La generación perdida del ébola: Sierra Leona teme por sus chicos
El país se recuperaba lentamente de una sangrienta guerra civil, pero la epidemia borró todos los avances; hay miles de menores afectados y las escuelas no abre desde mayo
FREETOWN.- Es una calle en obra a las afueras de Freetown, la capital de Sierra Leona. Los trabajos se detuvieron hace meses debido a la epidemia de ébola. Está paralizada, como todo lo demás, desde que la enfermedad sembró su germen en el país. En un terraplén, los conductores de taxis colectivos limpian los vehículos para inspirar cierta protección contra el virus. Un poco más atrás, la vivienda de Ramatu Sillah se levanta entre las rocas y las raíces de los árboles. Sus cuatro hijos están en casa. Llevan allí desde mayo, cuando todos los centros educativos fueron clausurados en un intento de frenar los contagios.
Hoy no podrá preparar ni siquiera una comida diaria para la familia. La epidemia de ébola mató a más de 1000 personas desde mayo y detuvo en seco la economía del país. Los bares, restaurantes y cines están cerrados. Los bancos restringieron sus horarios. Las cuarentenas hicieron a muchos perder su empleo y la venta ambulante -la principal fuente de ingresos en la ciudad- se vio congelada por la falta de dinero y suministros. El brote irrumpió en plena temporada de siembra y en torno al 40% de los cultivos fueron abandonados. El Programa Mundial de Alimentos (PMA) se prepara ya para asistir a 600.000 personas en necesidad de alimentación.
Apenas 13 años después de una década de guerra civil, el ébola amenaza ahora con alumbrar una nueva generación perdida en un país que avanzaba lentamente hacia el desarrollo. La contienda convirtió en soldados a 20.000 chicos, según los cálculos barajados por las agencias humanitarias, y dejó huérfanos a más de 60.000 menores. Sin escolarización, el gobierno y las organizaciones internacionales temen que la juventud de Sierra Leona se vea arrojada al mismo punto de partida del que proceden sus padres.
"Es incluso peor que la guerra", dice Ramatu Sillah, de 42 años. "Al menos durante el tiempo de Ecomog [la fuerza regional africana desplegada durante el conflicto] los niños podían ir al colegio. Las cosas empeoran cada día. No hay dinero por culpa de esta epidemia. He perdido toda esperanza. Sólo nos queda rezar para que termine cuanto antes."
El gobierno dice haber notado ya un aumento de chicos vendiendo en las calles para tratar de llevar dinero a casa y también un aumento de los embarazos en adolescentes. Y después de un año sin colegio quizá muchos no regresen jamás.
"Ya experimentamos eso, justo antes de la guerra, cuando la educación era prácticamente irrelevante. Los jóvenes empezaron a dedicarse a actividades que dieran dinero rápido. Y por eso muchos participaron en la guerra; era una manera de ganarse la vida", lamenta Brima Turay, funcionario del Ministerio de Educación. "Estábamos en ese punto en el que las cosas empezaban a mejorar. Pero ahora existe el riesgo de que puedan perder la motivación y empiecen a pensar de nuevo en el dinero fácil", explica.
Pese a los avances de la última década, Sierra Leona parte de una situación nada alentadora. Sólo el 35% de los menores empieza la educación secundaria, y la tasa de trabajo infantil se sitúa en el 60%. "A veces subestimamos el papel de las escuelas. Lo cierto es que desde el cierre de los colegios tenemos un 100% de chicos trabajando", afirma Mathew Dalling, responsable de Protección Infantil de Unicef.
El verdadero desafío vendrá después, en la era post-ébola, con la reapertura de las escuelas, la readaptación del sistema sanitario y la reactivación de la economía. "Después de todos los episodios de trauma colectivo, se experimenta un aumento del trabajo infantil, los abusos sexuales a menores y la tasa de embarazos. Pero tengo la esperanza de que podamos dar soluciones a largo plazo. Quizás el ébola es una oportunidad. Gracias a la crisis hemos creado estructuras de apoyo mental y psicosocial y hemos puesto en marcha programas para dar a las personas la opción de que curen sus heridas", comenta Dalling.
Son las 11 de la mañana. Las hijas de Ramatu Sillah dejan por un momento de cortar verduras en el porche de la casa. Apoyado en una tapia hay un tablón pintado de negro que sirve de pizarra. Samuel Oulendmends lo compró para ayudar con sus estudios a los chicos de las viviendas cercanas. En la radio suena un programa educativo creado por el Ministerio de Educación en colaboración con Unicef y la asociación de periodistas para que los estudiantes no pierdan contacto con la escuela.
En la clase de Samuel Oulendmends hay siete alumnos. Hoy repasan las medidas necesarias para prevenir el contagio del ébola. "Quiero que lleguen lo más lejos posible en sus estudios, que no se olviden del colegio. Yo nunca pensé en dejar de estudiar, porque quiero ser una persona exitosa en el futuro", afirma este joven de 20 años, que espera empezar la universidad cuando reabran los centros.
"Quiero volver al colegio porque sólo si tienes estudios puedes ser alguien en la vida, como ministro o presidente", dice Abu BakarBangura, de 13 años. Pero los alumnos de Samuel echan de menos sobre todo a sus amigos y profesores de la escuela.
Porque el colegio no es sólo un lugar donde se aprenden ciencias, historia o matemáticas. Es la oportunidad de un futuro mejor, pero también la conquista de un presente: el regalo de no tener que ser adulto antes de tiempo.