La generación perdida: la lucha por sobrevivir de los jóvenes sirios en los campos de refugiados
Cientos de miles de chicos cruzan las fronteras y aprenden a vivir sin sus padres
SABHA, Jordania.- A los padres los aterrorizaba que el mayor de sus siete hijos fuese reclutado por el ejército sirio. En cuanto a su hija adolescente, temían que fuese violada y secuestrada. Y el siguiente hijo, al borde de la adolescencia, había empezado a agitar contra el gobierno en su escuela y en las calles.
Así que en septiembre de 2011, seis meses después del inicio de la insurgencia contra el presidente de Siria, Bashar al-Assad, los padres enviaron a esos tres hijos -en ese entonces de 15, 13 y 11 años- muy lejos de su hogar en la provincia de Hama, con 425 dólares y una carpa casera hecha con costales de arroz de origen chino. Desde aquel día, sus hijos viven librados a su suerte en Jordania. El mayor, que ahora tiene 17 años, trabaja cuando puede en una huerta por 8,5 dólares al día. La joven aprendió a cocinar, y el menor juega a la pelota o a las cartas.
"Antes era nada más que un chico; ahora soy cabeza de familia", dice el mayor, que pidió no dar su nombre para no poner en riesgo al resto de su familia, aún en Siria. "Ahora tengo que hacer un presupuesto y manejar el dinero. Nunca había tenido que pensar en esas cosas."
Mientras la cruenta guerra civil siria ingresa en su tercer año, casi un tercio de los 22 millones de habitantes de Siria necesitan ayuda humanitaria, y 1,4 millones directamente han escapado de su país. De los 500.000 que buscaron refugio en Jordania, casi un 55% tiene menos de 18 años. Sus padecimientos y dificultades -pérdida de años escolares, el trauma de presenciar la muerte de sus familiares, los abusos sexuales- son idénticos a los que atraviesan sus pares que luchan por sobrevivir en carpas y escondites en Turquía, Irak, el Líbano y en las devastadas comunidades de la propia Siria. Esos chicos son la próxima generación perdida y constituyen una categoría de daños colaterales particularmente perturbadora dentro del caótico conflicto sirio, que ya ha dejado 70.000 muertos.
Aquí, en Jordania, está, por ejemplo, Ahmad Ojan, de 14 años, que siempre quiso ser maestro, pero que ahora pasa el día distribuyendo té por el extenso campo de refugiados Zaatari, que no para de crecer. Y está Marwa Hutaba, de 15 años, que no pierde la esperanza de convertirse en farmacéutica, pero que teme que la casen con algún rico extranjero, como ocurrió con una adolescente de 14 años que "se comprometió en un día y se casó al día siguiente".
"Cuando uno habla con ellos sobre el futuro -dice Carolyn Miles, directora de la ONG Save the Children- la verdad es que son incapaces de ver más allá del día de mañana."
Hace más de dos años que un río de chicos atraviesa las fronteras sirias, y miles de ellos lo hacen sin sus familias. Incluso los que viajan con sus padres llegan traumatizados: un reciente estudio universitario descubrió que tres de cada cuatro menores sirios han perdido a algún ser querido por la contienda.
Astucia y agresividad
Antes de la guerra, más del 90% de los niños sirios estaba escolarizado; en Jordania, sólo uno de cada tres refugiados de entre 6 y 14 años asiste a clases. El resto debe aprender como puede a vivir en el exilio, donde la astucia y la agresividad valen más que los libros y los exámenes. Y es cierto que no hay mucho que esperar del futuro, sólo del presente.
En Zaatari, los niños aprenden a esquivar el gas lacrimógeno en las manifestaciones, que se producen casi a diario. Hacen volcar los camiones cisterna para ser los primeros en llenar sus baldes con agua. Les arrojan piedras a los trabajadores voluntarios. Se han formado pandillas que saltan los vallados y saquean las puertas y ventanas de los remolques.
Esta pequeña nación desértica les abrió sus puertas a los recién llegados, pero se vio de inmediato desbordada, no bien los refugiados comenzaron a engullir puestos de trabajo, a consumir los escasos recursos de agua y a obligar a las escuelas a implementar turnos dobles.
Alrededor de dos tercios de los refugiados están alojados en ciudades y pueblos de Jordania, pero el patetismo y las dificultades son especialmente profundos en Zaatari, donde las familias viven en incontables hileras de carpas y remolques, en un ciclo diario e interminable de conseguir alimento y agua, limpiar el polvo y los desechos y hacer fila.
El campo de Zaatari se abrió en julio pasado y ahora ocupa 1300 hectáreas. Tiene un costo de mantenimiento diario de un millón de dólares, y una población aproximada de 120.000 personas, de lejos el bolsón de refugiados más grande de la región.
El campo es una vasta jungla de humanidad y desorden.
A casi una hora en auto por caminos secundarios de Zaatari, está la villa miseria de Sabha, donde los tres adolescentes de Hama viven desde hace cinco meses. Situado a sólo un kilómetro de la frontera con Siria, desde el asentamiento llegan a verse a la distancia los tanques del ejército, y se oye el tronar de los aviones. Hace dos meses que los jóvenes no logran comunicarse por teléfono con sus padres.
Los hermanos viven en una carpa grande. El chico de 13 años se aburre y extraña su hogar. "En Siria vivíamos mejor, con mi padres y mis amigos -dice-. Lo único que quiero es ir a la escuela."
Traducción de Jaime Arrambide
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