrancada del manual de las superpotencias escrito por Estados Unidos y sus aliados en la Guerra del Golfo de 1991. Después de amasar una enorme fuerza terrestre, los rusos lanzaron cohetes guiados de precisión para destruir los radares, las baterías antiaéreas y las pistas de aterrizaje de toda Ucrania.
El objetivo de esos ataques quirúrgicos es dejar a ciegas al enemigo y con sus aviones en tierra, para garantizarle control de los cielos a las tropas de ataque terrestre.
A partir de ese momento, la fuerza aérea protege a tanques y tropas para que puedan avanzar seguros por el territorio enemigo.
Como ha señalado Justin Bronk, del Instituto Royal United Servces, uno de los centros de estudios militares más antiguos del mundo, eso a Rusia no le pasó, y el “Paso 1″ nunca condujo al “Paso 2″. Rusia nunca estableció su superioridad aérea, y sus tanques y unidades de combate quedaron varadas casi de inmediato, dando tiempo a los combatientes ucranianos para plantar minas, fortificar posiciones y planear emboscadas.
Bronk lo advirtió de inmediato y analizó el tema el 28 de febrero en su artículo titulado La misteriosa desaparición de la Fuerza Aérea de Rusia.
Desde entonces, los analistas escudriñan los cielos y nada ha cambiado. Cuando la agencia oficial de noticias rusa Tass anunció la total superioridad rusa en los cielos, todo el mundo entendió que eso nunca ocurriría.
Pocas horas en el aire
En su análisis del misterioso caso, Bronk apunta un dato interesante: los pilotos rusos cumplen unas 100 horas de vuelo por año. Es lo que puede permitirse una economía de segunda, como la rusa. Cien horas de vuelo al año equivalen a un promedio de menos de 20 minutos por día.
“Tal vez la dirigencia de Rusia no quiere involucrarse en operaciones de combate a gran escala que dejen al descubierto el abismo entre la percepción externa y sus verdaderas capacidades bélicas”, sugiere Bronk.
A pesar del inmenso gasto en aviones modernos, los generales rusos preferirían dejarlos como amenaza en tierra que mandarlos a la batalla piloteados por incompetentes.
La incapacidad para sostener su inicial despliegue de poderío moderno expone otra debilidad de las fuerzas rusas: las municiones de precisión parecen escasear.
Las bombas inteligentes, ya sean teleguiadas por láser o por GPS, han pasado a ser la moneda de cambio en la guerra del siglo XXI, y hasta los ejércitos occidentales más pequeños están ampliamente surtidos de esos equipos. En el arsenal de Gran Bretaña, por ejemplo, hay unas nueve bombas inteligentes por cada bomba “tonta” o no guiada, según Michael Clarke, experto en defensa de la Universidad de Exeter.
En el sitio de noticias iNews, Clarke también estimó que en Rusia la proporción es la inversa: nueve bombas tontas por cada bomba inteligente.
Esto podría explicar las recientes operaciones rusas en Siria. Al igual que en Ucrania, Putin ordenó bombardeos indiscriminados con armas obsoletas. Pero algunos analistas occidentales especularon que Putin lo hacía para sembrar confusión, para que pareciera que la responsable era Siria, y no Rusia.
Ahora Putin está lanzando bombas tontas sobre Ucrania, pero ya no hay confusión posible. Su tanda inicial de municiones de precisión fue evidentemente una fanfarronada fingida. Y pudo haber funcionado, si el presidente ucraniano Volodymyr Zelensky no se hubiera mantenido firme. Por el contrario, el Ejército de Rusia parece que está atascado en 1970.
Y eso revela otra debilidad. Ante la escasez de armas guiadas de precisión, para sus ataques contra las ciudades ucranianas Rusia depende de cazabombarderos de vuelo relativamente bajo y piezas de artillería terrestre, que son blancos mucho más fáciles para la resistencia ucraniana, con la consecuente pérdida de vidas rusas y más dolor en la madre patria.
Colaboración
No sería nada raro que como señalan algunos informes, Putin le haya pedido ayuda al líder chino Xi Jinping. Si su máquina de guerra tuviera la potencia necesaria, ya habríamos visto su despliegue, porque hasta el obtuso dictador de Moscú sabe que esta es la pelea de su vida. También hay temor de que en su desesperación recurra a las armas químicas, las bombas más tontas de todas…
Hasta ahí llega la fuerza de Rusia. Putin la edificó cuando el mundo era un lugar relativamente amigable, y el resultado demostró ser pura cáscara. Putin no tiene la menor posibilidad de llenar los enormes huecos y lagunas que hay en sus fuerzas militares, y mientras tanto, las sanciones económicas sin precedentes bloquean su acceso al dinero y la tecnología.
El arsenal nuclear de Rusia lo protegerá de una agresión militar directa. Y no es que nadie esté pensando en atacarlo. Pero para Rusia, la debacle en Ucrania representa el fin del estatus de superpotencia. Por su obsesión y sin que nadie lo haya incitado, Putin dejó expuesto el grado de decadencia de su nación.
Por David Von Drehle
Traducción de Jaime Arrambide
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