Un hombre desertó durante la pandemia, luego de panear la fuga durante años; los detalles de cómo logró escapar
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A principios de este año, Kim llevó a cabo una huida de Corea del Norte que parecía imposible. Escapó por mar con toda su familia: su mujer embarazada, su madre, la familia de su hermano y una urna con las cenizas de su padre.
Fueron las primeras personas que escaparon este año del país y lograron llegar al Sur.
Cuando la pandemia por el covid golpeó el planeta, el gobierno de Corea del Norte entró en pánico y aisló al país del resto del mundo: cerró sus fronteras y cortó el comercio.
Las deserciones, antes bastante comunes, prácticamente cesaron.
Kim explicó a la BBC cómo organizó una huida tan extraordinaria en la primera entrevista desde la pandemia con un desertor que ha salido del país.
Reveló nuevos detalles sobre la vida en Corea del Norte, incluidos casos de personas que mueren de hambre y el aumento de la represión.
Kim nos ha pedido que no utilicemos su nombre completo para proteger a su familia aquí y en el Norte.
La BBC no puede verificar de forma independiente todo el relato de Kim, pero muchos de los detalles coinciden con lo que nos han contado otras fuentes.
La noche de la fuga fue turbulenta. Desde el sur soplaba un viento fuerte, trayendo una tormenta a su paso. Esto era parte del plan de Kim. Esperaba que el mar agitado obligara a los barcos de vigilancia a retirarse.
Soñó con esta noche durante años, planeándola meticulosamente durante meses, pero esto no ayudó mucho a que su miedo se calmara.
Los hijos de su hermano dormían profundamente bajo el efecto de los somníferos que les había dado. Ahora él y su hermano tenían que llevarlos a través de un campo de minas en la oscuridad, hasta donde estaba amarrado en secreto su barco de huida.
Avanzaron con cuidado de evitar los rayos de los reflectores de los guardias.
Una vez en el barco, escondieron a los niños en sacos viejos de grano y los camuflaron de modo que parecieran bolsas de herramientas.
La familia zarpó hacia Corea del Sur: los hombres armados con espadas, las mujeres con veneno. Cada uno llevaba una cáscara de huevo vaciada y rellena con polvo de chile picante y arena negra, lista para romperla en la cara de los guardacostas si se producía un enfrentamiento.
El motor de la barca rugía, pero Kim sólo podía oír el latido de su corazón. Un error y los ejecutarían a todos.
Cuando me reuní con Kim -en las afueras de Seúl el mes pasado- iba acompañado de un agente de policía de paisano, una medida de seguridad típica para los desertores recientes.
Hacía sólo unas semanas que él y su familia habían sido liberados del centro de reasentamiento al que son enviados los norcoreanos tras llegar a Corea del Sur.
“Ha habido mucho sufrimiento”, dijo, mientras empezaba a relatar los últimos cuatro años.
En los primeros días de la pandemia la gente estaba “extremadamente asustada”, contó.
El Estado difundía imágenes de personas que morían en todo el mundo y advertía que, si no se seguían las normas, todo el país podría desaparecer.
Algunas personas incluso fueron enviadas a campos de trabajo por incumplir las normas específicas ante el covid, afirmó.
Cuando se notificaba un caso sospechoso, los guardias ponían en cuarentena a todo el pueblo. Se encerraba a todo el mundo y se acordonaba la zona, dejando a los que estaban dentro con poco o nada que comer.
“Después de matar de hambre a la gente durante un tiempo, el gobierno traía camiones cargados de alimentos. Afirmaban que vendían la comida barata para que la gente les alabara. Como si mataras de hambre a tu bebé y luego le dieras unas migajas para que te diera las gracias”, recordó.
Kim me dijo que la gente empezó a preguntarse si esto formaba parte de la estrategia del Estado para sacar provecho de la pandemia.
A medida que más personas sobrevivían a la covid, empezaron a pensar que el Estado había exagerado los peligros. “Ahora muchos creen que sólo era una excusa para oprimirnos”.
Fueron los cierres fronterizos los que causaron los daños más graves, afirmó.
El suministro de alimentos en Corea del Norte ha sido precario durante mucho tiempo, pero con menos entradas aún en el país, los precios se dispararon haciendo la vida de todos “mucho más difícil”.
