La Francia de Emmanuel Macron, ante un segundo mandato con perspectivas de volverse ingobernable
Tras el revés en las legislativas, el presidente estará obligado a componer con una izquierda radical envalentonada y una extrema derecha inflada por los mejores resultados de su historia
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PARÍS.– El revés histórico sufrido este domingo por Emmanuel Macron en la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas, signó además numerosas derrotas y escasísimos triunfos. La futura Asamblea Nacional, totalmente fraccionada, tironeada entre dos sólidos bloques de izquierda radical y de extrema derecha decididos a oponerse a toda reforma, permite imaginar este segundo quinquenio presidencial enfrentado a una Francia difícilmente gobernable.
Para muchos observadores, lo que sucedió en Francia fue la sanción de un país a un hombre demasiado seguro de sí mismo, que gobernó solo, como un monarca, envuelto en los oropeles del Palacio del Elíseo. La explicación, sin embargo, podría ser más complicada. Tal vez, ese histórico revés sufrido por el presidente francés, haya sido el resultado de la misma política con la que intentó tranquilizar a sus administrados al comienzo de la pandemia: aquel famoso “cueste lo que cueste”.
En las elecciones de 2017, la principal preocupación de los franceses era el desempleo. Hoy, no solo es la capacidad adquisitiva que los desvela, sino que una gran mayoría considera que es responsabilidad del gobierno responder a esa cuestión. Esa idea se reforzó justamente durante la pandemia a través de aquella ya famosa frase presidencial y de todos los esfuerzos realizados por Macron para mantener el nivel económico de los ciudadanos: la financiación del 85% del ingreso de los trabajadores —la más alta del mundo—, los préstamos garantizados por el Estado para las empresas o el aumento de las subvenciones para los estudiantes universitarios. Es verdad, el perímetro del Estado protector no cesó de extenderse en estos tres años.
“Casi todas las categorías sociales entraron así en esa lógica de la ventanilla de pago y la indemnización. Una lógica que no se terminó después de la pandemia, pues el Estado decidió recientemente subvencionar el alza de los combustibles, la inflación e incluso entregar un cheque-alimentación para algunos sectores de la población”, señala el sociólogo Jérôme Fourquet.
Esa política presidencial fue aplicada en un momento especial de la historia de las sociedades occidentales donde, paralelamente a la desaparición de la adhesión a los grandes valores —el catolicismo (que prometía el paraíso) y el comunismo (que prometía la revolución)—, los individuos han decidido que la felicidad es ahora y aquí, que reside en todo lo que pueden pagarse para sí mismos y para sus hijos. Cuando no lo consiguen, porque los sueldos no aumentan, sienten que han dejado de ser invitados al gran banquete de la sociedad de consumo, siendo víctimas de un auténtico desclasamiento social. Por eso tampoco estuvieron dispuestos a aceptar del presidente que, consciente de que la actual política debe ser financiada de alguna manera, incluyó en su programa legislativo la reforma de la jubilación, que pasará de 63 a 65 años, y el retorno a un necesario rigor presupuestario.
En pocas palabras, el voto de estas legislativas fue un voto de frustración que no hará más que aumentar en el futuro, así como la abstención, que no cesa de crecer. Fenómeno sociológico perfecto: el hecho de que millones de franceses de clase media hayan visto su poder adquisitivo reducirse durante años se transformó en una auténtica bomba política que acaba de estallar en la cara de un mandatario que, paradójicamente, hizo todo lo posible para evitarlo, sobre todo teniendo en cuenta que el aumento de los carburantes, la inflación y la pandemia no fueron su responsabilidad.
Al mismo tiempo, en estos tres años de pandemia y de crisis bélica, la política generosa —y justificada— del gobierno convenció a los franceses de que las reglas presupuestarias no reposan sobre nada tangible, y que existe un enorme pozo sin fondo donde el voluntarismo político puede servirse a voluntad.
El resultado concreto de ese fenómeno serán cinco años de una Francia casi ingobernable, donde Emmanuel Macron estará obligado a componer con una izquierda radical envalentonada y una extrema derecha inflada por los mejores resultados de su historia y que permite imaginar un segundo quinquenio de inmovilidad. En esas condiciones, es poco probable que el presidente pueda imponer sus reformas, sobre todo la de la jubilación. Es muy posible, incluso, que le resulte casi imposible poner fin al “cueste lo que cueste”, política jamás criticada por ninguno de los extremos populistas, partidarios de promesas irrealizables en un país miembro de la Unión Europea (EU).
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