La gira de Francisco: le apuntó a “los muros del miedo” en la isla europea marcada por las divisiones
Desde Chipre, que representa el último lugar dividido del continente, recordó que “no serán los muros del miedo ni los vetos dictados por intereses nacionalistas los que contribuirán al progreso”
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ROMA.- Desde la isla de Chipre, marcada por una dramática división, muros, alambrados de púas, primera escala de un viaje de cinco días que el sábado lo llevará a Grecia y el domingo por segunda vez a la isla de Lesbos, símbolo de la crisis de migrantes, el Papa lanzó hoy llamado a toda Europa a la paz, la integración y a la unidad en la diversidad.
“Chipre, encrucijada geográfica, histórica, cultural y religiosa, tiene esta posición para poner en marcha una acción de paz”, aseguró ante el presidente Nicos Anastasiades, miembros del gobierno y del cuerpo diplomático y representantes de la sociedad civil y del mundo de la cultura, que le dieron la bienvenida en el Palacio presidencial de Nicosia.
Francisco, que se convirtió en el segundo Pontífice en pisar este país de poco más de un millón de habitantes mayoritariamente cristianos ortodoxos, ya visitado en 2010 por Benedicto XVI, papa emérito, evocó la milenaria historia de esta pequeña isla que, durante siglos, “no aisló a la gente, sino que la unió”, según destacó. Y que gracias a su ubicación geográfica representa “la puerta oriental de Europa y la puerta occidental de Medio Oriente”.
En este contexto, destacó el rol que podría tener en un momento a todas luces complejo del mundo Chipre, que tiene un tercio de su territorio norte ocupado desde 1974 por Turquía, a quien llamó a ser “una obra abierta en la que se construye la paz en medio del Mediterráneo”.
“El continente europeo necesita reconciliación y unidad, necesita valentía e impulso para caminar hacia adelante. Porque no serán los muros del miedo ni los vetos dictados por intereses nacionalistas los que contribuirán al progreso, ni tampoco la recuperación económica por sí sola podrá garantizar la seguridad y la estabilidad”, advirtió.
“Miremos la historia de Chipre y veamos cómo el encuentro y la vocación al encuentro han dado frutos beneficiosos a largo plazo; no solo en lo que se refiere a la historia del cristianismo, para la que Chipre fue ‘el trampolín de lanzamiento’ en el continente, sino también por la construcción de una sociedad que ha encontrado su propia riqueza en la integración”, pidió.
“Este espíritu amplio, esta capacidad de mirar más allá de las propias fronteras rejuvenece, permite volver a encontrar el brillo perdido”, agregó, en un mensaje dirigido a una Europa cada vez más cerrada y marcada por la terrible crisis de migrantes en la frontera de Bielorrusia.
En un discurso en el que evocó los pasos que en esa tierra tuvieron los santos Pablo, Bernabé y Marcos, Francisco, que no fue recibido por grandes masas por las calles, sino con bastante indiferencia, también elogió la belleza de Chipre, que comparó con una perla, derivada no sólo por su paisaje, sino también por las culturas y de los pueblos que a lo largo de los siglos allí se encontraron y mezclaron. Mencionó entonces la importante presencia de migrantes, porcentualmente la más relevante entre los países de la Unión Europea (UE) en relación a la población. Tanto es así que, en una iniciativa simbólica, Francisco organizó el traslado de 50 de ellos a Italia, un gesto que le agradeció muchísimo el presidente chipriota, que a su turno destacó la necesidad urgente de revisar la política migratoria de la UE.
En su tercer viaje del año (después de Irak y Hungría y Eslovaquia) marcado por el coronavirus, el exarzobispo de Buenos Aires -que llegó después de tres horas de vuelo desde Roma, por primera vez no en un avión de Alitalia, que dejó de existir, sino de Ita Airways-, también subrayó que “la perla de Chipre fue eclipsada por la pandemia”, que impidió a muchos visitantes que accedan a ver su belleza, agravando, como en otros lugares, las consecuencias de la crisis económica y financiera.
Aunque el Papa reconoció que “la herida que más hace sufrir a esta tierra es la provocada por la terrible laceración que ha padecido en los últimos decenios”. Aludió, así, a la invasión militar del norte de la isla por parte de Turquía de 1974 que provocó muerte, destrucción y el desplazamiento de 200.000 griego chipriotas del norte, al sur y de muchos turco-chipriotas (musulmanes sunnitas) del sur, al norte. Fue entonces que hizo un enérgico llamado a la paz, al diálogo y a negociaciones. “No dejemos prevalecer el odio, no renunciemos a curar las heridas. Pensemos en las generaciones futuras, que desean heredar un mundo pacificado, colaborador, unido, no habitado por rivalidades perennes y contaminadas por conflictos no resueltos”, pidió. “Para esto es necesario el diálogo, sin el cual la sospecha y el resentimiento crecen. Que nuestra referencia sea el Mediterráneo, que ahora lamentablemente es lugar de conflictos y de tragedias humanitarias; en su belleza profunda es el mare nostrum, el mar de todos los pueblos que se asoman a él para estar conectados, no divididos”, exhortó.
Las palabras del Papa parecieron bastante utópicas después del discurso del presidente Anastasiades, que amén de agradecerle su visita y elogiar su liderazgo en cuanto a clima, migrantes y fraternidad, le tiró munición gruesa a Turquía. El mandatario recordó la ocupación militar ilegal del 36% de su territorio por fuerzas turcas; la evacuación del 30% de la población que se volvió prófuga; la cuestión irresuelta de los desaparecidos y el drama de sus parientes; y el saqueo de monumentos culturales y religiosos en los territorios ocupados, “aspectos que ofenden brutalmente a la humanidad y reavivan el dolor que hemos vivido y aún sentimos”.
No obstante, el jefe de Estado chipriota aseguró que “pese a la posición intransigente de larga data de Turquía que no ha permitido alcanzar una solución honesta, sostenible y justa, seguiremos en nuestra lucha por la restauración de los derechos humanos, el prevalecer de la paz y la reunificación de todas las comunidades de Chipre, greco chipriotas, turco chipriotas, maronitas, latinos y armenios”.
Anastasiades, de 75 años, concluyó su fuerte discurso con un toque que hizo reír a su huésped ilustre y al público presente y desdramatizó las cosas. “Antes de concluir y conociendo su particular interés por el fútbol –le dijo-, quisiera hacerle mis mejores deseos a su equipo del corazón, San Lorenzo, que lamentablemente no está viviendo un buen año futbolístico”.
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