Moscú atacó, pues temía por su seguridad; Helsinki se defendió, pues temía por su integridad
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“Saludos a Ucrania. Una vez Finlandia también luchó contra el ejército ruso con todo lo que teníamos y fuimos capaces de aferrarnos a nuestra libertad e independencia. Eso es lo que les deseamos. Toda Europa está con ustedes”.
Ese fue el mensaje que publicó en Facebook Hannes Tuovinen, de 98 años, veterano de la guerra de Invierno, una conflagración intensa y sangrienta, librada en extremos inimaginables de frío, entre un invasor con una superioridad militar abrumadora y un defensor con una férrea voluntad de resistir.
Moscú atacó, pues temía por su seguridad. Helsinki se defendió, pues temía por su integridad.
Fue una guerra anunciada, precedida por una alta tensión, sucedida por un acuerdo predecible.
Y, sin embargo, fue absolutamente sorprendente.
Un antes
El 30 de noviembre de 1939, más de 400.000 soldados soviéticos, miles de tanques, aviones de guerra y artillería pesada cumplieron el mandamiento del líder de la URSS, Iósif Stalin.
“Ordeno a las tropas del Distrito Militar de Leningrado que marchen sobre la frontera, aplasten a las fuerzas finlandesas de una vez por todas, aseguren las fronteras noroccidentales de la Unión Soviética y la ciudad de Leningrado, la cuna de la revolución del proletariado”.
Esa ciudad, que hasta hacía 15 años se había llamado San Petersburgo, era la segunda más grande de la nación y estaba a apenas 40 kilómetros de lo que Stalin consideraba como una puerta abierta: la frontera con Finlandia.
Desde el ascenso de Adolf Hitler al poder, y particularmente desde marzo de 1936, cuando Berlín violó el Tratado de Versalles remilitarizando Renania y cambiando el equilibrio de poder en Europa, Moscú temía una invasión de una Alemania rearmada y fortalecida.
La cancillería soviética empezó charlas diplomáticas con la finlandesa desde ese momento, pero las declaraciones de neutralidad de Helsinki no fueron suficientes para disipar los temores de una Unión Soviética paranoica: la amistad política con su vecino era cuestionable en el mejor de los casos.
Las relaciones culturales y comerciales entre Finlandia y Alemania eran vistas como un velo que ocultaba una posible cooperación militar.
¿Y cómo iba a olvidar el gobierno soviético la interferencia de Alemania en la guerra civil de Finlandia de 1918, cuando 12.000 soldados alemanes desembarcaron en Helsinki para asegurar la victoria de las fuerzas burguesas conocidas como “blancas” sobre las “rojas” socialistas?
Todo empeoró el 1 de septiembre de 1939, cuando el Tercer Reich asaltó a Polonia. Francia y Reino Unido declararon por segunda vez en 25 años el estado de guerra con Alemania; Finlandia reafirmó su neutralidad y la URSS se mantuvo en silencio hasta que los tanques rodaron en dirección al este.
Para entonces, Moscú llevaba un año tratando acordar con su vecino del norte cambios que le permitieran defender el itsmo de Karelia, una estrecha banda de tierra que separa el lago de Ládoga del golfo de Finlandia, por donde Stalin creía que Hitler podía atacar.
Dadas las nuevas circunstancias, no podía seguir aceptando negativas.
Finlandia, por su parte, no estaba dispuesta a ceder ni un metro de su territorio, ni un ápice de su soberanía.
En octubre, en una reunión con el enviado del gobierno de Helsinki, Juho Paasikivi, Stalin y su ministro de Relaciones Exteriores Viacheslav Mólotov propusieron un tratado de asistencia mutua similar a los concluidos con los Estados bálticos.
Helsinki rechazó inmediatamente la propuesta, convencida de que tal alianza con Moscú era el preludio de la invasión, ocupación y anexión.
Sabían que tratos similares ofrecidos por Stalin a Letonia, Lituania y Estonia terminaron con la Unión Soviética tomando el control de estos países.
En noviembre, la URSS solicitó que los finlandeses movieran la frontera de 30 a 40 kilómetros, le cedieran el control de 4 islas y de regiones en el Ártico y le arrendaran por 30 años la península de Hanko para instalar una base naval.
A cambio, ofreció el doble del territorio que perdería en otra parte y, si Finlandia lo solicitaba, el Ejército Rojo le ayudaría a defenderse de los nazis.
Aunque Finlandia eventualmente aceptó mover un poco la frontera y ceder casi todas las islas, dejó claro que de ninguna manera permitiría la presencia de bases militares soviéticas en suelo finlandés.
“¿Tienen la intención de provocar un conflicto?”, le preguntó Mólotov a Paasikivi, quien respondió: “No queremos tal cosa, pero parece que ustedes sí”.
Estupor
“La guerra comenzó a las nueve en punto [el 30 de noviembre]. La gente de Helsinki se paró en las calles y escuchó el doloroso gemido cada vez más fuerte de las sirenas.
“Por primera vez en la historia oyeron el sonido de bombas cayendo sobre su ciudad. Esta es la forma moderna de declarar la guerra”, reportó la renombrada periodista Martha Gellhorn.