En la primavera de 2022, observó que la situación se deterioraba aún más.
“Durante siete u ocho años apenas se hablaba de hambruna, pero empezamos a escuchar de casos cada vez con más frecuencia. Te despertabas un día y oías: ‘Oh, alguien en este distrito ha muerto de hambre’. Al día siguiente, otro más. Y así”, siguió.
Un día de febrero, un cliente de una comarca vecina llegó tarde a una reunión y le contó a Kim que la policía había reunido a todos los habitantes del pueblo por el presunto asesinato de una pareja de ancianos.
Pero tras la autopsia, anunciaron que la pareja había muerto de hambre y que las ratas debían de haberse comido los dedos de manos y pies mientras agonizaban. La espantosa escena había hecho sospechar a los investigadores sobre un crimen turbio.
Luego, en abril, dice que dos granjeros a los que conocía personalmente murieron de hambre. Los campesinos eran los que peor lo pasaban, dice, porque si la cosecha era mala, el Estado les obligaba a compensarla entregando más de sus reservas personales de alimentos.
No podemos confirmar de forma independiente estas muertes. El Informe Mundial sobre Crisis Alimentarias 2023 afirmaba que, desde que se cerraron las fronteras de Corea del Norte, ha sido “difícil obtener información precisa sobre la inseguridad alimentaria”, pero había “indicios de que la situación está empeorando”.
En marzo de 2023, Corea del Norte pidió ayuda al Programa Mundial de Alimentos.
El especialista en Corea del Norte de Amnistía Internacional, Choi Jae-hoon, apuntó que había oído hablar de casos de inanición de boca de fugitivos en Seúl que habían conseguido hablar con familiares en su país.
“Hemos oído que la situación alimentaria empeoró durante el periodo Covid, y que en algunas zonas los agricultores fueron los que más sufrieron”, afirmó.
Pero Choi señaló que la situación no era tan catastrófica como durante la hambruna de la década de 1990: “Oímos que la gente ha encontrado formas de sobrevivir dentro de sus posibilidades”.
El propio Kim encontró formas no sólo de sobrevivir, sino de prosperar. Como la mayoría de los norcoreanos antes de la pandemia, se ganaba la vida vendiendo artículos en el mercado negro, en su caso motos y televisores de contrabando desde China.
Pero cuando se cerraron las fronteras y prácticamente se paralizó el comercio, se dedicó a comprar y vender verduras porque imaginó que, en medio del encierro, lo que todos necesitarían seguro era comer.
Se autodenominó como “vendedor saltamontes”. Vendía sus productos a escondidas, bien en casa o en callejones, y explicó: “Si alguien nos denunciaba, recogíamos la comida y salíamos corriendo… Como un saltamontes”.
“La gente venía a mí, rogándome que les vendiera. Podía pedir el precio que quisiera”, agregó. Kim se vio más rico que nunca. Él y su mujer podían permitirse cenar estofado con la carne que quisieran.
“Eso es comer muy bien en Corea del Norte”, aseguró.
La vida que describe Kim es la de un hombre de negocios excepcionalmente astuto y, a veces, sin escrúpulos. A sus 30 años, trabajó y logró ahorrar durante más de una década burlando el sistema de control norcoreano.
En parte es porque, desde muy joven, se desilusionó con el sistema.
Desde que tiene uso de razón, su padre y él veían la televisión surcoreana a escondidas. Vivían tan cerca de la frontera que podían sintonizar los canales del país vecino. Kim quedó cautivado por un país donde la gente era libre.
A medida que crecía, la corrupción y la injusticia que presenciaba en el Norte empezaron a afectarle. Recuerda un incidente en el que agentes de seguridad asaltaron su casa.
“Todo lo que tienes pertenece al Estado. ¿Crees que este oxígeno es tuyo?”, se mofó un agente. “Pues no lo es, cabrón”.
Cuenta Kim que en 2021 se formaron unos poderosos escuadrones de represión para reprimir lo que el Estado consideraba “comportamientos antisociales”.
Detenían arbitrariamente a la gente en la calle y la intimidaban. “La gente empezó a llamar ‘mosquitos’ a estos funcionarios represivos, vampiros que nos chupaban la sangre”.
La infracción más grave era consumir y compartir información del exterior, especialmente la proveniente de la cultura surcoreana.