“Esa mañana Helsinki era una ciudad helada habitada por sonámbulos. La guerra había llegado demasiado rápido y todos los rostros y todos los ojos miraban atónitos e incrédulos”.
Mientras las bombas caían en la capital finlandesa, el Ejército Rojo avanzaba rápidamente en todos los frentes.
El ataque era abrumador.
“La Unión Soviética ha invadido un vecino tan infinitesimalmente pequeño que no podría hacerle ningún daño posible”, dijo el presidente de EE.UU. Franklin Roosevelt condenando el ataque, y describió a Finlandia como “una pequeña nación que solo busca la vida en paz como democracia. Una democracia liberal con visión de futuro”.
La Liga de Naciones expulsó a la Unión Soviética.
Pero el mundo ofreció poco más. La mayoría juzgó que las probabilidades eran casi imposibles.
Stalin mismo confiaba en una victoria rápida: después de todo, la URSS era el país más grande y poderoso de Europa, y Finlandia, uno de los más pequeños y débiles; una nación joven con una economía precaria.
Ruinas y muerte
Todo apuntaba a que los soviéticos estaban por cerrar el círculo de los acontecimientos que comenzó en 1917, cuando la revolución derrocó a la dinastía imperial de Rusia.
Aprovechando el momento, tras 600 años de dominación sueca y 100 años de dominio ruso, Finlandia había declarado su independencia y establecido una democracia parlamentaria de estilo europeo.
El gobierno bolchevique de Rusia aprobó la independencia, pero Lenin murió pensando que eventualmente tanto esa como las otras naciones que se fueron, volverían.
“En todo el país había un sentimiento de aprensión. Nadie pensaba en su propio destino. Era el destino de toda la nación lo que estaba en nuestras mentes”.
Antti Henttonen tenía 17 años en ese momento, vivía en la granja de su familia en la parte de la región de Karelia reclamada por la Unión Soviética.
“No sabíamos cuán grandes eran las fuerzas que el Ejército Rojo había movilizado. Solo nos quedó claro más tarde”, le dijo a la BBC.
“La proporción de nuestra infantería con respecto a la suya era de 1 a 4. De aviones, era de 1 a 10, de artillería de 1 a 12 y de tanques… 1 a 192″.
“Ruinas. Ruinas por todos lados. Eso es Finlandia hoy”, informó un reportero de la BBC.
“Oleadas de bombarderos soviéticos han puesto sus huevos de odio y muerte”.
Asombro
Finlandia, con una población de menos de 4 millones de habitantes, necesitaba todos los soldados que pudiera poner en sus manos.
“Fui al día siguiente a inscribirme”, recuerda Antii.
Cuando las primeras oleadas de tropas soviéticas atacaron, jóvenes voluntarios como Antii fueron retenidos en reserva para proteger lugares estratégicos.
Mientras tanto, en el frente, los soldados finlandeses se mantenían firmes a pesar de que todo estaba en su contra, para sorpresa del mundo exterior…
… y de los soviéticos, que, además de sus superiores fuerzas, contaban con que tendrían amigos en el terreno: aquellos “rojos” que unos años antes habían luchado para que el país fuera comunista.
Pero resulta que desde entonces, esos “rojos” habían encontrado su lugar en una sociedad que estaba allanando el camino para convertirse en un Estado de bienestar nórdico. Además, el pacto de no agresión que Moscú había firmado con Berlín en agosto ese año había sacudido a los comunistas del mundo.
Así que cuando sus lealtades fueron puestas a prueba en la guerra de Invierno, no recibieron al Ejército Rojo con los brazos abiertos como esperaba Stalin.
Congelados
Todos los recursos del país se utilizaron para defenderlo.
En uno de los inviernos más fríos registrados jamás, en el que los heridos morían congelados antes de ser atendidos o hechos prisioneros, el papel de las Lottas, el cuerpo voluntario de mujeres del país, llamadas así por su fundadora, Lotta Svard, fue decisivo.
Con temperaturas de -35°C, se encargaban de proporcionarle a los soldados las indispensables comidas calientes con alto contenido proteínico, ropa abrigada, atención médica, servicio de señales y de vigilancia aérea y producción de municiones.
Otros civiles mantenían las funciones normales de la sociedad en funcionamiento.
El implacable clima jugó a favor de los finlandeses, quienes aprovecharon las habilidades de supervivencia que habían aprendido desde niños.
Camuflados en blanco y tremendamente hábiles en sus esquíes, los soldados usaban su conocimiento del terreno accidentado y constantemente derrotaban a las tropas enemigas.
En contraste, el Ejército Rojo se movía en largas y lentas columnas, sus uniformes oscuros sobresalían en la nieve y, seguros de una pronta victoria, ni siquiera llevaron ropa de invierno apropiada.
Dividir para triunfar
A pesar de su alarmante inferioridad numérica, los triunfos de los finlandeses se multiplicaban, y sus métodos empezaron a hacer historia.