Según Kim, la represión se tornó “mucho más intensa”. “Si te pillan, te pegan un tiro, te matan o te mandan a un campo de trabajo”, indicó.
En abril del año pasado, cuenta Kim que le obligaron a ver en una ejecución pública cómo mataban a tiros a un joven de 22 años al que conocía. Las autoridades dijeron a los asistentes que querían castigar al hombre con dureza para sentar un precedente adecuado.
“Lo mataron por escuchar 70 canciones surcoreanas, ver unas tres películas y compartirlas con sus amigos. Son despiadados. Todo el mundo tiene miedo”, dijo Kim.
No podemos verificar de forma independiente esta ejecución, pero en diciembre de 2020 Corea del Norte aprobó una nueva ley por la que se podía ejecutar a quienes compartieran contenidos surcoreanos.
Joanna Hosaniak, de la Alianza de Ciudadanos por los Derechos Humanos en Corea del Norte, afirmó que el relato de Kim sobre la ejecución “no sorprende en absoluto”. Hosaniak ha entrevistado a cientos de desertores a lo largo de dos décadas.
“Corea del Norte siempre ha utilizado las ejecuciones públicas como medio para controlar a la población. Cada vez que implanta nuevas leyes, introduce una oleada de ejecuciones”, explica.
Mientras Kim relataba estos recuerdos, se angustió. Dijo que fue el suicidio de un amigo el año pasado lo que finalmente le quebró.
Desesperado por divorciarse de una mujer a la que ya no amaba y casarse con otra, los funcionarios dijeron a este amigo de Kim que la única forma de conseguir el divorcio era pasar una temporada en un campo de trabajo. Se hundió en deudas tratando de encontrar otra salida antes de acabar con su vida.
Kim visitó su habitación tras su muerte. La carnicería a la que asistió le mostró el lento y agonizante final que su amigo debió sufrir. Había arañado las paredes hasta que las uñas se le salieron.
Aunque Kim había fantaseado cientos de veces con escapar, no podía soportar la idea de dejar atrás a su familia. En 2022 la vida se había vuelto tan desesperada que creyó que por fin podría convencerles de que se le unieran.
Primero se centró en su hermano. Él y su esposa dirigían un negocio ilícito de mariscos, pero el gobierno había tomado recientemente medidas enérgicas contra los vendedores no oficiales. A pesar de tener un barco, ya no podían pescar. Contando cada vez con menos dinero, no costó mucho convencerlo.
Durante los siete meses siguientes, los hermanos planearon meticulosamente su huida.
En el transcurso de la pandemia, muchas de las rutas de escape bien establecidas a través de la frontera norte del país con China fueron bloqueadas. Pero los hermanos vivían en un pequeño pueblo pesquero en el extremo suroeste del país, cerca de la frontera con Corea del Sur. Esto les ofrecía una salida alternativa, aunque arriesgada: por mar.
En primer lugar, necesitaban permiso para acceder al agua. Habían oído hablar que en una base militar cercana ponían a civiles a pescar para luego vender ese pescado y, con ese dinero, adquirir material militar. El hermano de Kim se inscribió para hacerlo.
Mientras tanto, Kim empezó a entablar amistad con los guardacostas y los guardias de seguridad que patrullaban la zona, sonsacándoles muy discretamente información sobre sus movimientos, protocolos y turnos de trabajo, hasta que estuvo seguro de que él y su hermano podrían sacar el barco por la noche sin que los descubrieran.
Luego vino la más difícil de sus tareas: convencer a su anciana madre y a su esposa para que se unieran a la huida. Ambas se oponían a marcharse.
En última instancia, los hermanos gritaron a su madre hasta someterla, le amenazaron con cancelar el viaje si no se les unía y la responsabilizaron de su miseria hasta el fin de sus días.
“Estaba angustiada y lloró mucho, pero al final accedió”, cuenta Kim.
Su mujer, sin embargo, se mantuvo inamovible, hasta que un día la pareja se enteró de que esperaban un bebé.
“Ya no eres sólo tu cuerpo. Eres madre, ¿quieres que nuestro hijo viva en este infierno?”, le dijo Kim.
Funcionó.
Por Jean Mackenzie, corresponsal en Seúl
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