En años venideros se enseñaría en academias militares la batalla de Suomussalmi como una obra maestra, en la que utilizaron una táctica que se hizo famosa llamada motti.
Ante la amenaza de cientos de unidades acorazadas contra las cuales no podían luchar, recurrieron a la astucia. Por blindados que fueran, los tanques estaban efectivamente restringidos a los largos y angostos caminos forestales sin prácticamente ninguna otra opción que avanzar o retroceder.
La estrategia para vencerlos era separarlos en grupos cada vez más pequeños, poniendo -por ejemplo- obstáculos, como árboles talados, en las vías.
Luego, pequeños grupos finlandeses llegaban esquiando en la retaguardia de las tropas rusas y cortaban sus cadenas de suministro, dejando a los soldados y caballos sin comida, y a los tanques sin combustible.
Los tanques que aún funcionaban solían ser inutilizados por ese fastasmagórico ejército blanco que se deslizaba sobre la nieve y arrojaba cócteles molotov a las torretas, haciéndolos estallar en llamas.
El primero
La humillación era insoportable; Stalin, enfurecido, cambió de comandante y mandó otros 500.000 soldados, 4.000 tanques y 3.000 aviones. Para febrero de 1940 había roto parte de la línea del frente.
A pesar de las heroicas acciones, el ejército finlandés se estaba quedando rápidamente sin municiones y hombres, y se vio obligado a retroceder.
Antii fue enviado para ayudar a defender una isla estratégica en el río Vokesy.
“Un día, una patrulla rusa de 20 efectivos aterrizó en la isla. Seis de nosotros los muchachos, dirigidos por un subteniente, nos dispusimos a repelerlos. Estaba anocheciendo y vi a un soldado ruso parado detrás de un abedul. Le disparé y cayó. Él fue mi primero. A la mañana siguiente cumplí 18 años”.
“Es extraño. Cuando el enemigo viene con el objetivo de matarte, no se siente como un ser humano”.
“A la mañana siguiente, cuando lo vi acostado allí en la nieve, volvió a ser humano. Pensé: ‘Probablemente hay alguien en algún lugar que lo va a extrañar’”.
Para marzo, el ejército finlandés estaba perdiendo terreno constantemente.
El gobierno sabía que sin la ayuda de potencias occidentales, no tenía más remedio que aceptar las demandas soviéticas.
Tras 105 días de lucha, Finlandia firmó un doloroso tratado de paz.
Cedió toda la Karelia finlandesa, parte de Salla, la península de Kalastajansaarento, cuatro islas pequeñas en el Báltico y se vio obligada a otorgar en arrendamiento la península de Hanko. Incluida en las áreas cedidas estaba Viipuri, la segunda ciudad más grande de Finlandia.
Antii sobrevivió a la guerra pero perdió su hogar.
“Se sentía como si el mundo entero se estuviera acabando. Karelia había sido habitada por los finlandeses durante 1000 años, 2000 años. Toda esa área, una décima parte del territorio de Finlandia, había desaparecido. Su industria, su cultura, los hogares de casi medio millón de personas”.
Victoria pírrica
La URSS ganó la guerra, sin embargo, para muchos, la victoria fue de Finlandia, entre ellos Nikita Kruschev, el sucesor de Stalin.
“Una victoria a tal costo fue en realidad una derrota moral”, escribió en sus memorias.
“Nuestro pueblo nunca supo que sufrimos una derrota moral porque nunca se les dijo la verdad. Todos nosotros, y Stalin ante todo, sentimos en nuestra victoria una derrota ante los finlandeses”.
“Fue una derrota peligrosa porque alentó la convicción de nuestro enemigo de que la Unión Soviética era un coloso con pies de barro. En resumen, nuestra miserable conducta de la campaña finlandesa alentó a Hitler en sus planes para su operación Barbarroja”.
Esa operación para invadir el oeste la Unión Soviética y poblarlo con alemanes, lanzada en 1941, confirmó los temores de Stalin pero no sus cálculos: el camino tomado por los nazis no fue el itsmo de Karelia.
Los finlandeses, por su lado, a pesar de las pérdidas, celebraron sus logros.
“El pueblo de Finlandia ha demostrado que una nación unida, por pequeña que sea, puede desarrollar un poder de lucha sin precedentes y así resistir las pruebas más formidables que trae el destino”, escribió Carl Gustaf Mannerheim, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y más tarde presidente de Finlandia.
“Al cerrar filas al momento de peligro, el pueblo de Finlandia se ganó el derecho a seguir viviendo su propia vida independiente dentro de la familia de los pueblos libres”.
Y muchos, en todo el mundo, concordaron y aplaudieron.
Desafortunadamente, los finlandeses, resentidos por lo ocurrido, se unieron a los nazis cuando invadieron la URSS el año siguiente, desilusionando a sus admiradores y perdiendo la superioridad moral que habían ganado.
Esa fue quizás una de las razones por las que esta guerra que despertó tal admiración, cayó rápidamente en el olvido… aunque no en Finlandia, donde se recuerda con orgullo. Legenda elaa, dicen de ella: “La leyenda sigue viva”.
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